domingo, 30 de enero de 2011

aquí hace calor


Antes de ayer, nos metimos en la ex - KuaiMare, ahora, Librería del Sur, Chacaíto. Nunca está de más, pues hallamos la "Obra Humorística" de Aníbal Nazoa, por veinte mil débiles bolívaeres. Cuenta con las presentaciones, prólogos o "preavisos" de José Vicente Rangel, Eale Herrera y Luis Britto García. Empero, lo que interesa es el contenido: "Obras incompletas" de 1969 que conserva las ilustraciones de Pedro León Zapata, y "Las artes y los oficios" de 1973. Ambas, por suerte, las tenemos en primera edición en casa.

Importa e interesa divertirse con las ocurrencias de Nazoa, escritas décadas atrás, pero de una extraordinaria vigencia. Una parte, se refiere a las piezas y géneros literarios (prólogo, novela rosa, cuento policial, editorial, carta abierta, discurso de orden, libro de cocina, telenovela, ópera, crítica musical, crucigrama, etc.); la otra, sobre el !abogado!, médico, cuidador de carros, drogadicto, !político!, viajado, médico, !barbero!, dentista, !alma de la fiesta!, pintor, etc.

La edición es sencilla, mal papel, acaso no duradera. Sin embargo, pr tan bajo costo, es garantía de una exquisita distracción y humor.

Valga, por cierto, traer a colación estos tres breves artículos del señor Nazoa o Matías Carrasco, ya de vieja data.

LB

EL NACIONAL, Caracas, 13 de Octubre de 1996
Aquí hace calor
Gracias por el nombre
ANIBAL NAZOA

Uno se queda literalmente boquiabierto cuando se entera de la inmensa cantidad de nombres famosos que son en realidad seudónimos. ¨Quién podría pensar, por ejemplo, que Voltaire no es sino uno de los 137 seudónimos que usaba monsieur Francois Marie Arouet, o que Lewis Carroll -autor de Alicia en el país de las maravillas - era el seudónimo que ocultaba al matemático británico Charles Lutwidge Dogsom? Hay todavía quien se niega a creer que Moliere y Jean Baptista Poquelin sean la misma persona. Cuando se averigua que Pablo Neruda no es otro que el ciudadano Neftalí Ricardo Reyes Basualto, casi se cae para atrás, y no se ha repuesto de la sorpresa cuando se le informa que la paisana de Pablo, Gabriela Mistral (ambos son chilenos, poetas y Premios Nobel de Literatura) en realidad se llama Lucila Godoy Alcayaga?, pero más aún se sorprende al saber que los escritores George Sand y Fernán Caballero son en verdad las escritoras Aurora Dupin, francesa, y Cecilia Bohl de Faber, española. Entre los norteamericanos sobresalen los humoristas Mark Twain y O. Henry, cuyos verdaderos nombres son Samuel Langhorne Clemens y William Sydney Porter. Por otra parte, los padres venezolanos de esta época suelen bautizar a sus hijos con unos nombres tan raros que más bien parecen seudónimos, de manera que las páginas rojas y ``sociales'' de los diarios recuerdan las comedias de Plauto.

A todas éstas, ya va siendo tiempo de revelar a los amables lectores la razón de esta larga introducción a este modesto artículo: seguramente habrán notado que a partir de la semana pasada desapareció de estas páginas el nombre del distinguido poeta y escritor Matías Carrasco, que fue sustituido por el de este humilde servidor. Paso a explicar el motivo del cambio:

¨Por qué muchas personas -sobre todo escritores- ocultan su nombre o se escudan tras un seudónimo? Son innumerables las causas que explican esta conducta: una persona puede usar un seudónimo porque vive en la clandestinidad, como Lenin, Trotsky, Gorki y Stalin en sus tiempos de perseguidos políticos; de Stalin yo pienso a veces que se puso ese nombre como una gentileza hacia los demás, que pasarían tanto trabajo para nombrar a Iosif Vissariónovich Dugazhvili (­gracias, Stalin). Se puede elegir un seudónimo para espantarse la sombra de un pariente famoso, escapar de la mala suerte de tener un nombre demasiado caracomún (¨quién se conforma con llamarse Juan Pérez?) o por el simple prurito de distinguirse de los demás mortales. En mi caso específico, el haber escogido para firmar mis escritos con el nombre de Matías Carrasco es un mero lance de la casualidad: no sabía yo -gajes de la incultura- que el Dr. Matías Carrasco no sólo existía sino que era un destacado intelectual guayanés, tan ilustre que una de las calles principales de su ciudad de Upata lleva hoy su nombre. El Dr. Carrasco, poeta y odontólogo, en ese orden, no sólo me perdonó el delito de haberme apropiado de su nombre sino que me quiso conocer y me recibió en una noche inolvidable de amistad y mutuo reconocimiento. Desde entonces he estado usufructuando injustamente la fama de tan apreciado escritor. Ya creo llegado el día de asumir mi responsabilidad y dejar que la memoria del Dr. Matías Carrasco descanse de tanta intromisión. Con lo cual de paso vengo a complacer a los innumerables amigos que ya me cansan con su pregunta recurrente: ``¨Por qué no firmas con tu nombre?''.

