EL NACIONAL - Sábado 26 de Mayo de 2012 Opinión/9
Gobernabilidad
ALBERTO KRYGIER
Estamos navegando rumbo a lo desconocido en medio de una tormenta. Todavía no hemos salido de la crisis de 2008 y ya tenemos que afrontar nuevas turbulencias mundiales y locales. Son muchos los países que están más que indignados: están desesperados, desamparados y angustiados ante las adversidades que los están hundiendo. Por nuestra parte, la lista de problemas que nos toca encarar es también relevante y queda patente que existen similitudes con los de los demás.
El economista del MIT Daron Acemoglu y el profesor de economía política de Harvard James A. Robinson, en su reciente libro Why Nations Fail, se preguntan por qué se indignaron los países que promovieron la Primavera Árabe en el Norte de África y en el Medio Oriente. Los autores llegaron a la conclusión de que el meollo del descontento fue la pobreza. Según ellos, el ingreso promedio de la población de Egipto es 12% del de los ciudadanos de Estados Unidos.
Viene luego la siguiente interrogante: ¿por qué es Egipto más pobre que Estados Unidos? Y esa misma pregunta podríamos aplicarla a nuestro propio país, tropezándonos con la paradoja de que existe pobreza a pesar de que contamos con ingentes recursos. ¿Cuáles son los impedimentos para no ser más prósperos? ¿Qué respondieron los indignados a los profesores? Estamos sufriendo las consecuencias de una corrupción que invade todos los ámbitos, de una opresión inclemente y de un pésimo sistema educativo. ¿Hay alguna semejanza con nuestra situación? Muchos afirman que la gran diferencia entre los países pobres y naciones como Estados Unidos y Alemania estriba en la óptima calidad y autonomía de las "buenas instituciones" de estos últimos.
Cuando dependen de y están sometidas al Estado, las instituciones no pueden realizar sus planes. Las instituciones autónomas con cierta independencia trabajan con ahínco, se sienten motivadas, son productivas, respetan el derecho de propiedad, cumplen con sus deberes y obligaciones, estimulan las inversiones en nuevas tecnologías y se rigen por las leyes.
La lección que se puede extraer es que los países prosperan cuando crean instituciones autónomas, que brindan la oportunidad de justicia, educación, poder y protección a sus ciudadanos, a la vez que incentivan el potencial de cada uno de ellos y de sus organizaciones, para innovar e invertir y así lograr el pleno desarrollo.
Los pioneros de las democracias se preocuparon por constituir instituciones públicas autónomas y eficaces, teniendo como base un gobierno sólido, un Estado de Derecho y un orden jurídico y legal. Así estimulaban al pueblo y lograban atraer y mantener su responsabilidad y participación.
En la actualidad no estamos siguiendo el orden establecido.
Entre nuestros problemas más preocupantes están los referentes a la seguridad personal, la delincuencia, el narcotráfico y la corrupción. Todo ello unido a la erosión y descomposición de la moral y ética de la sociedad. En la opinión de algunos, los problemas no proceden de la omnipresencia del Estado sino más bien de su ausencia y su ineficiencia.
No podemos lograr un Estado ético y moral sin un sistema político claramente definido, sin empoderar y proteger al ciudadano y asegurar su potencial de desarrollo, trabajo, educación y seguridad, al igual que sus derechos legales y jurídicos.
Así mismo, debemos garantizar el progreso de la economía, la defensa de los derechos de propiedad y las inversiones. Para ello es indispensable instalar un sistema perfectamente estructurado.
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