viernes, 22 de abril de 2011

REPASO (1)


El Nacional, Caracas, 15 de Febrero de 1996
Contracorriente
Dos curas audaces
CARLOS RAUL HERNANDEZ

A finales de los sesenta y comienzos de los setenta, cuando se fue por el obrerismo y el ``diálogo entre cristianos y marxistas'' luego del fracaso de la experiencia guerrillera, la izquierda se convirtió en la segunda -la primera era la tecnología importada- causa de desempleo en Venezuela. Y era así: bastaban tres activistas universitarios (preferiblemente profesores y estudiantes de Sociología o Economía) rondando una fábrica en busca de adeptos, para que posteriormente estallara una huelga y viniera una botazón de trabajadores.

Luego todo el mundo otra vez para la universidad con sus bluyines, melenas y sus exámenes. Algunos profesores y profesoras, adecuadamente en overoles y henchidos de orgullo, exhibían en los cafetines ejemplares de esos neodesempleados como trofeos de la lucha de clases. Todo aquello más bien poco útil al proletariado.

Como en la máquina del tiempo han venido las declaraciones de dos curas venezolanos, de esos que, aún quedan, defienden la llamada ``teología de la liberación'' versión simplificada de la teoría de la dependencia'' de los cafetines universitarios.

Como anillo al dedo decíamos, para demostrar varias cosas: su carácter -de la teología de la liberación- si se quiere un poco herético, según lo afirmaría sabiamente ese titán del pensamiento político llamado Martín Kriele. Estos dos curas audaces no tienen ningún problema en corregirle la plana a Juan Pablo II, hasta donde sabemos Papa de la Iglesia, Jefe del Estado Vaticano, líder de la cristianidad y, además -detalle- infalible cuando habla de la fe. Y algo debe saber Juan Pablo de Teología para haber escrito doce encíclicas, dedicadas tres de ellas al nada sencillo problema de la Santísima Trinidad y otras varias a los temas sociales; haber promulgado el nuevo Código de Derecho Canónico y el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica. Debo confesar que no conozco hasta dónde llega la profundidad del pensamiento teológico de los dos sacerdotes en cuestión.

Eso de regañar al Papa, insinuándole poco inteligente o dilettante porque ``no entiende... habla desde la perspectiva de los países ricos'' o porque ``habla de la pobreza sin compartirla'' es realmente, por lo menos, una gran audacia, sobre todo si se está hablando de un luchador contra la ocupación nazi de Polonia, -allí la gente se jugaba la vida- luego resistente a la dictadura comunista y posteriormente obispo católico en Cracovia, enfrentado a dicha dictadura. No es fácil eso de menospreciarlo o estarlo ridiculizando sobre todo si nosotros aquí no hemos pasado de desestabilizar una pobre democracia llena de problemas, aplaudir cuartelazos y hacerle perder el tiempo a gente que debiera estar aprendiendo mecanografía en una academia.

El segundo de los asuntos que nos ayudan a demostrar es su anacronismo. Andar a estas alturas del juego con eso de ``oprimidos y opresores'', ``iglesia rica e iglesia pobre, lenguaje arqueológico, revela una bien intencionada pero tragicómica incomprensión -no precisamente del Papá- de lo que ha ocurrido en el mundo. Era la onda de los ``cristianos por el socialismo'' y el ``diálogo entre cristianos y marxistas'' y chévere tener afiches de Jimmy Hendrick, el Che y Camilo Torres. Se parece a la historia de aquel soldado japonés que extraviado, logró sobrevivir treinta años en la selva sin contacto con nadie y que cuando lo consiguieron ignoraba incluso que la guerra había terminado. Asombra ver gente de buena intención prisionera de viejas fantasmagorías derogadas, ``hombres muy viejos con alas enormes'', rumiando las remembranzas de un paraíso perdido.

No merecen otro calificativo que candorosas las opiniones sobre la ``condonación de la injusta y criminal deuda externa''.

