domingo, 24 de abril de 2011

ROSTRO COMPARTIDO


El Nacional, Caracas, 11 de Mayo de 1996
El rostro de Jesús
OVIDIO PEREZ MORALES
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¿Dónde podemos encontrar a Jesús? Es una pregunta de suma importancia por las consecuencias que tiene para el cristiano.

¨Qué podemos contestar a esto? Jesús tiene diversos modos o tipos de presencia real (no ficticia, puramente poética o imaginaria). En primer lugar, después de su resurrección y ascensión se encuentra glorioso en el Cielo; recordemos lo que confesamos frecuentemente en el Credo (presencia gloriosa). En segundo lugar, está presente en su Iglesia como Pueblo de Dios, en los pastores que lo representan (Mt 28 20: ``...yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo'') y, de manera especialmente, verdadera, real y sustancialmente, en la eucaristía, la cual es una celebración sacramental que hace del pan y del vino el cuerpo y la sangre del Señor (presencia eucarística). En tercer lugar, Jesús está presente en las asambleas litúrgicas y reuniones de oración, cuando los cristianos nos congregamos para oír su palabra y para rezar. En cuarto lugar -y es lo que ahora quiero subrayar-, Jesús está presente en los más necesitados, según lo pone de relieve Mt 25 al referir el Juicio Final, cuando Jesucristo nos planteará como criterio de salvación o condena: tuve (en primera persona) hambre... sed, estuve preso... y ustedes me dieron / no me dieron de comer, de beber, me visitaron/no me visitaron...

``Descubrir en los rostros sufrientes de los pobres el rostro del Señor: a ello nos exhortaron los Obispos del Continente reunidos en Santo Domingo en 1992 (IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano). El N. 178c del Documento Final hace un elenco de esos rostros interpelantes: ``rostros disfigurados por el hambre, consecuencia de la inflación, de la deuda externa y de injusticias sociales; los rostros desilucionados por los políticos, que prometen pero no cumplen; los rostros humillados a causa de su propia cultura, que no es respetada y es incluso despreciada; los rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; los rostros angustiados de los menores abandonados, que caminan por nuestras calles y duermen bajo nuestros puentes; los rostros sufridos de las mujeres humilladas y postergadas; los rostros cansados de los migrantes, que no encuentran digna acogida; los rostros envejecidos por el tiempo y el trabajo de los que no tienen lo mínimo para sobrevivir dignamente... El amor misericordioso es también volverse a los que se encuentran en carencia espiritual, moral y cultural''.

La Iglesia durante la Cuaresma pasada nos invitó a descubrir y cuidar el rostro de Jesús en el de los niños sumidos en el abandono y la miseria, en la droga y la prostitución, en el abandono de los padres y la marginación social. A los niños, a quienes los adultos no los toman muy en cuenta cuando planean y organizan las ciudades y tejen la convivencia social.

La Primera Carta de San Juan (4,12.20-21) nos trae un texto que debiéramos tener escrito en la palma de nuestra mano para recordarlo siempre: el amor a Dios y al prójimo son inseparables; Dios se nos hace próximo en el prójimo.

Si nosotros tenemos esto como convicción, nuestras actitudes y comportamientos cambiarán y seremos capaces de construir una nueva sociedad, una cultura de la vida y de la solidaridad, a lo cual nos exhortó vivamente Juan Pablo II en su Visita de febrero.

La crisis venezolana es socioeconómica, política.

Pero es, en su raíz, una crisis de amor (palabra por cierto empobrecida, tergiversada y envilecida en los MCS). Amor implica compartir, solidaridad, servicio, corresponsabilidad. Se hacen necesarias hoy en el país nuevas leyes y nuevos sistemas y estructuras, pero ¨qué será todo eso, sin personas de verdad, sin gente renovada moral y espiritualmente, sin gente ``nueva''? Desde cada uno de nosotros y de nuestras familias y comunidades tenemos que edificar la civilización del amor.

Jesucristo, glorioso ya en la plenitud del Reino de los Cielos, está presente en la historia humana. De modo muy peculiar en el rostro doliente de tantos y tantos, postrados o pasantes a nuestro lado sin que los identifiquemos de verdad.

Ilustración: Bárbaro Rivas.

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