miércoles, 12 de enero de 2011
otear un museo
EL NACIONAL - Martes 11 de Enero de 2011 Escenas/2
Esto es lo que hay
Artes visuales
El Museo Alejandro Otero
LORENA GONZÁLEZ
Este fin de semana visité el Museo Alejandro Otero. Era domingo. Mientras me acercaba a la ruta de la autopista que lleva desde Plaza Venezuela hasta la entrada del Complejo Cultural La Rinconada, un cúmulo inevitable de recuerdos se apoderó de mí. Más de mil mañanas en aquella travesía de ida hacia los linderos de la ciudad; más de mil tardes de regreso aliviando la carga laboral con un Ávila a contracorriente, iluminado por las franjas transitorias e intensas de la tarde caraqueña, que culmina el paso por la arteria vial donde elaboraba en silencio o en la compañía de los colegas el resumen del día, los pasos encontrados, los proyectos por venir.
Comencé a trabajar en el MAO en el año 1998, cuando aún no culminaba mis estudios en la Escuela de Letras de la UCV. Para ese entonces no tenía definida mi vocación como investigadora de artes visuales, pero el contacto con una institución que aunque modesta tenía líneas de investigación muy bien definidas, así como con la solidez, generosidad y compromiso de los profesionales que allí trabajaban, abrió los caminos de lo que hoy en día es mi profesión.
En ese momento el museo ya contaba con un recorrido de valiosos proyectos expositivos, educativos y comunitarios. Exposiciones colectivas como Trasatlántica (1995), Sin fronteras (1997) o Cuerpos contaminados (1999), junto con individuales como Guillermo Kuitca en Caracas (1998), Tunga: 1977-1997 (1998), Sin título, Caracas. Félix González To- rres (2000) o Stan Douglas (1998), entre muchas otras, convirtieron a esta institución en una referencia dentro del arte contemporáneo latinoamericano.
Repasar la historia de su descomposición posterior sería traer a la luz un pertinente ejemplo de esa pérdida de autonomía administrativa, conceptual, estructural y formal que hoy amenaza a otros entornos de producción del conocimiento en Venezuela, como es el caso de nuestras universidades. En el transcurso de los últimos 6 años, a pesar de la resistencia de los trabajadores, la ruina parece ser el epicentro de acción más relevante de los museos capitalinos. Hoy, el Museo Alejandro Otero fue despojado de sus posibilidades expositivas para alojar a 350 damnificados por la grave situación de las lluvias, un grupo humano producto de la lamentable incompetencia gubernamental para otorgar una vida medianamente equilibrada y digna a ese "pueblo" tan nombrado y tasajeado a su vez por las fauces del populismo estatal. En la sala 1 todavía persisten los restos museográficos de una exposición recién desmontada; una muestra curada a mediados de junio por los investigadores Indira Aguilera y Simón Conde dentro del programa de estudio del patrimonio, en la que se reunía la obra de artistas como Gego, Eugenio Espinoza, Sigfredo Chacón y el propio Alejandro Otero.
Bajo el desvencijado título La ironía de la retícula, la tarde de este domingo me encontré con la silueta de una anciana perdida en la penumbra de la sala. La oscuridad no apagó el eje de su mirada, superponiéndose a la sombra la fuerza de su desconcierto. Detrás de ella los restos de escombros, literas, ropa y utensilios se ocultaban entre los fragmentos de la panelería todavía presente en el espacio expositivo. Me di la vuelta en medio de los niños que corrían. Mientras salía, no dejaba de pensar en la "ironía de la retícula" y en el ánimo de esta mujer... tan abandonada, deshabitada y extraviada como aquel lugar sin norte que tanto significó y que ahora le ofrece abrigo temporal. Así comienza el año para la cultura en el país.
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Lorena González I.,
Museo Alejandro Otero
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