La tercera es la inutilidad. La única manera concreta de ``ayudar a los pobres'' es ayudarlos a dejar de serlo. En vez de una prédica que les envenene ``contra los ricos'' de reunideras malentretenidas para escuchar espiches ``antiimperialistas'' o sobre la ``justificación ética del 4 de febrero'' a las tres de la tarde en La Silsa, es mucho mejor enseñarles cosas concretas a los pobres para que no lo sean más: zapatería, albañilería, electricidad, inglés, manejo de computadoras y fax, aprecio por el trabajo y la creación de riquezas; respeto por el Estado de Derecho, la Constitución y las leyes. Eso significaría más para los pobres que montañas de proclamas inútiles.

Se entiende que un encapuchado, analfabeta disfuncional, cuestione la llegada del Papa por no contribuir a ``resolver el déficit fiscal''. Pero que lo hagan curas...

El Nacional, Caracas, 6 de Septiembre de 1998 / SIETE DIAS
Treinta años de la Teología de la Liberación
El revuelo de la comunión entre Iglesia y oprimidos
Acallados, perseguidos o, con suerte, tolerados, miembros del clero de América Latina idearon una Iglesia mejor adaptada a nuestra realidad, con la toma de opción preferencial por los pobres, víctimas de la violencia institucionalizada. El movimiento ha trascendido fronteras y se ha convertido en toda una revolución copernicana dentro de una de las organizaciones tildadas de más conservadoras
TAL LEVY

Bajó la cabeza, se agachó para colocarse a su misma altura, o tal vez bajura, para comenzar así el tú a tú de la Iglesia con los oprimidos, los pobres, los olvidados, los excluidos. Se perfiló una nueva comunión, en la mismísima fe de un llamado subcontinente, que fue animada por un concilio que rescató de la mudez de un antiguo papel a la palabra pueblo.

Ese acercamiento se va procreando, alentado por el Concilio Vaticano II y su apertura. Poco a poco, desde México hasta Chile, una idea deseosa de consumarse empieza a gestarse. Esta noción de un necesario cambio se va engendrando en las mentes de sus futuros ideólogos y en el accionar de grupos de sacerdotes y obispos que deciden entregar sus ampulosas viviendas, y algunos hasta la sotana, para unirse a la población, frente a frente. No faltaría mucho para su simbólico certificado de nacimiento: la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada del 26 de agosto al 6 de septiembre de 1968 en Medellín.

La Teología de la Liberación opta por una transformación de estructura, una pirámide convertida en llanura, para así tocar la base y cumplir la misión que urgen estos tiempos heridos de pobreza, de violencia, de injusticias.

El comienzo del asomo

Un año antes de que ocurriera el llamado gran salto de la humanidad con el primer alunizaje de la misión estadounidense, la institución religiosa en Latinoamérica daba un gran paso adelante. Así como en 1968 el estudiantado tuvo su Mayo Francés, unos meses después, al otro lado del globo terráqueo, la Iglesia de este continente tuvo lo que no tardaría en denominar simplemente Medellín.

"Hace treinta años. ¡Parece mentira! Yo me enteré de que estaba invitado a la II Conferencia, porque la primera fue en Río de Janeiro en 1955, cuando me llegó un telegrama de Dom Avelar Brandao Vilela, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano. Sorprendido, me fui a la Plaza Bolívar para hablar con el cardenal Quintero. Y me regañó: Lo más decente es que usted responda a esa invitación. Yo había sido invitado porque durante tres años era el delegado del Celam para los estudiantes latinoamericanos en Europa, además de haber sido fundador en 1965 de la parroquia universitaria de Caracas y hablar varios idiomas. Yo veía por 30 mil o 40 mil estudiantes latinos que andaban por Europa, como el ahora presidente de Chile y digamos otros: el Tigre (Eduardo Fernández). Viajo, por cierto nunca me pagaron el pasaje, y cuando llego me roban la cartera en el aeropuerto. Yo estaba viendo al Papa que salía, así que no vi la inauguración. Porque Pablo VI no fue a Medellín. Hechó un discurso al Celam en la catedral de Bogotá", hurga en la memoria el sacerdote secular Juan Cardón.