Hecho, pues. Desde ahora ya no soy Matías Carrasco sino el puro y simple Aníbal Nazoa, para bien o para mal. Espero que sea para esto último, porque de otro modo estaría renunciando a mi condición habitual de aguafiestas, maluco y enemigo de la democracia y el Estado de Derecho.

Al enumerar las razones por las cuales un autor puede enconcharse en la caparazón de un seudónimo, olvidé mencionar la mía propia: mientras otros lo hacen para huir de un nombre comprometedor, yo lo hago precisamente para lo contrario, para que los lectores sepan quién soy y no me confundan con otros que suenan con música parecida. Me despido, pues, del Dr. Matías Carrasco expresándole mi agradecimiento por haber soportado durante tántos años y con tánta generosidad mi abusivo uso de su nombre. ­Gracias, don Matías!

P.S. Dedico este mi segundo artículo con firma auténtica a mi querido colega y amigo Jesús Sanoja, campeón criollo del seudonimismo, a quien se podría llamar en justicia El Voltaire venezolano por la cantidad de seudónimos que ha utilizado, paisano y amigo del verdadero Matías Carrasco y de quien jamás supe por qué no me enseñó a tiempo el error que estaba cometiendo al escoger como seudónimo tan ilustre nombre. ¨Una mala acción? No lo creo, pero de todos modos, si lo fuera, no tengo reparos en despedirme de nuevo con un sincero ­Gracias, Jesús!


Aníbal Nazoa
(ex-Matías Carrasco)

EL NACIONAL, Caracas, 28 de Febrero de 1997
Aquí hace calor La generación
Pedro Harapos
ANIBAL NAZOA

¨Qué hombre maduro de hoy, al evocar sus lecturas juveniles, no recuerda con especial placer El Príncipe y el Mendigo, de Mark Twain? Cada vez que echo a andar por esta Caracas tan chévere, tan parabolizada e internetizada, me vienen a la mente la imagen del pequeño príncipe Eduardo, heredero del trono de Inglaterra, trajeado con los harapos de su socia Tom Canty, el pillete de Offal Court, vestido a su vez con los ricos paños del Príncipe de Gales. Lo digo por la enorme cantidad de principitos andrajosos que circulan por la ciudad, sobre todo en torno a los lujosos centros comerciales, discotecas y templos del hotdog y la hamburguesa. Con la diferencia de que aquí no se ven por ninguna parte mendigos cubiertos con ropa principesca.

Todo esto es, por supuesto, puro lenguaje figurado. De lo que quiero hablar en directo es simplemente de la moda, una moda que al parecer se va a sostener por muchos años, contra lo que todos pensamos cuando hizo su aparición hace por lo menos siete: El ``último grito'' en materia de ropa juvenil es el propio andrajo, el guilindajo mugriento, el trapo propiamente dicho. Un chamo jai de hoy, para ser tenido en cuenta en los círculos sociales, debe tener la apariencia de un cumplido ragamuffin . He aquí el resumen de la pinta que ha de llevar si no quiere ser confundido con el perraje:

Camisa desguarilada, sin botones y con manchas de chocolate y salsa de tomate.

Chaqueta raída con el cuello mantecoso y un bolsillo desprendido, demasiado grande o demasiado pequeña.

Pantalón jean de color indefinido, con una pierna más corta que la otra, desgarrado a la altura de la rodilla, con un hueco exactamente en la punta de la bragueta, en un lado un remiendo del color más chillón posible y en el otro una tronera que deje ver por lo menos la mitad del calzoncillo o de una nalguita bien blanquita si se trata de una pava sifrinísima, porque esto es unisex.

En vez de cinturón, un pedazo de mecate o una corbata vieja.

Unos zapatones de lona asquerosos, de esos que cuestan como trescientos mil bolívares, grandototes y deformes, de manera que recuerden el pie embojotado en trapo de Chaplin en La quimera del oro .

Si el chamo lo prefiere, puede suprimir camisa y chaqueta y andar con una camiseta adornada con rasgaduras y chapas de mugre. Es altamente recomendable un buen chorrerón de manteca amarillenta sobre la barriga.

Todo de acuerdo con el presupuesto del interesado. Porque no crean, esto de andar harapiento es un lujo que no está el alcance de todos los bolsillos. No se trata de lucir como un loco de carretera, o como cualquier zarrapastroso de los de verdad verdad, no señor, aquí estamos hablando de alta costura y sastrería fina, ¨qué se habían creído? Así viste la juventud chic de hoy. Los rotos y los descosidos, los lamparones de manteca y los codos carcomidos, las mangas deshilachadas y los agujeros de la medias (si las llevaren) son diseñados por los modistos más distinguidos y se pueden conseguir sólo en las boutiques y atelieres más esclusivos. La industria textil y de la confección invierte sumas fabulosas en el diseño de pantalones con el culo prerroto y chaquetas con sofisticados remiendos y amuñuñados. ¨Cuál es la razón para que se produzca este fenómeno? Según los sociólogos de café y los politólogos ``serios'', esta ``revolución de los vestiers'' no es sino una forma de protestar que la juventud de hoy ha escogido frente a la mediocridad de una sociedad en descomposición, etc. etc.

