domingo, 29 de julio de 2012

PELDAÑOS

EL NACIONAL - Lunes 25 de Junio de 2012    
El foro del lunes
El historiador chileno, invitado al foro Reflexiones sobre la caída de una República, señala que las investigaciones del pasado que se hacen actualmente son menos ideológicas que las de hace 30 años
"No estábamos predeterminados necesariamente a ser independientes"
MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ

Una lectura sobre la profusa bibliografía y las conclusiones de los numerosos foros por la conmemoración de los bicentenarios de las independencias de las repúblicas que integran América Latina hace evidente que en la región ha cambiado la investigación académica sobre la historia, privilegiando el estudio del desarrollo de las mentalidades más que la narración de efemérides.
Esa modificación hace más útil para el presente el estudio del pasado porque vincula las maneras de actuar atávicas con los sistemas de poder en las comunidades.
Esa es la línea de pensamiento en la que se inserta el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Metropolitana en Venezuela y el Centro de Estudios de Historia Política de la Universidad Adolfo Ibáñez, en Chile.
Ambas instituciones, junto con la Academia Nacional de la Historia, presentaron el martes pasado el foro Reflexiones sobre la caída de una República, en el que participaron tres historiadores venezolanos (Elías Pino Iturrieta, Guillermo Aveledo Coll y Edgardo Mondolfi Gudat), así como el director ejecutivo del centro chileno, Juan Luis Ossa. Este investigador está especializado en la historia política de su país y de América Latina, con énfasis en la emancipación y la construcción republicana de esa nación. Estuvo de visita en el país para familiarizarse con el proceso de la Independencia de Venezuela y con el desarrollo de los estudios de historia y la política en la Universidad Metropolitana.
­¿Están los académicos contemporáneos más interesados en entender las diversas causas que configuraron un presente particular en cada una de las sociedad es latinoamericanas? ­Esta es una de las grandes discusiones que estamos teniendo en el centro que dirijo, pero también en la academia chilena en general.
No puedo hablar por las del resto de América Latina porque no las conozco. Los debates pretenden determinar qué papel juega la historia política hoy, después de unas décadas en las que supuestamente la historia política había sido recluida bajo otras formas de análisis. El estudio de la historia política de nuestros países fue relegado a un segundo o un tercer plano, pero no desapareció del todo. En Chile, los académicos más populares tienden a ser historiadores sociales.
El esfuerzo nuevo que estamos haciendo en el centro no busca necesariamente hacerle competencia a ese tipo de investigaciones, pero sí queremos rescatar una manera de hacer historia que estaba más o menos relegada. Eso pasa por el convencimiento de todos los que estamos allí de que la política está en todas partes.
­Esta última parece una aseveración de Michel Foucault.
Pero la pregunta se refería también al acento que pone hoy la historiografía en el estudio del pensamiento.
­No soy fanático de Foucault.
Entiendo su concepción del poder como un agente capital en lo cotidiano, pero veo este problema desde una perspectiva distinta. La influencia del poder puede ser positiva, no sólo como un ejercicio de disciplinamiento. El poder es una forma de expresión en la que no sólo participan las élites, sino también las clases medias y el pueblo con intereses que no necesariamente obedecen a una obligación de quienes dirigen un país. En ese sentido, creo que uno de los grandes pasos que ha dado la historia política últimamente es que recoge actores sociopolíticos que se desprenden de la visión clásica de la política.
­¿Cómo ha ayudado ese cambio de perspectivas en el estudio histórico a la comprensión del presente? ­Estamos ante estudios mucho más dinámicos que los que estábamos acostumbrados en las décadas de los años sesenta y setenta. La investigación estructuralista tiene asuntos interesantes como el apogeo de la historia económica y la social, pero al ser una historia tan rígida crea como resultado estudios monolíticos y de sumas obvias. Hoy los investigadores estamos reaccionando a eso: a los estructuralistas y a la historia política oficial que nos han contado de los siglos XIX y XX porque era muy institucional, hablaba de los congresos, de los presidentes y de los partidos políticos.
Ahora nos fijamos más en la práctica y nos estamos llevando sorpresas notables.
­Ahora que se conmemoran los 200 años de los procesos de emancipación en muchas naciones de América Latina proliferan los congresos por toda la región. ¿Cómo puede el estudio de los procesos independentistas arrojar luz sobre el presente? ­Esta es una pregunta importante. Los historiadores somos agentes narrativos, y últimamente he notado que nos alejamos de la glorificación excesiva de las efemérides. Eso es bueno. La investigación ahora es mucho menos ideológica que antes, en el sentido de que no damos por asumido que las independencias eran inevitables. Ese punto es clave y está dando vueltas desde hace un tiempo en el mundo anglosajón y francés, pero ahora en Latinoamérica ha agarrado mucho más fuerza.
No estábamos predeterminados necesariamente a ser independientes, pues la máquina del imperio español funcionaba bastante mejor de lo que los historiadores de la década los setenta habían pintado. Eso, me da la impresión, es una opinión bastante generalizada en los historiadores que se dedican a esos análisis. No quiero decir con esto que sea necesario el consenso entre historiadores de la región, pero sí hay ciertos peldaños que deben estar en el mismo nivel para poder debatir. Creo que eso lo estamos haciendo relativamente bien.

Ilustración: Dumont (El Universal, Caracas)

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