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Libro electrónico, por Antonio López Ortega
Antonio López Ortega
Así como China se despertó un día anunciando el nacimiento de su habitante número mil millones trescientos uno, asimismo el portal Amazon anunció que en un preciso día de 2011 había vendido más libros electrónicos que impresos. La noticia no asombraba a los que auguraban el fin del libro impreso. Y es que las profecías sobre la muerte del imperio de Gutemberg hay que tomarlas con pinzas si nos atenemos a lo que las estadísticas anuncian. Es cierto, por ejemplo, que las cifras de Amazon hablan de una demanda creciente, como también es cierto que los grandes grupos editoriales (Random House, por ejemplo) invierten ingentes cantidades en la constitución de sus catálogos electrónicos. Sin embargo, en países como, por ejemplo, Japón, cuna de las innovaciones cibernéticas, el ritmo de venta es bajo, lo mismo que en Alemania, otro sinónimo de innovación tecnológica, y no se diga de la muy letrada Francia, donde las cifras de venta de los llamados ebooks son irrisorias en comparación con los de papel. A estas realidades se viene a sumar España, con apenas un 3% de su facturación total destinada a libros electrónicos, lo que no tiene visos de mejorar cuando sabemos que las recientes medidas fiscales de Rajoy le aplicarán un IVA del 21%, esto es, una manera de naufragar para cualquier embarcación destinada a viajar y conocer nuevos parajes.
Si se trata de cambios, o de sustitución de plataformas o soportes, se diría que a la lectura clásica, tal como la conocemos desde la invención de la imprenta, le quedan muchos días de vida. Y aunque sepamos que el papel requiere cada año del sacrificio de innumerables especies vegetales, la lectura más ligada al placer que a la información prefiere el formato de páginas reales antes que el de las simuladas. La batalla, si acaso es tal, se llevará muchos años. También en el pasado hubo quien diagnosticara la muerte de la radio cuando irrumpió la televisión, cuando en verdad se ha tratado de un reacamodo de las audiencias o de los usos: en Venezuela, por ejemplo la penetración de la radio, a diferencia de la de la televisión, no cesa de crecer.
Quizás como algunos indican, el cambio es más un cambio de orden generacional. En estos meses vacacionales, me asombró ver a mi sobrina de quince años, residente de Estados Unidos, leyendo calmadamenete El conde de Montecristo sobre páginas simuladas. Y la verdad es que sus hábitos de lectura matutina o verspertina eran de lo más normales, como desayunarse o pasear por la playa. ¿Estaremos hablando entonces de que el cambio de plataforma depende más de una resistencia a los nuevos hábitos? ¿Seremos acaso los últimos lectores enamorados del olor y el tacto de las páginas ancestrales? Las profecías no son fáciles de admitir cuando las crisis políticas, económicas y civiles atenazan al mundo como zancudos presos entre las palmas de una mano.
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