martes, 18 de enero de 2011

modelación del estropicio


Arquitectura del deterioro rentista
Luis Barragán


Martes, 18 de Enero de 2011

Afortunadamente, en la red de redes circula una data básica sobre la llamada Torre de David que pudo fungir como sede del jamás inaugurado Centro Financiero Confinanzas, ubicado en la avenida Andrés Bello de Caracas. Uno de los inmuebles más altos de la ciudad capital (“190 m de altura en una superficie de construcción de 121.741,00 m²”), se ofrece también – necesario es recordarlo - como el testimonio histórico de la crisis financiera que nos devoró por los noventa, en el marco del ya fatigado ultrarretentismo por siempre padecido.

De un itinerario legal complejo, a nombre de FOGADE – una vez - y – después – de una empresa bancaria, a mediados de la presente década se (ante) proyectó como sede ministerial por la alcaldía mayor, hasta que fue invadido al principiar 2008. Y, desde entonces, el conjunto que –además - tiene salas de reuniones, estacionamiento de rampa y helipuerto, ha experimentado un deterioro inaudito.

Brevemente, por una parte, deseamos destacar la absoluta improvisación e incompetencia del chavezato que no sólo ha generado un pavoroso e injustificado déficit de viviendas, sino que ha permitido la generalizada invasión de las edificaciones que ocultan o tratan de ocultar su responsabilidad, expropiando otras con las cuales no sabe qué hacer. Huelgan los comentarios, permitiéndonos ilustrar el último caso con el tristemente célebre edificio “Los Andes” de Sabana Grande. Sin embargo, nos interesa subrayar el predominio actual y creciente de una estética de la precariedad, la que ya va más allá de la concedida por las extensas áreas marginales de la urbe, aunque siempre pesa aquella perspectiva extraordinaria que asomaron artistas como Meyer Vaisman.

En efecto, por otra parte, nos referimos a la espléndida torre que finge de faro durante el día, cada vez más débil rebotador de la luz solar, mientras enmudece en la noche. Experimentando un lento deterioro, ha sido objeto del saqueo sistemático de sus nobles materiales, adquiriendo perfiles del gigantesco rancho que nos merecemos por la horrible injusticia social ligada al espejismo de una falsa prosperidad petrolera, ahora tan dramáticamente enfatizada por el socialismo campamental y rentístico en curso.

En la lejanía o proximidad, la distancia o cerquedad, observamos el inmueble, aunque jamás hemos logrado traspasarlo para enterarnos un poco más de las intimidades de sus vivencias comunitarias. Probable réplica de la cultura del barrio, en las que las autoridades públicas probablemente intentan mediar y aliviar, hacia el exterior asoma una concepción arquitectónica capaz de transformar radicalmente aquella que un día celebraron los grandes consorcios financieros.
Aledaños, desde el puente elevado, observamos mejor el añadido de paredes inconclusas en los niveles o pisos iniciales que también exhiben un cableado pendiente entre los bloques que esperan mejor suerte. Desde la planta baja o la pasarela peatonal, la mirada hacia el infinito encuentra rápidamente un copioso bosque de antenas de Directv, cortinas y ropas tendidas que se abrieron paso al zafarse de los viejos ventanales, como si fuese un inmenso panal de concreto armado que dice evadirse tras el silencio que lo anima, en la holgura de todas sus restricciones a lo foráneo.

Apartados, miramos un complejo arquitectónico en constante mudanza que es, en propiedad, la de nuestras percepciones ante la descomunal irresponsabilidad del Estado, agravadas unas frente a otras, evitando imputar a los más inocentes que aéreamente imponen un gusto columpiado entre la literal supervivencia y el consumismo. Todavía guardamos las impresiones de un furioso aguacero que, visto desde la oficina de unas personas amigas, en una torre relativamente vecina, desgarraba las inmensas láminas que caían, tardando en arribar el estruendo a nuestro privilegiado mirador.

El más exacto “gallinero vertical”, como bien lo denomina María Efe al citar las reiteradas promesas presidenciales, ilustra muy bien la arquitectura voluntaria e involuntaria de estos años, añadida aquella sentencia condenatoria respecto a las viviendas “cajitas de fósforo” que antes se hicieron y – ahora – simplemente ni se atisban. Miradores frente a una torre que nos mira, fraguando constante y emblemáticamente el estropicio.

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