lunes, 2 de julio de 2012

AÚN SUSPENDIDOS

EL NACIONAL - MARTES 8 DE DICIEMBRE DE 1998 / OPINION
Crisis de la renta política
Luis Barragán


Las entidades de carácter político, díganse partidos, gremios, sindicatos o asociaciones vecinales, supieron de un extraordinario -aunque desigual- vigor en décadas pasadas. El éxito de algunas expresiones en particular, era el resultado de un sostenido esfuerzo de representación y de legitimación, acortadas las distancias con las bases ciudadanas de sustentación, en razón del trabajo real y persistente de convencimiento y captación. Incluso, la imposición de un determinado lenguaje, código o imaginario, explicaba el crecimiento electoral y la conquista de importantes cuotas de influencia, clave de un patrimonio que se ha hecho inevitablemente histórico.
En perspectiva, hablamos de un pasado tenido por glorioso que dice algo de la relativa vigencia actualmente exhibida. Se encuentran en medio de los peligros de una definitiva desaparición o de un súbito relanzamiento. Ciertamente, sobreviven de la renta de ese pasado o, propiamente, de la alta credibilidad que tuvo el sistema político.
Ha habido serios, aunque frustrados, esfuerzos de cambio y actualización en esas entidades. Obligadas a la sinceración de sus tareas y propuestas, dependen culturalmente de esa renta política. Los líderes ya realizados, tupidos de tanta consagración, creen que basta con esperar en casa los resultados favorables del electorado, como ocurría con anterioridad confiados en la simple inercia de ese lenguaje, código o imaginario construido en circunstancias distintas al país que ahora tenemos.
Los tiempos cambian y el "outsourcing" ha hecho lo suyo en la gestión propagandística, publicitaria e, incluso, programática. Las fuentes vivenciales, en tránsito hacia el partido estratégico, parcialmente de cuadros, parcialmente de masas, no encuentran equivalentes en la actualidad. La lealtad personal y hasta familiar, dibuja un sentido de pertenencia muy diferente. La comunidad cotidiana de sueños e iniciativas, de propuestas y debates, de destino y de audacia, muestra un gran déficit frente a la exagerada fulanización de los proyectos políticos.
Las organizaciones que se creen novedosas porque sintonizan en un momento dado con la angustia ajena, sin más, son rentistas de un futuro supuestamente prometedor, así no expongan las ideas y realicen las tareas concretas que se esperan, salvo el provecho morboso de esa angustia sin horizontes definidos. Y lo irónico es que las llamadas "tradicionales" alcanzan tal complejidad interna que permite adivinar la aparición y resistencia de fuertes corrientes renovadoras, las que cabalgan sobre la experiencia adquirida, al lado de aquellas que se acostumbraron al éxito automático, confiando en el menor esfuerzo posible para el logro de sus objetivos. La crisis de la renta política, disminuido o inseguro el capital del pasado o del futuro, constituye la piedra angular de la gigantesca depresión de democristianos, socialdemócratas, como antes los marxistas, incapaces de reinventarse ante la furia del oleaje postmodernizador.
Y lo peor es que el golpe publicitario, el tratamiento de "shock", puede acabar con todo en la espiral de la confusión. No hay mejor ejemplo que Perú. Una parte importante de la población que votaba en favor de partidos como el Apra, le dio un bastonazo a la lámpara, aparentemente satisfecha con la era Fujimori. Respaldaron, en las encuestas y en las urnas, a las nuevas organizaciones que iniciaron su aprendizaje. Y no es que los herederos de Haya de la Torre hayan dado muestras de una inequívoca honestidad y de una inspirada realización histórica, sino que sus adversarios, organizados con prisa a raíz del golpe, no se hicieron conocer por el crecimiento sostenido de las tareas y propuestas que los legitimara y de la confianza ganada como fruto de un esfuerzo realmente compartido, de una experiencia común, de una rica agregación y composición de intereses. Por ello, la rifa colectiva que desembocó en un dictador que hizo todo lo contrario a lo que prometió.
La vigencia de una entidad política va por la calle de una radical actualización de voluntades tras las ideas que pueden, incluso, resultar incomprensibles. Lo experiencial, en definitiva. El rentismo prodigó cuantiosas cuotas burocráticas, pero ya su ilusión está cancelada. La respuesta no puede radicar en la involución de la práctica política, en su privatización. Frente a los virreyes viejos y nuevos todavía puede esgrimirse la comunidad de esfuerzos e ideales.
Lbarragan@compuserve.com

Fotografía: "Acróbatas turcos flotan sobre el Cuerno de Oro, en un ensayo de la obra 'Istanbul Istanbul'" de  Ilya U. Topper (EL PAÍS, Madrid, 21/06/12) 

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