Medellín es asimilada por los teólogos de la liberación como si fuera la luz verde a los planteamientos que ya venían discutiendo. "Es la aplicación, la recepción más creativa que ha habido en la Iglesia universal, del Concilio Vaticano II (1962-1965)", según el enfoque del jesuita Pedro Trigo, integrante del equipo de investigadores del Centro Gumilla y de la revista SIC.

Como preludio, en el mismo año se había efectuado un encuentro de teólogos en Chimbote (Perú), en el cual la palabra liberación empieza a revelarse, así como en 1966 hubo una conferencia extraordinaria en Mar del Plata. "Entonces, que después de sólo dos años casi los mismos obispos hicieran un vuelco tan enorme no es tan fácil de entender en una institución tan grande. Ya en Mar del Plata había alguno que había hablado en el tono de Medellín, como Helder Cámara, pero entonces era una voz que clamaba en el desierto", señala, desde lo que considera el manantial de la espiritualidad, Pedro Trigo.

"La II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano no fue una reunión de la Teología de la Liberación, aunque allí asomó su cabeza. La reunión, como tal, era pastoral. Es la Iglesia en la actual transformación de América Latina, a la luz del Concilio. Es la Iglesia dentro de este mundo en ebullición. Pero, lógicamente, como en toda reunión humana, hay grupos de presión", rememora, desde la voz de quien todo lo vio, Juan Cardón. "Hay varias Teologías de la Liberación, depende de cómo se entiende y del grupo de presión al cual usted pertenece o al medio de comunicación que manipula el tema. A veces hay intereses creados que hacen que se le saque punta, y se dirá que Samuel Ruiz es un comunista y que Henríquez es un viejo. No, no, no. Eso no me gusta. Y ellos son panas entre sí. Y dialogaron. Y fue una reunión pastoral", insistentemente repite quien formara parte en Medellín de la Comisión Pastoral de Elites.

Entre las llamadas líneas maestras de la asamblea se privilegia la pedagogía de la revisión de vida o, lo que sería lo mismo, la metodología del ver, actuar y juzgar, que hizo suya la Juventud Obrera Católica, animada por José Cardijn en la Bélgica de hace unos 70 años.

Las universidades eran un hervidero. Después de haber estudiado teología tradicional en Frankfurt y considerar que todo era evidente, claro, el padre jesuita Jesús Gazo, párroco de la Parroquia de la Universidad Central de Venezuela y quien fuera asesor del Movimiento Universitario Católico, recuerda qué lo atrapó. "El contacto con la UCV, el contacto con los comunistas. Cuando yo pensaba que eran los monstruos, los diablos, unos ateos, empiezo a descubrir en algunos de ellos valores extraordinariamente humanos. En 1967 hubo una reunión de exponentes de todos los movimientos universitarios católicos de Latinoamérica, en Paraguay, allí es donde conocí a Gustavo Gutiérrez y él nos habló. Yo tuve una conversión. La Teología de la Liberación es una crítica tremenda, es el maestro de la sospecha de toda teología, así como de Freud, Nietzsche y Marx se decía que lo eran de todo conocimiento. Al año siguiente, Medellín entra en sintonía con lo que uno estaba viviendo, y ya la opción por los pobres, por la liberación y el compromiso social fue la consecuencia".

El movimiento que germinaba denunciaba los vicios de la realidad, esa violencia institucionalizada arraigada en las naciones latinoamericanas. "Eso es una novedad y fue lo que hizo que Medellín enseguida fuera satanizada por los medios de comunicación. Aparecía como intolerable, tanto para el Departamento de Estado de EE UU como para las oligarquías tradicionales de América Latina. Fue una guerra a muerte", advierte Trigo.

Pueblo en Puebla

En la década siguiente, Puebla fue considerada por algunos la institucionalización de Medellín, mientras otros comenzaron a avizorar lo que considerarían luego el alejamiento del encuentro de obispos latinoamericanos en Santo Domingo.

