ECONOMÍA HOY, Caracas, 4 de Julio de 2000
El negocio deportivo
Luis Barragán
Todavía recuerdo la impresión que me produjo el artefacto disparador de pelotas hacia los jardines, en los entrenamientos primaverales del llamado Béisbol Mayor. La reseña de Sport Gráfico, revista también animadora de las lides infantiles, dibujaba una “bazuka” que, alguna vez, intentamos imitar con un complicado sistema de ligas, incapaz de sostener y lanzar la pelota forrada de “teipe”.
Aficionado teledeportista, intento imaginar el descomunal desarrollo de la industria fuera de la competencia capitalista, sin lograrlo a cabalidad. Pocas veces nos detenemos en ésta, la otra revolución industrial, relacionando la libertad de disfrute con la subsistencia personal al concitar el interés de los empresarios de la novedad, constatando la sorprendente generación de empleos directos e indirectos.
A la manufacturación de equipos e implementos, la comercialización de objetos alusivos o las poderosas transmisiones radiotelevisivas, curiosamente relevándonos del espectáculo in situ, agregamos las innovaciones gerenciales y probablemente laborales del negocio, amén de sus capacidades simbólicas. No menos curioso es el aporte de la tecnología, igualmente ilustrada en la evolución ergonómica del guante de fildeo y la aparición de otros que se nos antojan como vanidosos atuendos al empuñar el bate. No olvidemos la insurrección jonronera que hoy ha fortalecido el espectáculo, obedeciendo a un reajuste de la lomita del pitcher y a la pelota laboratorizada, según el dato que creo haberle escuchado a John Carrillo.
La captación, contratación y entrenamiento obliga al concurso de los más variados especialistas. Más allá de las estadísticas y vivencias invocadas, los narradores y comentaristas incurren en un insospechado ejercicio intelectual: quizá haya un serio intento de refundación epistemológica en alguna cantera universitaria por los lados del mundo desarrollado. Además, la jerga ha adquirido plena legitimidad social.
Encontrándome en la Hemeroteca Nacional, tratando infructuosamente de chequear un artículo sobre Trotsky y España, citado por el meritorio Víctor Sanz en uno de sus estudios, opté por otros tomos de más antigüa data. Al escudriñar la edición de “El Luchador” de Ciudad Bolívar, correspondiente al viernes 18 de Julio de 1924 (Nr. 7.446), hallé el siguiente y llamativo comentario no firmado: siendo “un deporte libre por completo de reproches y (que) no está sujeto a legislación adversa”, hay quienes vaticinan “el pronto día en que el baseball haya envejecido y balanceándose sobre base insostenible se bambolee su superestructura hasta estrellarse frente al empuje destructor de los deportes rivales”, como el golfo (sic), el balompié y el boxeo.
El asunto no estriba en la profecía incumplida y la coexistencia de tan disímiles disciplinas, gracias a la enormidad de un mercado al que también lo distrae el más inverosímil perfomance rentado, sino la misma percepción del fenómeno, concebido como una veleidad más del norte, anecdótica y pasajera. El redactor y los lectores de una localidad tan lejana e incomunicada que exhibía un medio de siete mil y tantos números a cuesta, no sospechaban del amplísimo porvenir de una industria que acá, como allá, supo de una elemental sentencia: no es posible que a alguien le paguen por jugar y divertirse.
Al lado de quienes interpretan el fracaso de la Guerra Federal al no propiciar un temprano desarrollo capitalista en el país, ejemplificado en la gallarda ausencia de los enlaces ferroviarios, podemos añadir el absoluto desprecio, la cómoda indiferencia o la abierta incomprensión hacia el deporte como oficio, capricho concebible en el país de las (exóticas) abundancias urbanas. Lejos estuvo la Venezuela de aquellas carreras de caballos, peleas de gallos y quizá el toreo, de la profesionalización definitiva, en una etapa de unión, paz y trabajo: la apuesta como única circunstancia, sin propósitos de acumulación y renovación del espectáculo o la creación del mercado.
Vale la acotación cuando prevalece el imaginario chavista, por llamarlo de alguna manera, significativamente alimentado por el béisbol. Por cierto, ojalá las nuevas generaciones sepan de la sustentación real de las consignas gomecistas.
Fotografía: Publicidad. Elite, Caracas, nr. 2363 del 08/01/71.
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