EL NACIONAL - Lunes 16 de Julio de 2012 Opinión/10
Libros: Edgar Morin (1/3)
NELSON RIVERA
Fluye la corriente, pero también se intensifica a lo largo del intercambio.
Ella pregunta con precisión de relojero y él responde con el brillo y la magnificencia del hombre culto. Ella se llama DjénaneKarehTager, es la redactora jefe del suplemento Le Monde des Religions, lo ha leído línea a línea y conoce cada circunstancia de su vida. Él, Edgar Morin (1921) es mucho más que una mente lúcida: es uno de los pensadores inevitables del siglo XX, un memorista sin faltas, un francés inquieto y cosmopolita, sobre cuya trayectoria ambos conversan en Mi camino. La vida y la obra del padre del pensamiento complejo, libro simplemente extraordinario (Editorial Gedisa, España, 2010).
Antes de recapitular sobre algunos de los temas que más me han interesado, haré un alto para compartir esto: que un gran escritor se cruce en un momento dado de su vida con una periodista como DjénaneKarehTager, es un escaso privilegio que, más que honrar al autor, sirve al lector. El periodista abre puertas y ventanas, descorre las cortinas, deja entrar la luz, quita el polvo que opaca el portarretrato, y permite la visita comprensiva del lector, sin perder la perspectiva crítica: es lo que hace KarehTager con domesticada maestría, diría que sin hacer sentir el sólido dispositivo de su investigación previa.
La conversación se aviene a la lógica del tiempo. Morin, parisiense que nació en el seno de una familia italiana, de ascendencia judeoespañola, reconoce la marca que le dejó la temprana pérdida de su madre ("me hizo envejecer de manera prematura"), su precoz conexión con la tensión de la vida y la muerte.
No por judío, sino por huérfano, Morin conoció la experiencia de ser "distinto". Desde pequeño un lector voraz, un cinéfilo, un melómano, que muy pronto escucha las historias de cómo su familia sefardí fue arrasada por los nazis en Tesalónica.
Vidal, el padre, no lo educa en la tradición judía, sino que "lo deja hacer". Morin habla de vacío cultural en que se formó: ese fue el espacio que le permitió construir la laicidad francesa que se constituyó en la primera base de su espíritu. "Vivía los infortunios y las felicidades de la historia de Francia apropiándome de Vercingétorix, de Juana de Arco, de Enrique IV, de los héroes de la Revolución. Mi padre, que admiraba profundamente a Napoleón, me había regalado biografías conmovedoras, sobre todo el episodio final en Santa Elena. Aunque nunca fui nacionalista, me había convertido en un patriota, lo cual no me impidió convertirme más adelante en un nacionalista". La llegada de la Segunda Guerra Mundial al territorio de Francia activará nuevas lógicas de vida: se convertirá en un joven liberado que, al ingresar a la Resistencia, toma la responsabilidad de proteger la vida de su padre.
EL NACIONAL - Lunes 23 de Julio de 2012 Opinión/9
Libros: Edgar Morin (II)
NELSON RIVERA
La personalidad porosa del joven Morin no podía permanecer fuera de las aguas crispadas de la política. El adolescente se hace parte de las revueltas (1934) que enfrentan a militantes de izquierda y derecha. En 1938 se incorpora a un partido político. Tiene 16 años de edad. Entonces experimenta lo que adoptaría como un credo de vida: el beneficio de luchar en dos frentes, simultáneamente. Se convierte al comunismo, que es uno de los boletos, no el único, a la Resistencia (comento aquí Mi camino. La vida y la obra del padre del pensamiento complejo, pulcra e inteligible entrevista que le hace la periodista DjénaneKarehTager al pensador Edgar Morin, Editorial Gedisa, España, 2010).
Un tema que hace de este libro una lectura vibrante: la dificultad anotada por Morin, de separarse del comunismo, a pesar de reconocer la perversión inherente ("me decía a mí mismo que, sin duda el estalinismo era bárbaro pero que, finalmente, daría nacimiento a la magnífica civilización en germen en las ideas socialistas"). Se mezclan y abrazan aquí las ideas con la acción: anécdotas que trepidan. Historias de cómo alcanza a salvar su vida. Recuerdos que están impregnados de generosidad ("El Mitterrand que yo conocí era un hombre de mucho coraje, al límite de la temeridad").
