EL NACIONAL - Lunes 02 de Julio de 2012 Opinión/9
Libros: Paul Virilio
NELSON RIVERA
El miedo ha mutado. De experiencia eventual, de forma quimérica, de sentimiento que solía estar asociado a amenazas localizadas ha devenido en condición omnipresente, en fundamento del pensamiento y la acción. En otras palabras: vivimos en estado de miedo. Quien habla de La administración del miedo (coedición de Los Pasos Perdidos y Barataria, España, 2012) no es otro que el más notable estudioso de la velocidad (dromólogo), el francés Paul Virilio.
En la genealogía de esta atmósfera permanente de miedo no estaría la realidad multiplicada de la que hablan los virtualistas, sino la "realidad acelerada". Es la velocidad, ya a punto de sobrepasar las capacidades humanas, el agente del terror. Desde "la guerra relámpago" patentada por Hitler, la velocidad se ha erigido como el principio activo del miedo. Virilio recuerda que fue Hannah Arendt quien primero vislumbró el fenómeno. En Los orígenes del totalitarismo escribió: "El terror es la consagración de la ley del movimiento".
La ausencia de una economía política de la velocidad (que suplante la economía política de la riqueza) nos ha impedido reconocer que "la velocidad no es un fenómeno, sino la relación entre los fenómenos". La velocidad actúa en detrimento del tiempo para pensar y expone a los sujetos a los puros reflejos de la emoción: allí radica la posibilidad teórica del pánico generalizado, de lo que Virilio llama el "miedo cósmico" que se proyecta a la relación del individuo con el universo.
Las formas que adquiere la velocidad (milisegundos, picosegundos, femtosegundos, etcétera) se constituyen en realidades inhabitables para el ser humano.
Lo esencial es esto: la velocidad produce la contracción de lo espacio-temporal. Genera pérdida de realidad: de la lateralidad, de "la estéreo-realidad natural".
Virilio nos advierte: el miedo se sirve de todo cuanto existe.
Ubicuo, es también instantáneo.
Capaz de generar una creciente presión "dromosférica", que es la presión que la velocidad produce sobre el trabajo y los vínculos de unas personas sobre otras (Virilio dice que vivimos para ponernos al día).
Pero el caso guarda todavía mayor complejidad: la velocidad fascina porque ella contiene, de modo simultáneo, el éxito y el desastre. "Es el éxito mismo lo que constituye una catástrofe". Y es el impulso de esta vida "extremófila", la base de la condición perversa de nuestro tiempo: que la capacidad de actuar supera la de pensar. Cierro: "Tras el accidente de las sustancias (de la naturaleza) y el accidente de las distancias (los elementos comunes afectado por la reducción del tiempo de desplazamiento), nos encontramos ahora ante el accidente del conocimiento (que refiere a los límites de nuestro cerebro enfrentado a la inmediatez de las nanotecnologías).
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