lunes, 2 de julio de 2012

REEQUILIBRIDAD CRÓNICA

EL NACIONAL, Caracas, 09 de Julio de 1998  / OPINION
Ciudadanos de la Cepal
Luis Barragán


Corren distintas modalidades del insulto cuando se enfrentan las distintas generaciones. Intentan sintetizar, y lo hacen, la descomunal perplejidad ante el mítico siglo que se aproxima, en medio de la pobreza, el endeudamiento, la anemia crónica y todo aquello que dibuja la paradoja de un país que duerme sobre cantidades inmensas de barriles de petróleo y despierta con la casi inexorable voracidad importadora.
Padres y abuelos, tíos y hermanos mayores le imputan a las generaciones que abrieron los ojos, tomando conciencia de sí, de los años ochenta para acá, los delitos del estancamiento, del inmovilismo social, del deterioro de sus condiciones de vida. Aquellos pudieron adquirir, al menos, un escarabajo de agencia, disfrutando las bajísimas tasas de interés que permitían repletar de automóviles recientes las calles del país. Arrendar por años, con un canon ridículo, el apartamento confortable y bien ubicado. Presentarse a las puertas de una universidad pública y elegir la disciplina que gustasen o disfrutar plenamente de los divertidos fines de semana. Escuchar los "elepé" traídos directamente del extranjero e, incluso, incursionar en el medio político que gozaba de prestigio. Se regodean, inculpando a los sucesores por carecer de aquellos elementos materiales y culturales que antiguamente sobraban, cuando eran beneficiarios de una economía sin grandes sobresaltos, de políticas adecuadamente moderadas que durante 40 años no dispararon los resortes de la inflación. ¿Dónde dejamos el salario real sostenido? Poco importaba que fuese empleado de un ministerio o de un banco, pues el sueldo básico alcanzaba para casi todo.
Es demasiado evidente que un salario mínimo no alcanza para adquirir un automóvil de segunda mano y, menos, un apartamento por mucho malabarismo que se haga. Las condiciones y referencias cambiaron y si antes el ama de casa ordenaba un "mandado", con o sin "fiao" a la bodega, comprando puntualmente lo necesario, se debía a la estabilidad de la economía y a la lejana posibilidad de los sobresaltos inflacionarios.
Es más, al grueso de quienes despotrican de las condiciones de existencia de las generaciones de los ochenta y noventa, se les puede responder con facilidad, pues, por una parte, no aprovecharon enteramente las épocas de las bonanzas y, a lo sumo, pudieron adquirir su vivienda en medio del festín de subsidios que les permitía alimentarse mejor e, incluso, sorber el whisky de la más afamada marca, allende la Navidad de pinos y peroles exóticos. Por otra, cuando no había otro requisito que llenar una planilla y elegir el país y la universidad que les viniera en gana, no hicieron uso de ese manantial aparentemente inagotable que fue Fundayacucho. Y, por si fuera poco, finalmente, nos podían parir en la maternidad "Concepción Palacios" e inscribir en una escuela pública, sin que hubiera peligro alguno de muerte o de gravitar en la ignorancia remendada de hoy.
Resulta una estupidez el reproche mutuo, pero es bueno recordar que el país perdió las grandes oportunidades cuando se inflamó el dólar petrolero, debido a la negligencia, impericia y demencia de los que iniciaron y multiplicaron la deuda, en las ya distantes tierras engominadas del V Plan de la Nación, incluyendo a aquellos que hicieron lo suyo y a su manera, en el radio particular de sus expectativas y actividades. Digamos, en este último caso, que cada quien tuvo su Cepal en el bolsillo, debiéndole su ciudadanía. Los hijos del pleistoceno dinerario se atrincheran en el ejemplo moralista.
Lbarragan@Compuserve.Com

Fotografía: Kerim Okten / EFE, el venezolano Carlos Gutiérrez Carbonell (El Nacional, Caracas, 17/06/12)

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