domingo, 16 de enero de 2011
algo más que el diseño gráfico
EL NACIONAL - Sábado 15 de Enero de 2011 Papel Literario/4
Resetario
Diseñadora gráfica de larga trayectoria, Anita Reyna se ha destacado como una creativa que ha manejado diferentes soportes y medios de expresión.
Incursionó en las artes plásticas en 2006, desde entonces ha exhibido varios montajes dentro y fuera del país. El pasado 28 de noviembre se inauguró su exposición individual Resetario, en Elvira Neri en Arte a Chorros del Centro de Arte Los Galpones
SANDRA PINARDI
Después del silencio inaccesible de las obras modernas, el arte contemporáneo, el que nos compete, es aquel que nos interpela inscribiéndose en la mirada como una pregunta, como un enig ma inquieta nte.
Unas obras relacionales, en las que distintos medios y distintas experiencias se conjugan para dar la oportunidad al diálogo, para abrir conversaciones.
Por ello los artistas integran saberes y disciplinas disímiles, por ello también incorporan en las obras elementos, materia les y estrategias provenientes de distintas regiones de la realidad, de la experiencia cotidiana. En este sentido, el artista de nuestro tiempo es un productor de relaciones, es un ingeniero de las mediaciones y la comunicación, es un "cocinero" de significaciones.
Y a sí como las cocinas son, por excelencia, los lugares de la conmemoración, en los que las materias (de distintas densidades, estados y procedencias) se trasmutan, se conectan y se funden, donando sus sabores, olores y texturas, sus más íntimas cualidades para que a lgo acontezca, se haga presente y permita el gozo, las obras de arte contemporáneas son, por excelencia, lugares de interpretación y juego, en los que distintos elementos (cosas, imágenes, palabras) se acercan, se funden y se intervienen mutuamente transformándose en sentido: a la vez, en significación y orientación. En ambos, en la cocina y en la obra de arte contemporánea la producción se hace para otros, y se hace en espera de sus sonrisas, en la búsqueda de sus respuestas, se hace con el deseo de que sea consumido, de que desaparezca. Tanto el cocinero como el artista es un demiurgo capaz de convertir las necesidades en deseos y los requerimientos en dicha, diversión y regocijo. Por ello, la cocina y la obra de arte es siempre un juego: el juego del afecto, de la satisfacción y el deleite, gracias al que el espacio de las exigencias (de la sobrevivencia) se convierte en un mundo de exploraciones sensoriales, de complejas e infinitas posibilidades de posesión, de uso, de satisfacción.
Ana Isabel Reyna cocina, pero no cocina carnes o vegetales, sino que cocina los alimentos con los que hacemos los sentidos y los significados que dan densidad y orientación a nuestra existencia. Cocina con palabras e imágenes, las trasmuta, las conecta y las funde, y logra que cada una, de una forma sencilla y directa, done, entregue, brinde aquello que constituye su densidad: esas significaciones segundas, escondidas, que están siempre ocultas detrás de los usos inmediatos, del consumo cotidiano, de la respuesta condicionada. Cocina unas recetas, las "resetea" en unos platos, en los que se hace presente esa sutil, y siempre elusiva, dimensión poét ica (ese suplemento metafórico) que poseen los utensilios y las acciones más simples y comunes, aquellas que realizamos todos los días.
Así cocina unas imágenes que son cosas y que son también palabras y alusiones, que son también ideas e insinuaciones; unas imágenes que, a primera vista, parecen absolutamente evidentes debido a que declaran, francamente, cuáles son sus conexiones y cómo operan sus relaciones: por ello, la cuchara sostiene y el cuchillo corta, en los tenedores se enredan las palabras en su materialidad para producir una lectura reiterada, por ello, también, las frases encuentran su contraparte simbólica en los objetos que las describen y las descubren. Pero esa evidencia primera con la que estas imágenes nos abordan se convierten, por el juego sorprendente que A na Isabel logra inscribir al interior de cada una de esas cosas trasmutadas, en un lugar incansable de indagación y reconocimiento, en el que podemos descubrir rastros, huellas, evocaciones, potencias que ejercitan ampliamente la memoria: la memoria cotidiana, la memoria personal, la memoria que nos hace pertenecer a una comunidad.
