EL NACIONAL - Domingo 17 de Mayo de 2009 Siete Días/7
Alejandro Otero, el arte de escribir
SIMÓN ALBERTO CONSALVI
A Carolina Otero
Cuando uno lee las páginas de Memoria crítica redescubre a un personaje que quizás no fue valorado en su tiempo por la diversidad de facetas de su personalidad.
Unos lo admiraron como pintor; otros, como escultor; algunos, como escritor. Pero esta vertiente, no obstante, pudo haber pasado inadvertida en quien escribía de manera circunstancial, o para defender con pasión, persuasión y entusiasmo lo que postulaba.
La edición de los escritos de Alejandro Otero es una fiesta de la cultura en momentos de negación y oscuridad.
Ilustran la historia del arte en Venezuela durante medio siglo, pero su valor no es meramente testimonial. El novelista José Balza sostiene que "como escritor (Alejandro), posee la elegancia, la agudeza y la coherencia de un gran ensayista".
La edición de sus textos completos lo comprueba.
Memoria crítica es la hazaña de Artesanogroup Editores, bajo la dirección de Carmen Julieta Centeno, un volumen ilustrado, elegantemente diseñado por Pedro Mancilla e impreso por Editorial Arte. La devoción por el arte de Otero, y sobre todo por sus escritos, de Douglas Monroy y Luisa Pérez Gil, la hicieron posible.
Esta Memoria sigue al volumen Alejandro Otero ante la crítica / Voces en el sendero plástico, de 2006, en cuyas páginas se recogen juicios internacionales sobre el pintor.
De modo que con la edición de Memoria crítica se completa la contribución personal, la visión del hombre sobre sí mismo, sus orígenes guayaneses, sus creencias, dudas e incertidumbres, los avatares de su propio arte, sus diversas etapas, estilos, estudios y viajes. Uno de los textos que mejor lo perfila está perdido en las 749 páginas de Memoria crítica. Cuando escribe que siempre cuestionó lo que hacía, en una breve frase Alejandro trazó su autorretrato con fidelidad. El saber tanto y haber visto tanto, estudiado con pasión la historia del arte y la Vida de los grandes artistas de Giorgio Vasari, y, paralelamente, el poseer una sensibilidad excepcional, fueron desarrollando en el pintor, el escultor y el escritor esa desazón de inconformidad que se tradujo en un cuestionamiento sin conformidades.
En 1945 viajó a Nueva York y París. "...En esto andaba cuando se me presentó la oportunidad de ir a Europa y pasar por Estados Unidos. En Nueva York, mi mayor ansiedad era ver todos los Picassos que pudiera y a Cézanne, pero vi también Corots y Goyas, Grecos, Kandinskys, Matisses. En el Louvre, Leonardo, Mantegna, Rafael, Rubens, todo ello en el curso de pocos días...".
Tanta voracidad en el ver pinturas de tan diversas épocas y estilos, confiesa, lo afectó seriamente. Leamos: "La confusión iba siendo tan grande que perdí todo horizonte y dejé de pintar por meses".
Alejandro no era un veedor cualquiera del arte, sino un artista que interrogaba la grandeza singular de aquellos maestros, y ahí estaba el problema. No era indiferente, y quería, sin duda, ser grande, y lo fue. Relata cómo se fue liberando de la influencia de Picasso para afirmar su propia obra: Cafeteras, Papeles pintados, Tablones y Coloritmos.
En los setenta se fascinó con la tecnología, se dedicó pasionalmente a la escultura. Decir que dejó la pintura es poco exacto, la fue transformando porque en la escultura también iban la pintura y el pintor. Alejandro realizó obras extraordinarias como Delta solar, instalada en el paisaje de Washington, frente al Museo del Aire y del Espacio. Conviene recordar que para instalar una obra de arte en un lugar público de Washington se necesita una ley especial del Congreso. Es explicable el entusiasmo que despertó en él.
De ese tiempo data su Estructura solar, presentada en el Castello Sforzesco de Milán: la antigüedad y el futuro.
Me fasciné con su proyecto de esculturas navegables para el río Charles de Boston, barcazas de plástico, cuyos mecanismos describió con especial encanto.
Alejandro también se sentía inconforme con su estilo de escritor, pero su prosa fluida está cargada de enciclopedismo y de pasión crítica. Aquí están sus testimonios, sus ideas, sus entusiasmos (como cuando visitaba a Reverón), su polémica con Miguel Otero Silva sobre abstraccionismo y figuración, sus confesiones, sus bellas batallas perdidas.
Una de estas batallas perdidas no fue exclusivamente suya, sino de todos. Alejandro abogó por que las dos obras históricas de Juan Lovera, "obras capitales de nuestra pintura republicana", El 5 de julio y El 19 de abril, que se encontraban en la Galería de Arte Nacional, no fueran trasladadas al Concejo Municipal, como en efecto sucedió. Tan extraordinario tesoro del arte y de la historia se encuentra desde entones, 1978, "en el apartado rincón de la capilla de Santa Rosa de Lima, donde las condiciones de luz y de colocación, de temperatura y de humedad ambiental son con certeza las menos apropiadas para observarlas y conservarlas".
Alejandro dijo: "Mi pintura no ha sido hecha para apaciguar".
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