EL NACIONAL - Viernes 06 de Julio de 2012 Opinión/6
Sin arma y con alma
Pero la historia venezolana muestra lo imbricada que en su propia naturaleza fundacional están ambas poblaciones, la llamada pata en el suelo y la calzada con botas de altísimo calibre para herir y patear a quienes no se arrodillen ante su intento de aplastar almas independientes y rebeldes
ALICIA FREILICH
La objetiva historia militar de Venezuela es materia principal, pero no ha figurado en los programas pedagógicos civiles y tampoco en los de escuelas castrenses, donde, sobre todo ahora, se imparte una cartilla de heroico parque jurásico. Por eso los jóvenes, en especial los de las clases sociales C y D, son fácil carne de cañón y apertrechados conejillos de laboratorio bajo el dictado manipulador de quienes, por ahora, comandan la Fuerza Armada Bolivariana. Pero la historia venezolana muestra lo imbricada que en su propia naturaleza fundacional están ambas poblaciones, la llamada pata en el suelo y la calzada con botas de altísimo calibre para herir y patear a quienes no se arrodillen ante su intento de aplastar almas independientes y rebeldes.
Entre conatos de golpe mayores y menores, antes y durante los cuarenta años de democracia, el pueblo armado era un sector de mucho respeto, cariño y confianza para el venezolano promedio, pues, aunque cumplía con el mandato constitucional que ordena la obediencia jerárquica interna, de facto, el ciudadano en uniforme militar y ropa civil eran una sola familia nacional.
Cuando Billo Frómeta utilizó el tema de los cadetes en desfile para su famosa guaracha, en plena dictadura perezjimenista, tradujo ese popular afecto por el soldado en ciernes o graduado, dispuesto a la defensa de su patria contra cualquier injerencia extranjera por invasión fronteriza o cualquier tipo de agresión.
Esa certeza inspiró a Andrés Eloy Blanco y a Inocente Carreño, autores del himno de AD, cuya premisa es: "Adelante, a luchar miliciano, a la voz de la revolución", jerga marxista de moda, defensiva contra dictaduras pero no sanguinaria. El estadista Rómulo Betancourt, de intuición y conocimiento parejos, la convirtió en práctica legal al crear ese reformista partido político de masas, y con renovada carta magna otorgó a los militares ciertos privilegios financieros, médicos y educativos para alejar tentaciones de arraigada tradición subversiva.
En cuatro décadas de progreso moderno el gremio armado creció tanto, profesional y culturalmente, con esas prerrogativas y cursos de mejoramiento, que pudo desbandar al movimiento guerrillero universitario en su mayoría gestado en los años sesenta y, así, fue factor fundamental en que el chulo-fidelismo castrista fracasara en su intento de ideologizarlo para adueñarse de esta mina petrolera. Ahora la tiene bajo control y beneficio, con total venia de un comando cívico-militar vendepatria, resentido y ambicioso, que por denuncias foráneas y domésticas está activo en delito organizado, corrupción y posesión de un arsenal guerrero comprado a los imperios chino y ruso para someter a la decente civilidad venezolana desde un terror estatal que amenaza con liquidarla, comenzando con la frase reiterada de anular su nacionalidad, al modo fascista de práctica nazi.
La actual milicia, los llamados colectivos que son grupos siniestros de choque al estilo de aquella argentina Triple A durante los gorilatos y un grupo de la Guardia Nacional, juventud robotizada con armamento y clichés comunistas, sin espiritualidad, son aquellos niños de la calle vendedores de lo que fuera en los semáforos y que hace catorce años el bolivarismo charlatán prometió erradicar otorgándoles oficios útiles y dignos.
El grueso de la Fuerza Armada Nacional, es hermano y no verdugo de su propia gente, pero luce mudo por el espionaje que lo inmoviliza. Pero no es necesario ser especialista en la materia ni ejercer el detectivismo para sentir la convicción de que pronto tendrá el chance de mostrar cómo el sustrato del alma venezolana es redentor, ese que levanta una punta de su cuero cuando le pisan la opuesta, que sobrevive, el pobre, pidiendo libertad desde su choza, que el vil egoísmo esta vez no triunfará.
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