lunes, 24 de enero de 2011
desgarradura de un caso
EL NACIONAL - Lunes 24 de Enero de 2011 Opinión/8
Libros: Irene Némirovsky
NELSON RIVERA
Sostiene el fabricante de tambores: hay un punto de tensión que es el del mejor sonido. Ni tan jalado que la superficie pueda agrietarse al menor toque, ni tan laxo que los sonidos salgan deformes por blandura. ¿Hasta dónde tensa la superficie del instrumento ese fabricante que aspira a la perfección? Hasta ese instante en que la tirantez del cuero es capaz de expresar todas las intenciones de su intérprete.
Corresponde a los escritores las dos tareas: tensar el fondo, jalonar el telón del relato, y asegurarse de que cada palabra se levante ante el lector con su mejor sonido. De las muchas nítidas páginas que he leído de Irene Némirovsky, las de El caso Kurílov (Ediciones Salamandra, España, 2010), podrían ser las de sonidos más depurados: palabras que lo hacen todo más evidente, más intenso, más desgarrado, si se quiere.
Novela breve: León, un joven terrorista debe liquidar a un poderoso funcionario del régimen zarista. La historia la cuenta él mismo, sujeto que se ha proyectado bajo el desiderátum de su propia muerte. Ha nacido en una familia de terroristas. Escasez: quizás esta palabra revele el límite inferior en que transcurre su existencia. En cierto momento, León invoca a su madre: "Recuerdo que nunca nos besaba. Por otra parte, éramos niños tristes y desapegados, al menos yo. Aunque en ocasiones, cuando estaba muy cansada, extendía la mano y suspirando nos la pasaba por el pelo lentamente, una sola vez".
León reconstruye la historia cuando han trascurrido décadas de los hechos. Es la voz de superviviente. No se conforma con el recuento melancólico. Tampoco con el panegírico a su posible heroísmo.
Su indagación cava, desentierra su propia personalidad. Esto es lo asombroso de esta pieza de Némirovsky: no construye a un terrorista sino a una persona que ejerció el terrorismo. No banaliza. No acusa. No se escurre tras una máscara de violencia. Elude el recurso de la indignación.
Que el terrorismo contra el régimen zarista haya sido una realidad no nos autoriza a señalar El caso Kurílov como una novela histórica. Porque está inscrita en el terreno de la ficción, es que Némirovsky avanza tan lejos con tan escuetos recursos (hablo de una novela de cerca de 150 páginas, no más). El ministro, la esposa del ministro, el médico del ministro, el asesino: todos parecen conectados a la desesperación (a esa desesperanza que es un signo de tanta literatura rusa). Todos tienen momentos en los cuales adquieren la estatura de los pequeños seres.
Pero no son intercambiables: cada uno vive en su derrota y en su reivindicación. En su quebranto y en su efímera alegría.
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