sábado, 16 de abril de 2011

HERRERO-DIVÁN-IMPRESO


EL NACIONAL - VIERNES 15 DE ABRIL DE 2011 CULTURA/6
MEMORIA Hace 20 años murió el fabulador del pasado, Francisco Herrera Luque
Réquiem por el psiquiatra que narró y diagnosticó las psicopatías nacionales
La proyección internacional del autor es comparable con la de Rómulo Gallegos
MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ

El país en el que hace dos décadas falleció Francisco Herrera Luque no tiene mucho que ver con el que conoció el psiquiatra y escritor de novelas como Boves, el urogallo (1972).

Parece, más bien, una reproducción en tercera dimensión del descrito en su obra futurista 1998 (1992): una Venezuela fragmentada que no sabe reconocerse en sus propios signos de identidad.

La proyección internacional de Herrera Luque es sólo comparable con las de Rómulo Gallegos y Arturo Uslar Pietri.

El autor de Las lanzas coloradas fue nominado al Premio Cervantes en varias ocasiones y él lo estuvo en 1990, año en que finalmente el galardón se otorgó a Adolfo Bioy Casares.

La obra de Herrera Luque ha sido traducida a varios idiomas, incluidos el alemán, el ruso y el polaco. En 1993 se creó una cátedra con su nombre en la Universidad de Salamanca, su alma máter española, dedicada al estudio de la identidad venezolana. Sólo dos más de sus compatriotas cuentan con programas similares en esa institución: Andrés Bello, con uno de estudios iberoamericanos, y José Antonio Ramos Sucre, con otro de investigaciones literarias.

Lo más destacable en la carrera de Herrera Luque, sin embargo, fue el peso intelectual que llegó a tener en el país.

En vida se le consideró controversial, pues renunció a la Academia de Medicina en 1977, cinco años después de haber ingresado a ella, al ser increpado por "el trato injurioso" que ­según sus detractores­ dio a ilustres académicos en El pez que escupe el agua por la boca o de denunciar la corrupción que vio mientras fue embajador de Venezuela en México.

Pero las polémicas más importantes a las que dio pie nacieron en sus libros, en los que diagnosticó las psicopatías atávicas de la nación y cuestionó la paradójica herencia mestiza que los venezolanos abrazan en el discurso y niegan en la práctica.

Y precisamente todas las diatribas que causó evidencian que siempre fue recto con su propia pluma. Tranquiliza pensar que luego de las discusiones que rodearon su nombre y de los miedos que debían asaltarlo ante las conclusiones de sus investigaciones, Herrera Luque parece haber muerto en paz, por lo menos con su escritura, que es el legado más grande que dejó al país.

"Yo creo que ya cumplí como médico y como escritor. A los jóvenes autores les diría: `Trabajen duro, revisen, investiguen. En la historia nuestra aún quedan muchos temas, personajes increíbles, fabulosos...’. Me gustaría volver a ser como era de niño. Mudarme a la Colonia Tovar, o a una isla.

Estar solo, no pensar en nada, ver el mar, el paisaje", le dijo meses antes de morir a su amigo Juan Alberto Dávila, médico que en ese entonces era el director literario de la editorial Pomaire, sello que publicó casi todas las primeras ediciones de sus libros.

Con los años, la trascendencia del psiquiatra sólo ha crecido y, ahora que los intelectuales del país ­trágicamente divididos por los colores de su pensamiento­ se cuestionan sobre las marcas de la venezolanidad, el momento se hace propicio para releer su obra, ocupada como está del diagnóstico de los males que aquejan la identidad nacional.

Ya Herrera Luque hizo el análisis, a la generación actual corresponde poner en práctica el tratamiento.

Fotografía: http://www.prisaediciones.com/uploads/imagenes/autor/principal/201102/principal-francisco-herrera-luque_grande.jpg

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