lunes, 2 de julio de 2012

LA MÚSICA COMO EJERCICIO DISCURSIVO

EL NACIONAL - Lunes 02 de Julio de 2012     Escenas/2
Britten literario
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ

Se trata de un ejemplo más de cuánto debe la creación musical a la literatura o, mejor, de cuánto se deben en relación de bien pensadas armonías y de bien logrados argumentos la literatura y la música. Ganadoras ambas, han permitido hacer prosperar y crecer las mejores realizaciones y los más grandes monumentos. Hoy, la referencia buscará asirse a la materia literaria que anida y anima la gestión musicalizadora; un rol de fertilidad que nada tiene que ver con sumisiones o con segundas creaciones.
El azar de la escogencia (la selección como destino) señala a Benjamin Britten, un hito reconocido de la música del siglo XX; nuestra música. El empeño no quiere aquí hurgar en simientes poéticas en la hechura del discurso, sino referenciar la cualidad de la estirpe literaria en el ejercicio del oficiante. Más claro, la pretensión de explicar esta música desde la espiritualidad del hecho literario no es posible por los momentos. El intento abre apenas un espacio de solaz para congeniar lo uno con lo otro. El recuento se impone de una vez.
Como Elgar y desde el país de su idolatrado Purcell, ha querido escribir canciones amparándose en la mejor poesía de todo tiempo (a ratos, universal; siempre, inglesa). Lo confirman, con sobrados encantos, Las ilu- minaciones, sobre textos de Rimbaud; la Serenata para tenor, corno y cuerdas, con poemas de Tennyson, Blake, Jonson y Keats; y el Noctur- no para tenor, siete instru- mentos obligados y cuerdas, con palabras de Shelley, Coleridge, Wordsworth y Shakespeare. Con carácter vocal más orgánico aún, se presentan los Sonetos sa- grados de John Donne y las Canciones y proverbios de William Blake; viaje literario desde la magia formal del conceptismo hasta el corazón mismo de la supra realidad romántica. Reposa y se agiganta, esa soberbia y conmovedora Balada de los héroes (para tenor, coro y orquesta), a partir de escritos líricos de W. H. Auden y Randall Swingler. Simetría de perturbaciones que están grabadas en el Réquiem de guerra, sobre la antigua misa de difuntos y modernos textos de Wilfred Owen.
Fue la ópera el hogar predilecto de la literatura de Britten. La nómina de astros en los que sustenta sus empeños líricos es evidencia de lo mucho que le importaba el ámbito de la ficción literaria y de la estima irrefrenable que sentía por la dignidad de los autores que lo acompañarían: William Shakespeare (en Sueño de una noche de verano), Guy de Maupassant (en Albert Herring), Hermann Melville (en Billy Budd, con libreto de Eric Crozier y E. M.Forster, el autor de Pasaje a la India), Henry James (en Otra vuelta de tuerca y Un cuento de fantasmas), Montagu Slater (en Peter Grimes) y Thomas Mann (en Muerte en Venecia).
Fascinador Britten literario que anuncia la clave evidente y la profunda de esta música como ejercicio discursivo de una transferencia literaria que es mucho más que un soporte para el elemento fónico.
Literatura britteniana que derrocha argumentos en favor de la comprensión de una gestión estética que no entiende de fronteras entre las artes. Habrá, pues, que pensar que para entenderlo ya no valdrán esos límites que tanto daño han hecho a la música y a la literatura, al recordarles unas limitaciones que nunca tuvieron sentido y que nunca debieron existir.

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