lunes, 18 de abril de 2011

EL GRAN CAMUFLAGE


¿Qué significa, hoy en día, anunciar a Cristo crucificado?

Cristo sigue siendo crucificado: en los pobres, en los oprimidos, en los marginados. Los opresores y verdugos se camuflan y se presentan como benefactores, incluso como mesías. Falsos mesías, desde luego. ¿Cómo hacer que las víctimas identifiquen a sus depredadores? ¿Cómo sacar de su inconsciencia a los que son seducidos y manipulados por la astucia de los zorros de este mundo?

Estos días de la Pasión del Señor, y muy especialmente el Triduo Sacro, son ocasión muy propicia para anunciar cómo somos salvados por la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Que Jesús murió en una cruz significa que vivió una vida humana con todo lo que ella trae: alegrías y tristezas, conflictos y enfrentamientos… por causa de su mensaje. Su muerte no fue un accidente, un hecho desconectado de lo que hizo y predicó. No fue el final puro y simple de una historia particular. Su muerte es una acción del Señor mismo, actuando con plena libertad. “Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre” (Jn 10,18). La libertad es un absoluto. O se es libre o no, no se puede ser libre a medias. Aquí entra en juego el amor de Dios. En el supremo instante, él pone todo en manos de su Padre. Habiendo cumplido la obra que se le encomendó, confía en que su Padre no permitirá que se pierda para siempre. De la aparente derrota, Dios sacará el triunfo más completo de su Causa.

¿Qué significa, hoy en día, anunciar a Cristo crucificado? Significa empeñarse para que haya amor, fraternidad, entrega a Dios y a los hermanos; señalar situaciones y prácticas que deshumanizan; desenmascarar estructuras, valores e ideologías que alimentan el enfrentamiento, la mentira, el odio, el ateísmo. Tenemos que apoyar activamente las iniciativas y organizaciones (económicas, sociales, religiosas) que hagan posibles la justicia y la verdad. Si así vivimos y actuamos seguramente sufriremos persecución.

Cargar la cruz significa solidarizarse con los crucificados de este mundo: con los que sufren violencia, con los empobrecidos, los deshumanizados, los ofendidos en sus derechos. En esta sociedad no existen reales derechos a un trabajo seguro y bien remunerado, a una recta administración de justicia, a un sistema de salud pública bien dotado y prestado por profesionales idóneos, a una educación humanizante y a un aprendizaje de las tecnologías actuales…

Los pobres de América Latina claman por la justicia social. El militarismo y el caudillismo no pueden ser garantes de las libertades públicas y de los derechos ciudadanos. Es un militarismo patriótico que enmascara un capitalismo salvaje de Estado. Las instituciones se vacían de contenido real, son mamparas que funcionan por la lealtad incondicional al caudillo. Desaparecen el Estado de derecho y la separación de poderes. Se impone una mezcla de fidelidad ideológica y personalista, así como el clientelismo y el parasitismo. Desaparece el concepto de ciudadanía. La gran tarea política, también de los cristianos, es la construcción de la nación y su democracia.

Son violados los derechos del hombre, que son derechos de Dios. Es un producto del odio. Es la cruz, con su peso de muerte, que los dueños del poder cargan onerosamente sobre los hombros del pueblo. No podemos permanecer resignados y silenciosos, cuando el dolor y la muerte son el resultado de la injusticia que desgarra el corazón, cuando no hay salida. Aun así tiene sentido, contra todo cinismo, resignación y desesperación, hablar de la cruz.

Jesús transformó el dolor y la condena a muerte, los hizo un acto de libertad y de amor, de entrega de sí mismo. Se puso en manos de su Padre y perdonó a los que lo rechazaban. El perdón y la confianza no permiten que el odio y la desesperación tengan la última palabra. Es el gesto supremo de la grandeza del ser humano.

En la cruz palpita una vida que no puede ser absorbida por la muerte. La vida que es amor, entrega y solidaridad. Con esta muerte se revela el poder y la gloria de Dios. La hora de la pasión es la hora de la glorificación. Hay una unidad entre pasión y resurrección, entre muerte y vida. Ser crucificado por causa de la justicia y por causa de Dios, es vivir.

Predicar la cruz es asumir el compromiso para hacer cada vez más imposible que unos seres humanos sigan crucificando a otros seres humanos. Es vivir a partir de una Vida que la cruz no puede extinguir. Seguir a Jesús es pro-seguir su causa y con-seguir su victoria.

Somos portadores del misterio de la cruz, para generar vida allí donde reina la muerte, amor donde se manifiesta el odio. Hay una libertad que se rebela contra Dios y, entonces, la cruz es símbolo del ser humano caído, del no-ser humano; es símbolo del crimen. Pero la libertad del cristiano es compromiso para superar la cruz; no sólo la soporta, sino que la combate. Se hace profeta, mártir, discípulo del Crucificado. Transfigura la cruz, haciendo de ella sacrificio de amor por los otros.

La cruz puede ser cerrazón de lo humano sobre sí mismo hasta el punto de crucificar a Dios o bien ser un acto de amor al extremo en que el Padre entrega a su propio Hijo. Dios no es impasible ante el dolor de los crucificados de la historia.

Esta es la paradoja de la cruz. Así es el mensaje de Pablo a los corintios: “Nosotros anunciamos a un Mesías crucificado. Esto les resulta ofensivo a los judíos, y a los no judíos les parece una tontería; pero para los que Dios ha llamado, sean judíos o griegos, este Mesías es el poder y la sabiduría de Dios. Pues lo que en Dios puede parecer una tontería, es mucho más sabio que toda la sabiduría humana; y lo que en Dios puede parecer debilidad, es más fuerte que toda fuerza humana” (1 Cor 1,23-25).

Para apropiarnos de esta lógica es necesario asumir la cruz y la muerte. Si luchamos contra el mal, la cruz dejará de parecernos un absurdo, y nuestras vidas comenzarán a tener sentido, el sentido que Dios quiere que tengan.

Como dijo y vivió Pablo:

"Atribulados en todo, mas no aplastados;

perplejos mas no desesperados;

perseguidos más no abandonados;

derribados mas no aniquilados.

Como desconocidos, aunque bien conocidos;

como quienes están condenados a la muerte, pero vivos;

como tristes, pero siempre alegres;

como pobres, aunque enriquecemos a muchos;

como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos"

(2 Cor 4,8-9; 6,9-10).

En el drama de la cruz y de la muerte se oculta el sentido último y la Vida.

Padre Miguel Galindez

Ilustración: "Gateway Tangier", Henry Ossawa Tanner

Nota LB:

La homilía reseñada circuló en Facebook, gracias a Elizabeth Pérez Hands.

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