EL NACIONAL - VIERNES 9 DE ABRIL DE 1999
60 años atrás
Luis Barragán
"Numerosos teorizantes afirmaban que sí, que España,
liberada del acné político, que atávicamente le
intoxicaba la sangre, y canalizada con mano firme
en una sola dirección, rendiría el ciento por uno
y resucitaría con vigor inesperado"
José María Gironella
("Ha estallado la paz")
A finales de marzo de 1939, las guarniciones republicanas del centro y sur rubricaron su rendición incondicional y Madrid, domicilio de todo silencio, recibió el paso sigiloso de las fuerzas victoriosas que unas veces alzaban los pendones de la monarquía universal originada en la cama de Isabel y Fernando, en nombre de una compleja política de alianza matrimonial y, otras, los de la monarquía nacional, resignada desde el siglo XVIII a la opacidad paulatina del imperio, sin adivinar que Francisco Franco, el autor de un paciente golpe de Estado por etapas, perduraría en el poder hasta que los párpados se le cansaran, arrastrando por siempre el espectro que Carlos Fuentes bien dibujó en "Terra nostra".
No debemos olvidar aquel primero de abril en el que "cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares", concluyendo la guerra civil española, según el parte final surgido del Caudillo y Generalísimo, enfebrecido y engripado, sorprendiendo a propios y extraños con el experimento de sí mismo en el largo ejercicio del poder. Hay una ilusión absurda, una creencia estúpida, enlatada al vacío, sobre la imposibilidad de otros ensayos totalitarios en un mundo presuntamente satisfecho, donde los problemas pueden administrarse con un poco de distracción absolutoria y el ¿para qué volver 60 años atrás?
Hablamos de una guerra fraguada en la más absoluta intolerancia, plataforma de las utopías radicales de cualquier signo, inicialmente creída una breve sucesión de escaramuzas capaces de domesticar las pasiones. Sin embargo, tanta sangre y sudor cupo en la fría planimetría de un combatiente que gozaba de su propia estampa en Marruecos, sin más emoción que la de su sola voluntad cumplida, abrigado por una tímida risa burlona cuando leía los diarios suplementarios de Manuel Azaña, un magnífico botín que refozaba la confianza en el único testigo de sus oscuras catarsis vespertinas: la lámpara de la decorativa biblioteca de palacio.
El triunfo de los más puros entre los puros amantes de la España Eterna se tradujo en la inmediata persecución de justos y pecadores. La aniquilación total del enemigo supo de la increíble Ley de Responsabilidades Políticas, promulgada el 13 de febrero de 1939, con efectos retroactivos a partir de octubre de 1934, tipificado incluso el delito de "pasividad grave" en favor de la república "ilegítima", para afianzar el Estado militar y teocrático, fruto distante y diferido de la reconquista que, al luchar contra el Islam, feroz y paradójicamente se islamiza por todo el sedimento de fanatismo removido, según dijera Luis Araquistáin en su ensayo El pensamiento español contemporáneo (1962), de ribetes positivistas y marxistas con prólogo del insigne penalista Luis Jiménez de Asúa.
El maniqueísmo campeará a su antojo por los campos que eran de la imaginación. Germán Borregales, en Venezuela, realzó la cruzada contra toda suerte de marxismo, liberalismo y masonería que condensaba la república, extraviando los matices que supieron de un Giménez Fernández o Indalacio Prieto, ahogados el realismo y la moderación en los gobiernos de signo contrario que tejieron el drama.
Y pudo pasar al revés. Un triunfo republicano que, a lo mejor, hubiera degenerado en un reivindicado y expansivo movimiento fascista como lo novelara Fernando Díaz-Plaja, o en la parsimonia de un entusiasmo endurecido y sobreviviente a los gigantescos conflictos de entonces, como Jesús Torbado ha sugerido brindándole un papel al Hemingway que pudo suicidarse en la península.
"Alzando nuestro corazón a Dios, damos sinceras gracias con Su Excelencia por la victoria de la católica España", decía Pío XII a Franco en un telegrama que era de absolución, aunque -afortunadamente- el Vaticano no condenara por herejía al sacerdocio que tomó su opción en una perspectiva distinta que muy bien sepultó la propaganda. Es la guerra como penitencia: "Que España soporte cristianamente su dolor inmenso, españoles. Si vaciamos de sentido cristiano esta guerra no quedarán de ella más que las ruinas que acumule sobre nuestro suelo. De ellas no saldrá la restauración de la España vieja, antes podrían esconderse en ella gérmenes de nuevas discordias", señaló en 1937 el Cardenal Isidro Gomá y Tomás.
El exilio masivo, voluntario o no, marcó la pauta en los cuarenta, balanceados por Araquistáin el instinto de conservación frente al sacrificio estéril. No bastó con la represión, sino la economía fue presa de la depresión, la escasez de todo tipo de bienes y el proceso de modernización y crecimiento que originó la república quedó interrumpido, como señalara José Luis García Delgado (http://vespito.net/historia/franco/ecofran.hrml).
El gobierno de Franco no duraría mucho, se dijo. Y todos sabemos lo que ocurrió: labios y párpados que arrastran un cuerpo putrefacto.
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