martes, 19 de abril de 2011

LA LUZ MOLDEADA


EL NACIONAL - Martes 19 de Abril de 2011 Escenas/2
Esto es lo que hay
Artes visuales
La independencia de la perspectiva
LORENA GONZÁLEZ

Hace tres fines de semana se inauguró en la galería La Cuadra la exposición más reciente de Julio Pacheco Rivas.

Cuatro décadas de trabajo constante y una investigación profunda en el uso de la pintura como estrategia de revelación de complejas ambientaciones lumínicas y estructurales lo han llevado a esta etapa de su proceso estético, un heterogéneo y acertado nudo de circunstancias que pone en escena la maestría que comienza a reconocerse autónoma en la obra de este creador venezolano.

Del cruce incidental destacan los despuntes acaecidos durante una colectiva bajo la guía de Miguel Miguel, también curador de la exhibición actual. En aquel momento, algunas reflexiones entre investigador y artista quedaron ancladas en la mirada del pintor. Extraños desplazamientos de los volúmenes y sucesiones escapistas de las siluetas lo persiguen desde entonces, respirando entre los bocetos de cada nueva configuración. Cinco años después no hubo más que reconocer la demanda y dejarlas salir para que, desprendidas del ejercicio aproximativo, bajaran hacia los riesgos de la apuesta teórica y los vericuetos de la destreza sobre el espacio museográfico.

Fue así como el producto final salió a la luz. Once obras de formatos diversos se particularizan y extienden desde sus propias esencias hacia los movimientos perceptivos del afuera, variaciones de zonas arcaicas y contemporáneas, de áreas a un tiempo cercanas y desconocidas, de puertas de luz donde los contrastes, los ángulos y el movimiento secuencial de la línea y el fondo proyectan un entorno mutable, visualidad casi borgiana de caminos que se bifurcan, de escalas que se solapan y prosperan, de repeticiones que se desvanecen y que son mil veces una y también mil veces otra, distintas cada vez, en un repunte infinito de ausencias, cruces y apariciones.

En el aspecto formal, el artista señala en su texto de presentación el paso del contraluz al alto contraste. Una iluminación que cataloga de avasallante le sirve de trampa y alianza para descolocar el campo visual del espectador, para llevarlo hacia adelante o atrás, arriba, abajo, dentro y fuera del orden reconocible de lo verosímil.

Sin embargo, el ojo angustiado intenta organizarse, batalla contra la anarquía mientras pretende el engranaje sensible de ese estallido sin norte aparente. En cada hallazgo la percepción se regocija y ondea, triunfa. Al segundo siguiente desfallece, entregada de nuevo ante la ilusión sin tregua de ese acrílico que traspasa paredes y telas desestabilizando todo, como si el único descanso fuera doblegarse ante la vibración sin lógica de ese transcurrir eterno. Tal vez algo de esto estaba en la propia mano del artista durante el proceso de ejecución.

Cuánto temor el pensar que este sentimiento lo acompañara, soterrado e inevitable, en esos instantes sin fin, silencios invertidos en la producción de un laberinto luminosamente abismal donde la perspectiva ­como en el famoso lienzo Las meninas de Velásquez­ escapa siempre de sí misma al tiempo que a sí misma vuelve, una y otra vez.

De los contrapuntos de esta independencia resalta la pintura como estructura y discurso en una especie de superación del conocido mecanismo cinético entre la luz, el espacio, el color y la participación activa de quien observa. En otro orden, y frente a los diálogos sostenidos entre Rivas y Miguel, nos invita a repensar la figura del curador como correlator integral, descosiendo varios de los lamentables oscurantismos que tanto han estrangulado estos nexos en los últimos años de nuestra historiografía nacional.

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