Pedro Trigo, quien asistió como periodista enviado por la revista SIC a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en 1979, cuenta: "Puebla sería el remate de Medellín. Y fue tanto más interesante pues ya no se podía hablar de ingenuidad, porque había sido una década totalmente contrastada. Se sabía todo lo que se estaba jugando. Más aún, así como en la preparación de Medellín el secretario del Celam estaba con esa corriente, los documentos preparatorios de Puebla apuntaban a lo contrario, porque ya el Celam había sido intervenido por el Vaticano. Pero la asamblea es soberana. Los obispos se reunieron, hubo una correlación de fuerzas. Había reacciones muy fuertes, una lucha virulenta, ideológica. Finalmente, palpé la trascendencia de la Iglesia. Al momento de firmar, porque la votación era formal, la fe prevaleció, sin importar que ideológicamente estuvieran en contra. Sentí una profunda alegría: esto no es una patota en la que la gente se acalla. Es la Iglesia. Fue una experiencia espiritual profunda".

Puebla, además de ser para algunos el bautizo de la Teología de la Liberación, se convirtió en melodía que resonó en el continente y se dejó escuchar en Venezuela. "Si millones mueren de hambre/ mientras se harta algún glotón/ si el dinero es de unos pocos/ y el trabajo lo hace un millón/ no podemos ver felices/ semejante explotación/ porque el mundo que deseamos no es ése/ es un mundo de amor". Luis García cerraba con estas palabras el canto "Somos", ganador del I Festival de la Canción Puebla, efectuado en el país. "Se hicieron nueve emisiones y talleres para estudiar Puebla. De Medellín supimos lo que se pudo, porque llegó un momento en que no se conseguía el documento, en que no se distribuía en las parroquias".

La Teología de la Liberación plantea la realización del hombre, la búsqueda del despojo de las condiciones de miseria y desigualdad, en solidaridad con los otros, la "concientización", estandarte del brasileño Paulo Freire y su pedagogía del oprimido. "Nos libera de muchos tabúes, de una concepción sin grietas; nos libera de la religión, de la teología, y nos libera del Vaticano, de las autoridades. Por eso los de arriba no la quieren, porque se sienten amenazados", refiere, con la convicción en Jesús libertador, Jesús Gazo, promotor y asesor del grupo Conciencia Libre, de la Parroquia Universitaria.

La base de todo

En medio de la visión salvífica, según el texto final de Medellín, los pastores deben alentar y favorecer todos los esfuerzos del pueblo por crear y desarrollar sus propias organizaciones de base, o lo que luego en la conferencia de Santo Domingo se dirá el protagonismo de los laicos. "La Iglesia, ante todo, debe ser una comunión y las organizaciones de base, su célula mínima. Hay una reciprocidad de dones. Se incorpora la ritualidad del pueblo. Del cambio de lugar social, vienen cambios de paradigmas y sensibilidad", desde la personal vivencia de asesor de Comunidades Eclesiales de Base de Caracas, sostiene Trigo.

De allí nace lo que no tardó en llamarse la Iglesia Popular, que así como ha contado con seguidores, también hay quien recalca la unicidad de la Iglesia, que es una, que es para todos, por lo que no conciben una paralela.

"En los años 70 hubo un compromiso con las comunidades, con barrios como San Isidro o Negro Primero, adonde los jóvenes nos metíamos para organizar asociaciones. Se generaron cooperativas que aún hoy existen. Me tocó aprender de la opción práctica de la solidaridad", relata Luis García, desde sus remembranzas de cuando era miembro del Centro Juvenil Fátima, de la Juventud Católica Venezolana, del Consejo Arquidiocesano de la Pastoral Juvenil.

Entre pólvora e incienso

Junto a la Teología de la Liberación, a la que se adjudicó, por las coincidencias entre la prédica de la igualdad y la solidaridad, un hermano o tal vez otro apellido -la Teología de la Liberación Marxista-, estaban la Teología de la Revolución y la Teología de la Violencia. Los linderos se difuminan. El olor a incienso se confunde con la pólvora. El disparo de la palabra se transforma en fusil. Sacerdotes, como Camilo Torres en Colombia, ya se habían unido a la lucha armada liberacionista.