Morin vive el éxtasis de la liberación de París. Más adelante estaría cerca de momentos semejantes: Mayo francés, Portugal de 1974, la Caída del Muro de Berlín en 1989. Acabada la Segunda Guerra Mundial, "yo estaba entre los que no lograban insertarse en lo que se me presentaba como la mediocridad de la vida cotidiana". A partir de ese momento, comienza lo que llamaré `la expansión geográfica y mental de Morin’.
Ingresa en la universidad: se inscribe en filosofía, derecho, historia y ciencias políticas. No es el estudio sino la comprensión de lo humano lo que conforma su anhelo. Contribuye con la exposición Crímenes hitlerianos. Lee a Cervantes, Shakespeare, Montaigne, Voltaire, Tolstói y Dostoievski. En las aulas se conecta con el pensamiento de gente como Gaston Bachelard y Vladimir Jankélévitch. El carácter abierto de Edgar Morin, busca. Su curiosidad, como si fuese una bola de superficie brillante, se proyecta hacia todas partes. Es judío, francés, italiano, español, tesalonicense, izquierdista, posmarrano como Montaigne, Spinoza, Marx, Freud y Einstein, pero también un europeo medio. Amigo de Marguerite Duras, Robert Antelme, Dionys Mascolo, Claude Lefort y tantos otros. Viaja. Edita. Visita a Heiddeger: más que juzgarlo, quiere entenderlo. "Devorábamos todo, cantábamos todo". Su alejamiento del comunismo se produce lentamente. "Había entendido que el comunismo soviético no sólo era una implacable dictadura, sino además una gigantesca impostura".
EL NACIONAL - Lunes 30 de Julio de 2012 Opinión/9
Libros: Edgar Morin (y III)
NELSON RIVERA
Desempleado, casado y con dos hijas: esa era la vida de Morin cuando se recluye en la Biblioteca Nacional, años 1949 y 1950, y comienza a escribir El hombre y la muerte que, según sus propias palabras, es su texto más significativo.
En 1950, recomendaciones de prominentes como MerleauPonty y de Jankélévitch, permiten que ingrese como becario en un centro de investigaciones de sociología. Desde el primer instante su olfato le guía hacia temas de los que otros estudiosos no se ocupan: el cine, la cultura de masas, los entrecruces entre cultura humanística, ciencia y cultura de masas. La academia lo ataca: Bourdieu, el primero (reseño Mi camino. La vida y obra del padre del pensamiento complejo, extensa y nítida entrevista que le hace la periodista DjénaneKarehTager a Edgar Morin, Editorial Gedisa, España, 2010).
Páginas y páginas de lectura cristalina y vivaz. Morin es un entrevistado certero e incansable. Lo cuenta todo: las complejidades del debate sobre la guerra en Argelia; los enfrentamientos con la secta sartreana; el porqué de su disidencia ante el famoso Manifiesto de los 121; la creación de Arguments junto a Roland Barthes, Jean Duvignaud y Colette Audry; los debates alrededor de una mesa (Morin habla de una idea preciosa, la de "la comensalidad", como una entrañable práctica de los intelectuales); la aparición en su pensamiento del deseo de hacer una sociología del presente; su experiencia como cineasta; su visión casi premonitoria de que la cultura en Occidente tendría en el adolescente y la mujer, las nuevas figuras de la autoafirmación; el instinto que lo condujo a conectarse con la cultura new age, etcétera, etcétera.
Escuchemos a Morin: "El acontecimiento inesperado provoca la sorpresa. La sorpresa, si no se la anestesia (lo que sucede a menudo), nos obliga a reinterrogarnos, a reexaminar nuestra concepción, a reconocer las revelaciones que aporta el acontecimiento sobre lo que hasta entonces era invisible, a considerar la novedad que podría introducir eventualmente. Y luego, me gusta responder al desafío del acontecimiento, me gusta asumir riesgos intelectuales en el diagnóstico en el acto".
Como si fuese su emblema más alto, la conversación entre Morin y DjénaneKarehTager se dirige hacia el lugar de la complejidad (aquello que se resiste a ser descrito sencillamente) y a todo el proceso creativo, experiencial y de reflexión, que se prolongó por 27 años y que cristalizó en los seis volúmenes de El método, su obra magna. Las dos o tres últimas secciones del libro nos aproximan a la persona, al hombre que reflexiona sobre la muerte: "Es la nada. Para mí no comprende ninguna esperanza de supervivencia o de resurrección. Es irremediable".
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