Ante la pasión de los extremos
Luis Barragán
Martes, 21 de marzo de 2000
Demasiadas incidencias (des) hicieron a la II República española. Las utopías de signo contrario, la colmaron de pasión y pólvora. Hubo una esperanza con los comicios de febrero de 1936, pero no cupieron las posturas intermedias, moderadas o centristas que le permitiera al país superar su evidente atraso y soportar el fiero contexto internacional de entonces.
Bajo la conducción de Manuel Azaña, el nuevo Gobierno toma iniciativas que agudizan el rencor de las derechas y de las izquierdas. Reaparecen en el horizonte la violencia callejera, las huelgas, los asesinatos por motivos partidistas, la quema de conventos. Unos miran al escritor como el Karenski que no detendrá el paso arrollador de Francisco Largo Caballero, el "Lenin español", mientras Niceto Alcalá Zamora, es destituido como Jefe del Estado gracias a las dos disoluciones de las cortes.
Parecen tardías las diligencias centristas, vista la terquedad suicida de José María Gil Robles y la fallida intentona militar de diciembre próximo pasado.
Asciende Azaña como cabeza de la República, pero debe hurgar con cuidado la nómina para confiar la conducción del Gobierno. Indalecio Prieto surge como la figura idónea ante el insoportable hervor de los extremos. No es posible y Santiago Casares Quiroga ocupa el premierato.
Prieto dirá, en un discurso pronunciado el 25 de mayo del referido año, que las aspiraciones de justicia social del proletariado están marcadas por la realidad y las mudanzas de cada instante, pues se agigantaba el peligro de una alianza del fascismo con la pequeña burguesía, en medio del desasosiego, la zozobra y la intranquilidad. Por lo demás, hoy los expertos observan la ausencia de un soporte teórico que permitiera trazar los objetivos revolucionarios o contrarrevolucionarios, arbitrando los medios necesarios. Siendo así, la violencia instintiva tomará la calle ciega de la improvisación, sorprendiendo a los mismos insurgentes.
Era extenso y calificado el catálogo de los conspiradores contra la República, obligado el analista a un esfuerzo extraordinario para prever el nombre que definitivamente los capitalizaría. Cuenca había sido el escenario de un discurso disuasivo, el primero de mayo, en el que Prieto, al esgrimir su intuición, convierte la sospecha en vaticinio: Francisco Franco será el caudillo.
En los espacios políticos domésticos se evidenciaban conflictos de alto octanaje que requerían de condiciones, probablemente existentes, para la moderación.
Con frecuencia se habla de las marcadas distinciones en el seno de las izquierdas, hasta llegar al homicidio de Andreu Nin, del Poum, a manos de las chekas. Y muy poco, por la fuerza y comodidad de los estigmas, en relación con las figuras de genuinas convicciones socialcatólicas como Giménez Fernández y Luis Lucía. Incluso, éste, a manera de ilustración, había fundado la Derecha Regional Valenciana, asimilada al Ceda, pero se opuso al alzamiento del 18 de julio de 1936, siendo curioso que sus militantes fuesen perseguidos y asesinados por los republicanos y los nacionales, simultáneamente. Al ahogo de las circunstancias políticas podemos sumar el de un lenguaje que ejerció todo su peso maniqueo, sin retratar fielmente y con prontitud la diversa aprisionada en los estereotipos en boga.
Prieto murió en México (1962), en un exilio que jamás supuso tan largo. Fue una opción perdida en mayo de 1936, cuando pudo encabezar el Gobierno, lidiando pragmáticamente con los problemas junto a Manuel Azaña.
Hay quienes razonablemente afirman que el centro constituye la senda más prometedora hacia el poder, permitiendo articular los más diversos intereses en conflicto con beneficios inmediatos, quizás efímeros, aunque -a la larga- sea una afrenta a la más elemental o genuina noción de compromiso, propicio para toda suerte de oportunismo. Pero, en determinadas circunstancias, goza de una enorme validez si es alimentado por la moderación como el acto de mayor audacia, rigor estratégico y compromiso efectivo, en el marco de una lucha encarnizada por el poder, donde las pasiones extremas no sólo asfixian cualquier fórmula posible de convivencia pacífica y libre, sino constituyen un fácil atajo para la supervivencia de los peores.
Fuente: http://www.analitica.com/va/internacionales/internacionales/9246305.asp
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