"Compañero nuestro en Lovaina, el capellán de los estudiantes en Bogotá frecuentemente visitaba Caracas. Me da dolor. La revolución, la guerrilla. El Che Guevara entusiasmaba, era el emblema... Esa tentación era un problema. Un Gandhi, libertador, inspiraba un movimiento de no violencia en América Latina. Pero llegó tarde para Camilo. Estuvieron aquí los promotores, visitaron a Camilo y Camilo no los escuchó. Ya estaba lanzado y murió en la recta final", lamenta el párroco de Montalbán, Juan Cardón, quien pronto inaugurará la iglesia Nuestra Señora de la Paz.

Doblarían las campanas, así como luego, de un modo distinto, en El Salvador, por monseñor Oscar Arnulfo Romero, cuyo corazón fue agujereado en plena misa, víctima de la violencia a la que rehuía en sus prédicas. La "voz de los sin voz" fue asesinada por denunciar la escalada represiva del ejército y los escuadrones de la muerte. Y "suenan las campanas, por un cura bueno; suenan las campanas, Arnulfo Romero", avivó después Rubén Blades desde la salsa, aliada, así como la nueva Iglesia latinoamericana, de los pobres, del barrio. Temas como "Soplando en el viento", de Bob Dylan, o "No basta rezar", de Alí Primera, se llegan a cantar en los templos. Un mismo espíritu trascendió fronteras, entre la violencia y la no violencia, de la misa al concierto.

Romero se tornaría en símbolo del martirologio de América. El pasado 14 de julio fue develada una estatua suya, en la Abadía de Westminster, en Londres, junto con las de otros nueve mártires cristianos del siglo XX.

"El sistema le ha fabricado un museo a la Teología de la Liberación, con sus libros, sus profetas, sus mártires. Con el museo desligan el sentimiento del pensamiento y la acción. Surge el movimiento, ocurre el proceso de explosión, la publicidad de su existencia, la estructuración del conocimiento, la identificación de sus líderes, la cima de su planteamiento, y entonces, el declive. Es un plus y un minus, un biorritmo. Allí empieza el cuestionamiento, el peligro dentro del stablishment, la contrainsurgencia, los líderes teológicos y laicos que se oponen. La Teología de la Liberación ya no tiene ofensiva ante el sistema, sino que es una resistencia de observación. La han neutralizado, con lo que llamo su museificación, pero no la han matado", sistematiza Jorge Anton, misionero español de la Orden Religiosa del Arca, encargado de la Cátedra Libre e Itinerante "Monseñor Romero" de la UCV y psicólogo experimental animado por lo que denomina "psicología de la liberación", fundamentada en el aprender, desaprender y reaprender, partiendo de la Teología de la Liberación.

De obispos meramente ideólogos a activistas. De pastores a militantes de luchas por la reforma agraria, a partícipes de movimientos de liberación nacional, a seguidores de la opción política de los cristianos. Todo se entremezclaba entre la etiqueta y el contenido de la botella. Por tan sólo nombrar algunos hechos que muchas veces compartían a su manera las naciones, en Ecuador la Iglesia repartió tierras a necesitados; en Chile se agitó el Movimiento Cristianos por el Socialismo; en Brasil fueron miles las organizaciones de base; en Nicaragua, sacerdotes tuvieron rango de ministro; en Colombia aumentaron los seguidores de la lucha armada; o en cualquiera de los países latinoamericanos, un cura anónimo, desde la humildad de su vocación, se entregó por completo al pueblo: su familia.

Mientras los creyentes de la liberación, como Ignacio Ellacuría, asesinado junto a otros cinco compañeros jesuitas y dos mujeres salvadoreñas, insistían en que esta teología es la que más está en contra de la violencia y más a favor de la paz; cada vez más se les tildaba de cabezas calientes, comunistas, extremistas, subversivos, anarquistas, violentos y cuanto adjetivo pudieran usar los adversarios en su ánimo por descalificarlos a toda costa, tanto dentro como fuera de la Iglesia.

