EL NACIONAL, Caracas, 10 de Marzo de 1997
Incluso, la ilusión autogestionaria
Luis Barragán
Temporada regular de las Grandes Ligas. Equipos que lucen favoritos, disfrute de las acostumbradas excelencias, seguimiento de los venezolanos que lograron el cupo por su talento y esfuerzo. Acá quedarán los jugadores que esperan tiempos mejores o, resignados, consumen las ilusiones sobrevivientes en la liga de verano.
Ya pasaron las décadas de las ligas criollas, nacionales o regionales, que tanta emoción despertaron, gracias a un empresariado que trajo a escena a estupendos peloteros de un Caribe más íntimo o familiar. Pastora, Gavilanes, Vargas o Cervecería Caracas perfilaban un heroísmo tal que justifica la crítica a la modernidad. El bateador de hoy tiene una estampa robótica, con sus adminículos antisudorales y prótesis estéticas: un blindado bastante dúctil que sincroniza con un negocio exigente.
En un trastocamiento feroz del lenguaje, nos queda la temporada invernal sin pintar los rasgos sobresalientes del norte. Por estos predios, la fanaticada debe contentarse con las instalaciones que a veces no soportan el dictamen de los bomberos y los baños de cerveza que compensan la ausencia de atracciones adicionales, respuesta a la agresión del medio. Las condiciones ambientales de trabajo para los peloteros tampoco son las más óptimas, pues deben padecer la suciedad del “club house” y la misma falta de agua tibia, como si no fuese necesario el cuidado y confort de una tan delicada “materia prima”. Tributarios del populismo ya agónico, los dueños de las franquicias siguen rindiendo culto a los estadium del Estado, porque el mercado no les da para construir uno propio o perseveran en los altos los márgenes de ganancia, afincados en la elevación de las entradas y en los derechos de transmisión audiovisual. Tan solo la amenaza de una liga invernal propiciada, en su territorio, por los equipos del norte, les inquieta, tanto como “molesta” la fibra óptica en los mercados internacionales.
Lo anterior obliga al empresariado venezolano a repensar el papel de intermediación y asumir en una perspectiva radicalmente diferente el negocio, sincerándose. Los concesionarios quizás ya no puedan ofrecer un campo de entrenamiento por breves meses a los grandes equipos del norte, forzados a mirar la experiencia acumulada en Estados Unidos y Japón. Conquistar una tecnología de punta para descubrir y desarrollar a los jugadores y captar directa o indirectamente la emoción de la fanaticada, dejando atrás esa tecnología de mantenimiento-operación que se resigna a la explotación publicitaria de consignas como la de los “eternos” o “modernos” rivales. Contar con una franquicia en las Grandes Ligas o en las Ligas Menores, como Montreal o Toronto, puede ser el camino, levantada a lo mejor por vía bursátil o como buena inversión de mediano y largo plazo de algún fondo de pensión. Además, estimular una industria que no se entiende sin la manufacturación de equipos e implementos y hasta “souvenirs”.
Nos tienta la idea, incluso, de una liga autogestionaria. Distribución del valor agregado, fondo para temporadas de baja asistencia, gastos para materiales inmediatos e instalaciones, líneas de transportación al evento, venta a crédito de entradas, centros de pedagogía deportiva, fondo editorial, entre otros aspectos, que comprometerían a jugadores, árbitros, gerentes y fanaticada, en un ensayo frente a la competencia capitalista.
La ilusión deportiva no se encuentra en las angostas prácticas empresariales y gerenciales que nos caracterizan. Es cierto que hay obstáculos de naturaleza estructural, como diría el más avisado, pero también que debemos probar más allá de lo que hay. Siempre resurge la inquietud cuando se inicia la temporada regular de las Grandes Ligas, con sus éxitos y también sus contradicciones.
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