EL GLOBO, Caracas, 16 de Febrero de 1998
Moralidad sospechosa
Luis Barragán
Reaparecen las célebres cuentas mancomunadas. Nada podemos agregar en torno al caso. Solamente permitirnos un comentario sobre la gota que colmó el vaso, pues a Carlos Andrés Pérez le quedaban algunos puntos de prestigio en las encuestas que amenazan con diluirse, afectando a sus amigos de causa. Habrá que ver si, en realidad, opera la sanción social por obstinación. Son demasiados los años que tejen a una figura indudablemente histórica. Y siempre con lo mismo. Demasiados años, independientemente del criterio ( sujeto a inventario) que podamos sostener respecto a uno de los partos de la Venezuela dineraria, la que sucumbió frente a sus bonanzas.
Lo curioso es la vigencia de este y otros casos semejantes en el ámbito público. E, incluso, cuando se trata de personajes con una vida privada que no está del todo vedada a la gente, pues se trata de calibrar la confianza depositada en alguien que tiene que ver con el destino común. Bastaba con formular una pregunta frontal ante todos los medios de comunicación para que la respuesta pasara a la conciencia colectiva. Lo que ocurre con Clinton es similar a lo que generó Nixon: no se puede mentir con descaro tratándose de un acto carnal o de espionaje. Uno de las pocas escenas en las que ha habido coraje al respecto fue el celebérrimo interrogatorio del reportero de televisión Luis Guillermo García, si no recuerdo mal el nombre, y Lusinchi. Gran parte de las cosas pasan por no haber formulado el cuestionamiento a tiempo, oportunamente. Por supuesto, sirve para medir las relaciones de poder eque n un momento determinado asfixian, ahogan, aterrorizan: ex post facto todo es posible.
Guinista y dialoguista, Margarite Duras le hace decir a la protagonista del film “Hiroshima mon amour” de Alan Resnais algo así como “soy de moralidad sospechosa”. El fugaz amante se sorprende y ella, con toda razón, aclara: “sospecho de la moral ajena”.
Fotografía: David Patterson
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