"Hubo cierto clero español, de raíces franquistas y con un romanticismo quijotesco, que tomó una posición radical en la que se confundió la derecha con la izquierda. Pero la humanidad ha evolucionado por los caminos de la convivencia, aunque todavía hay unas mentes atrasadas que siguen fanáticas", reconoce Cardón, como quien sabe que se atrapan más moscas con miel que con aceite.

De los infortunios

Los detractores eran muchos y en todos los campos; sobre todo provenían del norte de América, que ordenó la elaboración del Informe Rockefeller, a finales de los años 60. En la década siguiente y comienzos de los 80, en los Institutos de Estudios Políticos y Económicos de Estados Unidos se crean departamentos teológicos, enemigos abiertos de la URSS, Cuba, los sandinistas y la Teología de la Liberación. En el famoso documento de Santa Fe, que sustentó la campaña electoral de Ronald Reagan, sería abordada como problema de seguridad para EE UU, como blanco de enfrentamiento.

Asumida como la mejor respuesta frente al neoliberalismo, nada mejor que atacarla con sus mismas armas. Tanto que, como escribiera Juan José Tamayo-Acosta, partiendo de la conferencia "Mercado-Reino, la doble pertenencia", que pronunciara en marzo del 1992 Michel Camdessus: "Hoy, el interés por la Teología de la Liberación llega hasta el Fondo Monetario Internacional, que hace suyos su lenguaje y sus planteamientos de fondo, y aplica sus principios igualitarios a la economía del mercado, con el objetivo, obviamente no confesado, de legitimar teológicamente al neoliberalismo". Mercado-Reino, mercado-solidaridad, mercado y más mercado.

"La diferencia está en que antes hablábamos de explotadores y ahora de excluidos. El capitalismo explotaba, el neoliberalismo excluye", diferencia Gazo, quien fuera presidente del Comité Venezolano de Solidaridad con El Salvador.

A la caza de Venezuela

En el país, dos casos retumbaron. En la década de los 70, el padre Wuytac, del barrio La Vega, sería expulsado, tachado de "subversivo", por el entonces ministro del Interior. Pero así como en ese momento el cardenal aprobó la medida, a pesar de una marcha realizada por unos 90 sacerdotes, años más tarde el panorama sería distinto. Una protesta de religiosas y curas de Petare, asociada a la Teología de la Liberación por alertar contra el atropello a las comunidades, sería aplacada. Los manifestantes fueron condenados por su remitido "No podemos callar más", pero el cardenal intervino a favor. Los detractores que colocaban a todos los curas progresistas o preocupados por los oprimidos en un mismo saco, no vacilaban en su empeño por controlar.

"Siempre se nos consideró que estábamos dentro, pero en la raya. Solía decir un obispo que nosotros éramos socios molestos pero imprescindibles. En la revista SIC, por casualidad nos enteramos de que nuestro teléfono estaba intervenido por la Disip. Ante la sospecha de las autoridades religiosas y civiles, fuimos ayudados por gente popular", relata Trigo, remontándose a los tiempos de Puebla para terminar de apuntar hacia lo que sucede hoy. "Sigue habiendo oposición muy fuerte, pero ya no planteada públicamente, sino de persona a persona: éste no puede dar clases; al otro, que se le levante un expediente. ¿Cómo combatimos a la Teología de la Liberación? Haciendo una pastoral opuesta. ¿Qué significa? La reinstitucionalización de la Iglesia, que el sujeto otra vez sea la institución eclesiástica".

¿La muerte de los mil silencios?

Entre los llamados ideólogos de la Teología de la Liberación, entonces, estarían desde el peruano Gustavo Gutiérrez, considerado el primer sistematizador del movimiento; pasando por Jon Sobrino e Ignacio Ellacuría en El Salvador; hasta, en tierra brasilera, Clodovis Boff o su hermano, Leonardo, convertido en símbolo de todo el proceso, tal vez porque fue uno de los más propensos a escribir y escribir, a hablar y hablar, hasta ser sometido por el Vaticano a un año de silencio.

