sábado, 16 de abril de 2011

RITMO E INCISIÓN


EL NACIONAL - Martes 12 de Abril de 2011 Escenas/2
Esto es lo que hay
Artes visuales
A propósito de Corina Briceño
LORENA GONZÁLEZ

No suelo hablar de estas cosas. No lo hago porque no debería mirar desde el ejercicio crítico de esta columna el discurrir de algunos proyectos en los que participo. Sin embargo, tal vez el desplazamiento de estos tiempos silenciosos y movedizos, junto con los desfallecimientos resbalosos de palabras, historiografías y acentos que sobre la producción artística más actual se escapan en el día a día de un país "tan ocupado" en otras cosas, me han llevado a reparar en la ausencia de espacios de discusión para --sin razón o con ella-- arriesgarme a escribir unas breves notas sobre mi propia historia y la de esos relatores visuales a los que acompaño en algunos de sus procesos creativos.

Conocí a Corina Briceño a través de la Galería Artepuy, con ocasión de organizar su más reciente muestra individual inaugurada el pasado domingo. El encuentro con ella y su trabajo representó una extraña grieta que se manifestó como una incisión abierta en un doble sentido: por un lado, la sorpresa que me produjo su disciplinada fuerza creativa y el rumor incansable de su actividad; en otro ángulo más profundo, el despertar soterrado de reflejos dolorosos donde afloran los síntomas de esa historia difícil y compleja que agobia los entornos artísticos de nuestra contemporaneidad, en especial para esa generación no acostumbrada a las modas, para esos artistas centrados en su labor, desprendidos ya del producto último, de la gran muestra, de las agobiantes demandas del pequeño espacio comercial.

Tal es el caso de esta creadora que comenzó su camino a mediados de los años setenta. Junto a ella y frente al contexto me detengo en otros nombres: Adrián Pujol, Consuelo Méndez, Víctor Hugo Irazábal, Antonio Lazo, Jorge Pizzani, Ana María Mazzei, Luis Lizardo y muchos más... Artistas olvidados por el silencio institucional de los museos y por el furor esnobista de ciertos organismos emergentes preocupados en extremo por la novedad, por la venta, por los aciertos efímeros y las apariencias engañosas de lo inédito. Personalidades de trayectoria que deberían estar en las salas oficiales de la cultura venezolana, brindando las resonancias de sus logros y desvaríos, de sus hallazgos y desencuentros, de ese sendero recorrido a través de muchos años de trabajo.

A este relato me llevó la confrontación estética que pone en escena la artista, frases que se construyen sinuosas en algunos lugares todavía dispuestos a otorgarle un campo de acción a la experiencia. En su taller me conmovió la constancia y el riesgo, la persistencia acentuada junto con la reflexión y el valor. Se hacen visibles nuevos formatos que la trasladan desde la pintura y la gráfica hacia los linderos del video y la fotografía. En la diversidad de materiales las piezas se afianzan, vislumbran una esencia que subsiste y se engrana en las particularidades de cada trazo, de cada toma, de cada pincelada, de cada gesto construido. En homenaje a Corina me permití estas palabras sobre los vericuetos de una obra comprometida, imágenes desprendidas y arraigadas en las trampas de la perspectiva y los matices, en las posibilidades de los artificios y los desplazamientos efímeros de la luz y el sonido. Una propuesta que deja que la hibridez y el ritmo hablen de las cadencias de un desalojo que permanece, desde el centro de sus propias inquietudes conceptuales hasta los derroteros formales de una trayectoria que hoy es ejemplo para las nuevas generaciones.

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