Partidos de y en el gobierno
Luis Barragán
Liberado el Presidente de la República de toda disciplina partidista, motivo de una estupenda reflexión de Juan Carlos Rey todavía pendiente, por cierto, el partido de gobierno lo fue efectivamente por su organizada intervención o participación en aquellas decisiones de alta o mediana relevancia de Estado que también lo comprometían. Por más discrepancias que hubiere con el plantel dirigente del partido que lo nominó electoralmente, sin que lo apartara o distrajera de las responsabilidades constitucionalmente contraídas, el jefe de Estado debió aceptar la consulta y, en no pocas ocasiones, la polémica derivada de un mínimo sentido de la colegiación política que implica el ejercicio democrático del poder.
Por consiguiente, fue natural que el jefe de Gobierno, quien – además - no contaba con el auxilio de una tal vicepresidencia ejecutiva ni le era permitido delegar sus deberes y obligaciones fundamentales, transcurriendo con toda normalidad la vida institucional del país, sesionara regularmente con la legítima dirección nacional del principal partido que lo sustentaba y, con alguna frecuencia, intercambiase opiniones con otras fuerzas y corrientes políticas y sociales. La acostumbrada reunión con el comité nacional o el comité ejecutivo nacional del partido que tampoco presidía, le permitía ganar perspectivas para la consideración y resolución de los más disímiles problemas, sin que – por una parte – entorpeciera el desarrollo ordinario de una agenda que incluía los llamados puntos de cuenta de una variedad de despachos, las giras administrativas, la visita a las guarniciones, las audiencias personales, las ruedas de prensa, los específicos mensajes radiotelevisivos al país o los actos propiamente de Estado; y forzada – por otra – la dirección partidista a una mejor cualificación política y técnica, facilitaba un superior diagnóstico de las realidades gubernamentales.
Valga acotar, hubo etapas de diferenciación o discordancia entre el gobierno y el principal partido que lo soportaba, circunstancialmente desfavorecido el Presidente de la República respecto a la correlación partidista interna de fuerzas, tendencias y corrientes. Aceptada una básica identidad ideológica y política, nos hicimos de una importante experiencia y aprendizaje, siendo administrable la disidencia que hacían imperiosas la tolerancia y el respeto, palpables en la relación que tuvo COPEI durante el período de Luis Herrera Campíns o Acción Democrática en el segundo de Carlos Andrés Pérez, aunque merecedores de un estudio más profundo que – en todo caso – tiende a reivindicar el tipo de relación, cooperación o colaboración en cuestión. No obstante, enunciemos otros casos, como la disparidades que experimentó Acción Democrática durante el período constitucional de Rómulo Betancourt, provocando dos divisiones que demuestran que no siempre el presupuesto público concita y unifica; las del coaligado Frente Democrático Nacional durante el período de Raúl Leoni, después aquejado por el silencioso abandono de su fundador, Arturo Uslar Pietri; o, en el otro extremo, la completa y contraproducente fusión del partido con el gobierno de Jaime Lusinchi que no, con el Estado.
Situación muy distinta es la del partido esencialmente en el gobierno, participe únicamente de sus bondades burocráticas y demás privilegios que lo hacen de entera vocación presupuestaria, presidido por el jefe del Estado, como si no fuese suficiente. Éste impone el sentido y determina los alcances de la disciplina partidista y, en lugar de reunirse con su dirección nacional, pues, al menos, no posee la publicidad que merece, prefiere hacerlo con las personalidades que autoriza, confiriéndoles a la vez una autoridad que es la del nexo o tratamiento directo, mas no derivada de una convincente consulta a las bases.
Celoso de sus competencias, no existe un libre intercambio de opiniones con una dirigencia deudora de sus favores, privilegiando – colegimos – los informes de (contra) inteligencia que, a lo sumo, ameritan de la muy concreta apreciación de un actor específico, según la coyuntura. La relación con el principal partido de gobierno, o aquellos que les son de carácter subsidiario, no acarrea regularización o institucionalización alguna, por lo que todo síntoma de discrepancia, disparidad, disidencia, diferenciación o discordancia debe adecuadamente solaparse o esconderse, fabricando esa inmensa bóveda de las confidencialidades que literalmente equivale a una apuesta de supervivencia: el comando estratégico nacional deriva en una suerte de ministerio que, además, incide en la vida parlamentaria y en la de los otros órganos del Poder Público proclives a la confusión del partido con el Estado mismo.
El partido de gobierno, que no niega la condición de partido en el gobierno, contó con una naturaleza y características que le permitieron preservar su vigencia aún finalizado el período constitucional. Y, caso contrario, el partido en el gobierno, al que se le ha hecho tarde para devenir partido de gobierno, tiene por solitaria ventaja la del continuismo, fenómeno que los venezolanos habíamos olvidado, ya que cinco minutos fuera del poder significará una quizá morosa y penosa disolución, fragmentándose en entidades que reclamarán para sí la auténtica y – acaso – certificada condición de “chavista”.
Fuente:
http://www.noticierodigital.com/2012/05/partidos-de-y-en-el-gobierno/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=865414
Post-data:
Empleamos una fotografía tomada de la red, referida al triunfo del venezolano Pastor Maldonado que obviamente nos enorgullece. De esto, no debe caber la menor duda, aunque creemos bien ironizar al partido en el gobierno con la estampa del bólido pedevesero que muy estridentemente le dio Chávez Frías en la avenida de Los Próceres, en lugar de concederle el patrocinio con la sencillez desinteresada de un justo acto gubernamental. Acá podemos agregar tres notas: A) Pastor Maldonado no es culpable en modo alguno de un beneficio que ha justificado en las pistas españolas, motivo de gratificación para los venezolanos. B) Tratándose del Estado, ¿hay una política de patrocinio ordenada que le permita a otros aspirantes alcanzarlo?. C) Aceptada la bonanza petrolera de estos años, el endeudamiento público sistemático, el intento de ocultar los más dramáticos casos de corrupción, podemos hablar de la otra Venezuela Saudita; y - ojalá - que el régimen no se apropie de Maldonado, como ocurrió años atrás con Johnny Ceccotto, emblematizándose. Esta preocupación es legítima, más allá de la profunda alegría que sentimos. Hay ya un largo kilometraje histórico.
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