"Gustavo Gutiérrez, que acaba de cumplir 70 años, sólo ha podido dar un curso en el seminario, al cual precisamente asistí. Yo no he podido entrar en el seminario ni para formar parte de un panel y hablar cinco minutos. El ahora tiene que dormir con oxígeno y los médicos le han dicho que ni un día más puede quedarse en la parroquia popular, rodeada de fábricas. Es un sitio contaminadísimo. Lo vi en febrero. Con una congoja personalísima dice: Pero si esa es mi casa, ese es mi mundo, esa es mi gente. Mira, yo le dije, pueden seguir siendo los tuyos por años; sin embargo, así, al mes ya dejan de ser tuyos. Y ese es Gustavo, que se parte el pecho por ellos, pero también siente que desde ellos vive, porque son su gente", expresa Trigo.

Como si se sentara en el banquillo de los acusados a la propia Teología de la Liberación, Leonardo Boff fue convocado a Roma en 1984 para defender sus escritos, sobre todo "Iglesia, carisma y poder", ante la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, antiguo Santo Oficio. El juicio fue seguido atentamente por los medios de comunicación. El resultado: fue obligado a retirarse de la vida pública. Aceptó su condena por "desviaciones y errores doctrinales", por la "peligrosidad de sus teorías", como señalara el prefecto de la Sagrada Congregación, el cardenal Joseph Ratzinger.

Mientras varias urbes brasileñas se resistían, y le adjudicaron a Boff un status de ciudadano honorable, el papa Juan Pablo II se refería a las "tentaciones" de un compromiso más social que religioso.

Tras esa imposición de silencio, el ruido se armó y no se podía esperar menos, siendo Brasil el país católico más poblado del mundo y con uno de los mayores episcopados. Ese mismo año el Vaticano había publicado las "Instrucciones sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación" y dos años más tarde daría a conocer las segundas instrucciones. Para algunos, un adelanto, por cuanto definitivamente el movimiento era aceptado con nombre y apellido. Se reafirma al pueblo como sujeto de la Iglesia, se constata la situación de opresión y se acepta la liberación como los signos de los tiempos. Se legitima como teología pastoral, pero se advierte el riesgo de un abrazo con ideologías políticas.

El Vaticano apoya; el Vaticano condena. Fue fervientemente criticado por sus mediastintas y por haber intentado contrarrestar el movimiento surgido a partir de Medellín con nombramientos de obispos ortodoxos en muchos de los países latinoamericanos.

En 1992, Leonardo Boff abandona el sacerdocio y la orden franciscana. Acto seguido, el cardenal Angelo Sodano, primer presidente de la Asamblea de Santo Domingo, lo equipara a Judas, y el cardenal López Rodríguez, presidente del Celam, afirma, entre jocosidades, que eso era lo que les hacía falta a esos curas progresistas, encontrarse a una mujer que los amansara. Boff se retira, pero su pluma sigue viva, tanto que ha plasmado en artículos sus teorías, en las que aborda tres etapas del movimiento: en los años 70, la preocupación eran el pobre y el oprimido material, social y político; en los 80, era el pobre y oprimido cultural (minorías discriminadas); y en los 90, la crisis ecológica. Uno de los tantos matices de la Teología de la Liberación se alía con temas ambientales.

La discusión sigue pendiente, más aún por el incremento del polvo social, aunque algunos, al ver asomadas las palabras Teología de la Liberación, piensen: para qué desenterrar lo muerto.

La prueba del tiempo

Treinta años se dicen fácil. Pero luego de que Medellín sellara, si se quiere, el certificado de nacimiento de la Teología de la Liberación, con una Iglesia del continente que se "latinoamericanizaba" -así como luego habría una corriente asiática y hasta africana del movimiento-, y transcurrieran tres décadas durante las cuales la situación geopolítica mundial diera todo un viraje, interminables interrogantes surgen. Unos dirán para qué desempolvar lo viejo; otros no admiten vejez. ¿Y es que acaso también se ha firmado su acta de defunción? ¿Pero y Chiapas, sobre todo luego de que el presidente Ernesto Zedillo descalificara a los obispos de ese sureño estado mexicano como teólogos de la violencia, de la liberación, y el prelado, por su parte, afirmara que lo que promueve es "la reconciliación y la paz" en la región, donde opera el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, desde que se rebeló en enero de 1994 con el subcomandante Marcos a la cabeza?

