NOTITARDE, Valencia, 01 de Julio de 2012
La fe en el dios de la vida (Mc. 5,21-43)
Pbro. Lic. Joel de Jesús Núñez Flautes
Los cristianos católicos creemos y manifestamos nuestra fe en un solo Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo y que se nos ha manifestado en la persona de Cristo Jesús como el Dios de vida y que da vida plena y ofrece vida eterna. De hecho, Jesús en una ocasión afirmó: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn. 14,6). Pues bien, el texto del evangelio que hoy leemos dentro de la liturgia eucarística, nos presenta a Jesús resucitando a la hija de Jairo (uno de los jefes de la sinagoga) y sanando a la mujer que desde hace muchos años sufría de flujos de sangre. Tanto Jairo, como aquella mujer que se acerca a Jesús para tocarle el manto, lo reconocen como Dios y Salvador y de hecho Jesús se manifiesta delante de la multitud que lo apretujaba y lo observaba como el Dios que está cerca de los que sufren, los enfermos, los pobres, desvalidos, de los moribundos y es capaz de sanar al hombre integralmente, del alma y del cuerpo. Tiene el poder de resucitar al hombre y hacerlo partícipe de la vida nueva.
Lo que pide Dios que tengamos para poder recibir sus dones, sus milagros y sus favores, es que tengamos fe en Él, que creamos que Jesús es el Hijo de Dios que vino al mundo para destruir el pecado y la muerte; que vino para salvar al hombre y darle vida en abundancia. La fe es capaz de mover montañas y el cristiano necesita poner su confianza en Dios que no defrauda a sus hijos, que no los abandona; en ese Dios amigo del ser humano, que no está distante, sino muy cercano de sus hijos, que por amor nos creó y por amor vino al mundo, se encarnó, vivió como cualquiera de nosotros, murió en la cruz y resucitó para señalarnos el camino al que estamos llamados; el camino de la vida sin fin, junto al Dios Uno y Trino, el Dios del amor y de la vida.
El cristiano necesita tener una fe profunda en Dios como la de Jairo y la mujer hemorroisa, que suplicando o tocando al Divino Redentor, fueron atendidos y socorridos en sus necesidades. Jairo por su fe experimentó el milagro de ver a su hija resucitada y la mujer sintió que su cuerpo estaba sano de los flujos de sangre. Pero el cristiano no sólo necesita tener fe, sino al mismo tiempo contemplando a su Dios y Señor, debe aprender a tener su misma bondad, misericordia y disponibilidad para ayudar a los que sufren, a los que se sienten tristes, abandonados, desplazados, solos o que son pobres y carecen de lo necesario para vivir o están enfermos. El cristiano necesita ser el hombre y la mujer de la fe y la caridad; porque no sólo basta la fe, no sólo es suficiente decir Señor, Señor, sino vivir en el amor a Dios y al prójimo como a uno mismo; si la fe no va acompañada del amor y éste traducido en obras, en disponibilidad para el hermano, sea quien sea, la fe queda vacía. La fe y el amor son dones de Dios y el cristiano auténtico es bendecido con estos dones que lo capacitan a ser reflejo de la presencia y actuar de Dios en el mundo.
Jesús que lo vemos haciendo hoy dos milagros a dos mujeres, la niña que tenía doce años y la mujer que desde hace doce años sufría de flujos de sangre, le pide a Jairo y a ella que tengan fe y al mismo tiempo con su actuar, con su actitud enseña a sus discípulos y a la gente que le seguía que quien se llama cristiano o es cristiano por el bautismo, por creer en Cristo, necesita vivir y actuar como Él lo hizo; tendiendo la mano sin diferencia alguna, sin menospreciar a nadie. Jesús como maestro judío no despreció a la mujer, como si lo hacían los jefes religiosos de su tiempo. Hoy en día, en nombre de Cristo o de la religión se hacen clasificaciones entre puros e impuros, cristianos o paganos, digo que tengo fe y descalifico y condeno al otro, predico no la Palabra de Dios, sino la descalificación de los demás, me hago juez o arbitro y se olvida lo que es esencial en el cristianismo o el discipulado: El amor; sin amor la vida cristiana carece de fundamento, es una mentira. La fe auténtica debe llevar a la plenitud o la cúspide del cristianismo. La fe es la puerta de entrada, pero el amor es la cima, la cumbre. Quien cree y ama, sigue al Dios del amor y de la vida y lo demuestra el amor a los demás, sin importar su condición social, política o religiosa.
IDA Y RETORNO. Rindo un homenaje y recuerdo a Mons. José Sótero Valero, que el pasado 29 de junio murió en nuestra ciudad, después de haberse convertido en obispo emérito de la Diócesis de Guanare. Quiso vivir en el Seminario desde el mes de noviembre que regresó de aquella diócesis coromotana. En medio de sus errores (como cualquiera de nosotros), supo traslucir en estos meses entre nosotros el rostro de lo que debe ser un auténtico sacerdote; nos enseñó con su ejemplo lo que es perseverar en la vocación, en la vida de la gracia y la perseverancia final. Hombre fiel a sus principios sacerdotales, trabajando por el Reino hasta la muerte; formando, organizando, proyectando, animando, aconsejando, sosteniendo. Hombre eucarístico, amante de la Palabra de Dios, mariano cien por ciento, confesor misericordioso, siempre hombre eclesial, de comunión. Que nos sirva su ejemplo cristiano y de pastor. QEPD.
Ilustración: Rafael Vargas-Suárez
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