sábado, 22 de enero de 2011
por los sótanos del sueño
EL NACIONAL - Sábado 22 de Enero de 2011 Papel Literario/1
Vargas Llosa: paleotomografía del poder
CARLOS PACHECO
Cuando un novelista ha acertado en el hallazgo de la materia medular de su ficción --personaje, episodio, conflicto narrativo-- ha recorrido ya más de la mitad de su camino. No nos sorprendería encontrar una afirmación como esa en cua lquiera de los textos clave sobre el género novela, firmada, digamos, por Lubbock o por Kundera, por Booth, por Boves Naves o hasta por el mismo Vargas Llosa de la Carta a un joven novelista.
En El sueño del celta (Alfaguara, 2010), el primer acierto del nuevo Nobel de Literatura es justamente el hallazgo de un personaje histórico extremadamente singular, el irlandés Roger Casement (1864-1916). No es que se trate de un desconocido, pues su biografía, sus reportes consulares y su diario íntimo están a la mano en Internet. Sin embargo, al ficcionalizar su compleja peripecia biográfica, junto con los nudos históricos, económicos, políticos y sociales que la rodean (explotación colonial, imperialismo, eurocentrismo, corrupción, dudosas "verdades" oficiales, homofobia), la novela lo dota de un relieve ficcional inédito como temprano paladín de los derechos humanos, víctima él mismo de la intolerancia y los desafueros del poder.
En ese sentido, la pieza se inscribe con destacados méritos en la tradición ficcionalizadora de la historia dentro de la obra del peruano, al lado de Conversación en la catedral (1969), La guerra del fin del mundo (1981) y La fiesta del chivo (2000), todas invalorables y acuciosas exploraciones narrativas (se podría decir "tomografías") de los intríngulis de la dominación, fundadas en investigaciones sumamente prolijas.
Nacido de una familia protestante del Ulster, aunque de madre católica, Casement se marcha desde muy joven a trabajar, primero a África y luego a Suramérica, como funcionario y diplomático británico, completamente convencido en un inicio de las bondades de la empresa colonizadora e imbuido de celo modernizador. Hasta que la realidad lo golpea de frente y sin apelación, y lo fuerza a retractarse. Se dedica entonces a investigar los innumerables crímenes, abusos y tropelías de las compañías caucheras contra las poblaciones aborígenes en el Congo Belga y en la Amazonía peruana, realizados con la abierta complicidad respectivamente de los poderes coloniales europeos (en especial de la corona belga) y de las autoridades peruanas, que habían abandonado toda la región del Putumayo en manos de la Peruvian Amazon Company, una empresa de capital británico dominada por el "Rey del Caucho" Julio C. Arana. Con notable valentía y abnegación, denuncia estos hechos a través de dos célebres informes (1904 y 1912) que estremecen la opinión pública europea. Esa extrema empresa en pro de los derechos humanos, que con grave riesgo realiza de manera sostenida y consecuente, cambia las condiciones de explotación del caucho, mientras Casement alcanza gran prestigio e influencia y es distinguido con el título de Sir.
Ese nudo de conflictos que es el personaje es aprovechado al máximo por el novelista. Logra desplegarlos a lo largo del relato a partir de una sólida estructura triangular afianzada por el personaje que actúa como el vértice de una pirámide. La gráfica de Pep Carrió en la portada de la primera edición da muy buena cuenta del contenido novelesco y su tratamiento: vemos allí un mapa del Atlántico, con fragmentos de Europa, África y América, donde se destacaban en rojo los tres lugares principales de la acción, correspondientes también a las tres partes de la novela (el Congo, la Amazonía e Irlanda); el contorno de ese mapa corresponde al perfil del protagonista. En la novela, el proceso de dolorosas transformaciones en la vida de Roger es, en efecto, una suerte de lente de aumento que muestra los horrores y pecados de la civilización europea, cristiana y moderna, que se asume sin dudar como redención irrenunciable. Tanto en África como en Brasil y Perú, Casement presencia incontables ejemplos de la cínica razón esclavizadora carente de todo escrúpulo, que naturaliza el pillaje y la corrupción, y sólo se mueve por el lucro. Descubre también que esa hegemonía es ocultada de manera muy eficiente a las buenas conciencias europeas por un cuerpo doctrinario y un aparato de propaganda muy bien lubricado. Se da cuenta finalmente de que esa misma dinámica del poder colonial es la que Inglaterra aplica a su propio país de origen, el tercer elemento del triángulo, su Irlanda natal, a la que niega autonomía política, cultural y religiosa.
Tales descubrimientos van transformando al protagonista en estudioso del gaélico y de las antiguas tradiciones de su patria, católico converso y ferviente militante del nacionalismo irlandés.
Una intrincada circunstancia de la I Guerra Mundial en la que, asociado a los alemanes, se propone aprovechar la debilidad de los opresores ingleses para propiciar la independencia de Irlanda, lo convierte para la justicia británica (y lo que es peor, para sus más queridos amigos) en traidor condenado a la horca.
Una última vuelta de tuerca de la historia es la homosexualidad de Casement, que el novelista no deja de aprovechar con sabias prolepsis y dosificadas citas de un revelador diario suyo, tal vez apócrifo, tal vez fantasioso.
En manos del servicio secreto británico y gracias a la intolerancia dominante en la época, esas notas íntimas sirven de maravilla para desprestigiarlo y despojarlo de toda credibilidad.
El sueño del celta es ciertamente un caso notable de ficcionalización de la historia donde, a través de la figura de Casement, se actualiza la denuncia de la barbarie colonialista europea. Su valor, sin embargo, va más allá: cuando pone en evidencia con máximo detalle los mil y un recursos y triquiñuelas del poder y la opresión, está señalando también la vigencia actual de tales prácticas. La honesta rectificación de Casement frente al oprobio de la explotación colonial disfrazada de redentorismo modernizador no puede dejar de recordarnos la del propio Vargas Llosa ante el revelador caso Padilla en 1969, cuando retira su apoyo a la Revolución cubana.
Ambos debieron afrontar las consecuencias de sus rectificaciones, de atreverse a disentir de las ortodoxias del poder y a argumentar sus posiciones con pruebas en la mano. Entonces como ahora, mutatis mutandis, su disidencia exhibe con irritante eficiencia los abismos que separan la cruda realidad de los paraísos oficiales o "mares de la felicidad".
Fotografía: EFE / El Nacional
Etiquetas:
Carlos Pacheco,
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