Su palabra vaya alante, señores socio-politólogos, pero yo en esa novísima afición a los andrajos que ustedes podrían bautizar Pedroharapismo Contestatario, Zarrapastrosismo Trascendental, o algo por el estilo, lo que veo no es una protesta sino una distracción, en otras palabras, un afán inhumano de hacer mofa de los pobres. O sea una advertencia para aquellos que todavía se hacen ilusiones y se resisten a creer en lo despiadado que será el mundo que nos espera.

EL NACIONAL, Caracas, 25 de Septiembre de 1998
Aquí hace calor
Gracias por la fiesta
Aníbal Nazoa

Confieso que yo nunca había tenido setenta años. Ahora los tengo, acabados de cumplir, y algunos de los numerosos amigos que generosamente me ofrecieron el bonche del japiverdi se niegan a creer que, tal como lo decía en mi anterior artículo, no se me ocurría nada que decir acerca de mi septuagésimo aniversario... Por cierto, me niego rotundamente a aceptar que se me llame septuagenario, por la sencilla razón de que al fin y al cabo setenta años los tiene cualquiera, pero cualquiera no es septuagenario; yo por lo menos no lo soy por la muchísimo más sencilla razón de que septuagenario es una palabra muy fea y la rechazo de plano. Por lo demás, la verdad es que sí se me ocurría y se ocurre mucho que decir en torno a mis setenta; es tanto lo que se me ocurre que para decirlo tendría que contratar las páginas de la guía telefónica y todavía necesitaría un suplemento. Por eso prefiero, en vez de aburrir a los lectores con lo que inevitablemente vendría a resultar una nota social en torno a mí mismo, repetir algunas consideraciones que ya he hecho en otra parte sobre el problema de los cumpleaños o, más científicamente, de la edad, que es uno de los misterios más profundos que motivan mis cavilaciones.

¿Por qué se da una importancia tan desmesurada a la cuestión de la edad? ¿Cuál es la ventaja, la ganancia que obtiene una persona recortando el número de los años que tiene, o como se dice popularmente quitándose la edad? La preocupación por la edad y la manía de rebajársela es un misterio que encierra otros misterios. Por ejemplo, el de la celebración del cumpleaños: si tanto nos duele alcanzar un año más de edad, es decir, el hacernos un año mas viejos ¿por qué lo festejamos? Bien vistas las cosas, la verdad es que de hecho lo que celebramos es que nos queda un año menos de vida, que estamos dando un paso más hacia la tumba fría. La única explicación plausible para esta extraña conducta es el saber que nos aguarda un año menos de padecimientos en este mundo ingrato, que damos un paso más hacia esa otra dimensión donde nunca más veremos a los adecos y los copeyanos. Sin duda, un buen motivo para alegrarnos. Hagamos mientras tanto una observación respecto a las fiestas cumpleaños, concretamente a las de quince años: No trataré de explicarme por qué a las niñas se les ofrece una gran fiesta cuando cumplen los quince y a los niños casi se les castiga por lo mismo. Mejor permítanme observar que el punto culminante de la celebración es aquel en que toda la concurrencia hace ruedas para que la cumpleañera, en traje largo y todo lo demás, baile un vals -el vals- con su orgulloso padre. ¿Por qué precisamente un vals, que es baile de viejos, y no una buena salsa o un sabroso merengue? Acaso sea para recordarle a la chica que un día ella también será una vieja. A propósito de viejos, retomemos el tema del comienzo: ¿por qué la gente se quita la edad? Posiblemente sea entre otras cosas por rehuir el castigo por el delito de ser viejo, el más severamente penado en esta sociedad chévere y consumista que llama viejitos a los pensionados.

Es mucho lo que hay que contar cuando uno se pone a recordar lo que le ha pasado a lo largo de setenta años; es mucha vida, muchas hojas de muchos almanaques. Ya habrá tiempo para volver sobre el "viaje a la semilla", el maravilloso cuento de Alejo Carpentier. Ya continuaré pero entretanto, déjenme referirme a dos puntos claves de mi relato: el primero, allá cuando apenas empezaba a hablar en mi media lengua y mi padre me llamó para "ponerme en los palitos". "Ponerme en los palitos" significaba enseñarme a tener cuidado con lo que decía, porque a esa edad ya podía caer en las garras de los espías de Gómez. El segundo, el actual, el de este año electoral en que según hablemos podemos ser acusados de "enemigos de la democracia" o sea del peculado, el "cuánto hay pa' eso", el barraganato y la entrega al capital transnacional, que es precisamente aquello que temen perder los que ven llegar el fin de su era "democrática según y cómo". Seguiremos informando desde el mismo chiquero.

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