lunes, 18 de abril de 2011
DESPLAZAMIENTOS DE UN MISMO TINTERO
EL NACIONAL - Lunes 18 de Abril de 2011 Opinión/7
Libros: Patrick Modiano
NELSON RIVERA
También aquí ciertas calles, apartamentos que se recorren con tres zancadas, piezas de modestísimos hoteles, oficinas de luz tenue, insomnes cafés que acogen a insomnes de oficio, plazas y estaciones del Metro de París, van conformando una zona ficcional que llamaré "del desplazamiento": por ella pasan personajes de vida incierta, gente que parece rechazada a la periferia de las cosas: de la propia familia, del trabajo, de la ciudad. Almas al borde del mundo.
He escrito la palabra "también" al inicio de estas líneas: El horizonte (Editorial Anagrama, España, 2010) me ha conectado de inmediato con otras novelas de Patrick Modiano, En el café de la juventud perdida y Calle de las tiendas oscuras. ¿Cómo describir el vínculo que enlaza la una con las otras? Diré que se corresponden en distintos niveles. Vistas en su plano más amplio, en las tres narraciones los protagonistas son seres opacos, arrastrados por sus respectivos destinos, que han perdido el impulso de una vida activa. En cada una los personajes se mueven casi impotentes para contener las fuerzas que los rodean.
Pero es en el plano de la historia donde las semejanzas se tornan más reveladoras: Louki, En el café de la juventud perdida; Denise, en Calle de las tiendas oscuras; y Marguerite Le Coz, en El horizonte, activan la misma función en el relato: son las enigmáticas figuras femeninas que incitan (justifican) la narración: inquietantes mujeres jóvenes que huyen del pasado, sólo que ese pasado, o los episodios determinantes de ese pasado nebuloso, no alcanzan nunca la calidad de lo transparente.
En las tres, pero también en Un pedigrí y en Villa Triste, la maestría de Modiano se levanta evidente en aquello que nunca alcanza a mostrarse del todo. La pantalla que tensa en escuetos diálogos y silencios no se propone limpiar las sombras, borrar las grises tonalidades de lo que se cuenta. Tampoco añadir más oscuridad, al extremo de que la narración adquiera la consistencia de un poso oscuro.
La táctica narrativa es otra: rodear la complejidad de complejidad.
Hacer sentir que, a fin de cuentas, en lo humano nada está finalmente resuelto. Que nada encuentra su definitiva solución. Que los hechos decisivos, aunque se hayan cubierto de capas de arena, siempre regresan imprevistos y potentes. Cerraré con un párrafo de El horizonte: "Era muy consciente de todo cuanto se había convertido en materia oscura: breves encuentros, citas fallidas, cartas perdidas, nombres y números de teléfonos que aparecen en la agenda antigua y hemos olvidado, e incluso las personas con quienes nos cruzamos sin darnos cuenta siquiera.
Igual que en astronomía, esa materia oscura era más dilatada que la parte visible de la vida de uno.
Era infinita".
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