Precisamente a llí, en su condición incierta, en su pertenencia indistinta a la imagen, la palabra y la cosa, y en el hecho de que conjugan la pulcritud de las prácticas del diseño con el espacio fundamentalmente potencial del arte moderno, es que estas obras se imponen como dispositivos, a saber, como figuraciones o formas que nos obligan a ejercitarnos, que actualizan nuestros propios juegos de conexiones, de vínculos. En efecto, podríamos decir que ese requerimiento ineludible de participación que excede la pura contemplación y que exige interpretación y juego, es probablemente una de las estrategias básicas con las que opera el arte contemporáneo: es su táctica de cercanía, su modo de hacer evidente (y también problemático) que existimos en un mundo relacional, en una realidad que se constituye de conjunciones más que de presencias, de correspondencias y concordancias más que de entidades o propiedades.
En este sentido, estas obras recurren a fragmentos de aquello que "está a la mano", de aquello con lo que convivimos (sean éstos utensilios, palabras o cosas), para producir unas piezas --unos platos-- que no se imponen como composiciones inaccesibles o como expresiones íntimas sino que, por el contrario, reclaman de nosotros construcción y diversión, colaboración e intervención, y que por ello mismo se nos hacen apropiables: siempre nos pertenecen. Ese es justamente el enigma --y la magia-- de la visualidad: que se da --que se brinda, se entrega-- en el exceso de la imagen, en lo que la imagen tiene de realidad concreta, de ámbito de vida, de escenografía cotidiana, de habitabilidad.
Por ello, estas obras se presentan como un lugar de encuentros: superando las oposiciones, haciéndose cargo de las paradojas, y posibilitando con ello la producción constante de nuevos e inéditos ordenamientos.
Estas obras recurren a fragmentos de aquello que "está a la mano", de aquello con lo que convivimos (sean éstos utensilios, palabras o cosas), para producir unas piezas --unos platos-- que no se imponen como composiciones inaccesibles o como expresiones íntimas sino que, por el contrario, reclaman de nosotros construcción y diversión, colaboración e intervención
Formalmente, en su presencia, estas obras hacen del procedimiento de síntesis semántica, propio del diseño, una estrategia artística que permite concentrar en el encuentro de un mínimo de elementos una diversidad de incontables encadenamientos interpretativos. En esta estrategia los elementos pictóricos han sido reducidos a sus formulaciones más neutras (el blanco, el gris metálico) con la intención de convertir cada cosa --palabra, utensilio o recorte-- en un elemento alegórico --en una suerte de ícono-- desde y en el que poner en juego, hacer coincidir, nuestra memoria y nuestro saber con ese imaginario cotidiano de frases y recursos metafóricos de nuestro imaginario cultural.
Tanto en la visualidad como en la cocina se conmemora la comunidad, es decir, aquello que tenemos en común y que nos congrega (nuestra más esencial contextura política), aquello que podemos compartir, aquello en lo que nos podemos reconocer como semejantes. Como operaciones artísticas, estas imágenes/cosas conmemoran eso que nos reúne en torno a las regiones particulares del arte y de las expresiones simbólicas: celebran la sorpresa siempre imprevisible con que los significados y las palabras nos abren el mundo (y nos abren al mundo), festejan el gozo con el que las imágenes visuales pueden hacer presente, pueden convertir en rea lidad pa lpable, aun nuestros más complicados pensamientos. Conmemoran, entonces, el espacio intangible de las insinuaciones y las remembranzas, la belleza del asombro que acontece ante el descubrimiento de lo que excede, de lo que sobrepasa, la pura presencia de las cosas.
Porque estas imágenes no son totalmente una ausencia o una presencia, se escurren, tampoco son propiamente lo que en ellas aparece, sino que son el dispositivo para realizar un conjunto de articulaciones desde las que, cada uno de nosotros, tiene que a legremente implicarse: tiene que hacerse eco de las palabras y los utensilios, reconstruir las conexiones desde lo que le pertenece, acceder a incorporarse en esas inscripciones detenidas, puestas allí para la caricia lenta de la mirada en su degustamiento de significaciones.
Y al igual que en una exquisita comida, entre las cosas y sus palabras, en el espacio creado por una impecable y laboriosa presentación, se produce un encadenamiento sin término de sentidos que se dan sólo con la demora, como lo hace los sabores que se esconden detrás de los bocados, o los olores que acompañan los vinos.
De modo tal, que la presencia: el blanco intachable se contamina de indicaciones y referencias, y la palabra se muestra presencia para la mirada, y las cosas se transforman en metáforas.
Estas imágenes no son totalmente una ausencia o una presencia, se escurren, tampoco son propiamente lo que en ellas aparece, sino que son el dispositivo para realizar un conjunto de articulaciones desde las que, cada uno de nosotros, tiene que alegremente implicarse
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