Ínsulas extrañas
Editar poesía
ANTONIO LÓPEZ ORTEGA
Una gran casa editorial como la francesa Gallimard decía que los réditos de cualquiera de sus colecciones le daban fondos para financiar su muy prestigiosa colección de poesía. Y parece que la historia se repite en la mayoría de las editoriales. La poesía no vende, parece decir la conseja, pero sí da prestigio. Es definitivamente, un género de culto, de iniciados. Ya Roman Jakobson nos hablaba de que una de las siete funciones del lenguaje era la función poética: aquélla en la que el idioma se habla a sí mismo. Saber leer poesía es penetrar el velo del lenguaje e ir mas allá: un reino en el que las palabras brillan, suenan, huelen, se mueven como peces en el océano del sentido. Quien abre esa puerta, queda tomado por una extraña pasión, que no decae nunca, que habla de un mundo que nos antecede y que perdurará.
No es el mejor momento para los poetas del país. Y no lo es porque no hay quien publique. Salvo BID&Co o Equinoccio o Monte Ávila o una que otra empresa marginal, el destino de los poemarios es deambular como manuscritos bajo el brazo. Hubo un pasado no muy remoto en el que las universidades se anotaban, en el que las municipalidades sumaban, en el que editoriales alternativas como Pequeña Venecia, Angria, Memorias de Altagracia, La Libre libre o La nave va recibían subsidios del Estado para delinear colecciones admirables. Ese ambiente, de sana competencia y variedad, pertenece al pasado. Dicen los preceptos de la Unesco que la primera prioridad de toda política cultural es asegurar los espacios de la creación. Y uno se pregunta: ¿quién asegura hoy los espacios de creación para la poesía?, ¿quién enseña?, ¿quién ejerce la tutoría con los más jóvenes?
La salida por medios electrónicos es una alternativa, con todos los portales o blogs a la vista, pero la poesía es quizás el género que más debe extrañar el imperio de Gutemberg, pues nada como el papel para jugar con los espacios en blanco, que para Mallarmé eran tan importantes como los poblados. Escribir, para el gran simbolista francés, era como vencer el gran abismo que encarnaba la página en blanco. Un abismo similar, pero en otro orden de ideas, es el que separa al joven poeta que escribe de sus hipotéticas plataformas de difusión. Sin libros, la diosa Poesía es como una dama ciega: nadie encontrará la belleza de unos ojos vendados.
Ilustración: Lucio Fontana, "Concetto Spaziale"
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