Más aún: transportándonos a nuestro contexto, ¿y Venezuela? Las preguntas son muchas, aquí tan sólo unas, las de su actualidad, que buscan respuesta.

-¿Chiapas reafirma la vigencia de la Teología de la Liberación?

-Chiapas es un momento más de la lucha liberadora -indica el sacerdote jesuita Jesús Gazo-. Marcos no sé si es cristiano, no sé, pero sé que es un hombre y que está con la liberación de los indígenas, y los indígenas y la mujer son elementos importantísimos dentro de la liberación, porque son sectores de la vida muy oprimidos.

-¿Y como ve a Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de las Casas que participó en Medellín, dentro del proceso de lo que ha sido el movimiento de insurrección zapatista?

-Lo profundo del hombre llama a lo profundo del hombre -contesta Gazo-. Y Samuel Ruiz es un gran hombre tocado por el principio de misericordia, por el principio de la Teología de la Liberación, y por eso mismo muy perseguido dentro de la Iglesia. Al ser obispo, como Casaldáliga que vive con los indígenas, y tener una sensibilidad, su vida se hace teología, se hace manifestación de Dios, asume todas las consecuencias que esto significa. Y cuando aparece Marcos, él se identifica con esa causa de liberación, a lo mejor no con todos los métodos. No es que nos queremos manchar las manos, no, pero nuestra labor como sacerdotes puede ser distinta, es a través de la palabra, que también es acción, ya lo creo, pero son ámbitos especiales de animar, acompañar, que es lo que está haciendo Samuel.

-¿Cuál es la actualidad de la Teología de la Liberación, luego de la caída del Muro de Berlín?

-Hemos llegado a una nueva etapa. Ahora hablaremos de la construcción de un mundo solidario, dentro de esta sociedad globalizada -asevera el sacerdote secular Juan Cardón-. Yo la llamaría una teología de la reconciliación, como se habló en Santo Domingo. Hay que sentarse juntos a construir la justicia y la paz, con solidaridad, y no con enfrentamientos simplistas, porque hay pobres que son ricos y ricos que son pobres. El esquema marxista sobre el hombre, que ha contaminado cierta Teología de la Liberación, ha simplificado el fenómeno humano y parece mentira que hasta curas se entusiasmaran. Hay que buscar una metodología y no canonizar, no sacralizar ni un sistema, ni un partido, ni sacralizar la violencia como metodología de liberación. La Teología de la Liberación tuvo que matizarse y sigue matizándose.

-Hubo la generación de iniciadores y de continuadores. ¿Existe, acaso, una tercera generación?

-En estos momentos vivimos un poco el repliegue, pero creo que detrás de ese repliegue va a surgir un pensamiento profundo, sereno -vislumbra Gazo-. Cuando se derrumba el socialismo real, que no era el socialismo porque había mucha realidad pero poco socialismo, viene una fuerte crítica a la Teología de la Liberación, diciendo que ya no tenía nada que hacer, y los pensadores no seguían publicando, porque además creían que ya todo estaba dicho. Y no es verdad, porque la vida tiene mucho que decirnos. Tiene que llegar un momento de pausa, de reflexión, que toque las fibras más importantes y que sea de verdad una liberación, porque si no hay liberación no hay teología, porque Dios es liberación, Dios es padre de todos, de huérfanos y viudas como dice la Biblia. Sí, sí hay una tercera generación. Van a surgir y están surgiendo hombres y mujeres, sobre todo mujeres, que están reflexionando desde esta liberación.

-¿Se puede hablar de una corriente venezolana del movimiento?

-En Venezuela, la información era mínima. La gente que se hacía eco de todo esto era por pura consigna. Había un desconocimiento casi absoluto del tema. Un problema grave nuestro es que hay una falta de información de base muy grande. Un anticlerical mexicano o colombiano sabe mucho más de la Iglesia que el intelectual que se sienta más cristiano en este país -asegura el sacerdote jesuita Pedro Trigo.

ILustración: Rosalía Valero, "Cristo" (2009)

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