lunes, 18 de abril de 2011

QUEJACIÓN


De la dificultad para leer
Luis Barragán


Rigores que facilitan la consolidación del imperio iconográfico establecido, la dificultad de leer guarda correspondencia con la impaciencia e incomodidad. Además de las complicaciones de tiempo, hay textos casi imposibles de maniobrar para la continuidad despreocupada del recorrido.

El formato pocas veces ayuda, deseando la absoluta plasticidad de una lectura que es promesa esencial de los medios electrónicos. Las más diversas posturas e, incluso, lugares de la casa que pueden convertirla en un hecho insólito, suelen no concordar con el peso y tamaño de la obra. Sin embargo, no deseamos referirnos a las anheladas acrobacias sobre la almohada para riesgo de los lentes o gafas, sino de los libros que prácticamente prohíben la placidez de un andar consecutivo y confiado.

Aproximándonos al feriado religioso, en el que – además – cabe el ejercicio vacacional y anómico de la fe, realizamos los cálculos para devorar uno que otro impreso pendiente. Tamaña aspiración, a veces traicionada, supone abordar materias más complicadas que aconsejan paciencia y – apenas – una básica comodidad.

A modo de ilustración, “El betacourismo 1945-1948: rentismo petrolero, populismo y golpe de Estado” de Oscar Battaglini (Monte Avila Editores, Caracas, 2008), no admite mayor dilación y fuerza al resaltador o al block de notas, advertencia hecha cuando intentamos asumirlo inicialmente en un banco de la cocina de medianoche. Cada párrafo también constituye un esfuerzo de revisión de “El medinismo” del aludido autor, cuya cita recuerda una investigación consecuente, o el chequeo de las cifras invocadas sirviéndonos de de Asdrúbal Baptista y su “Bases cuantitativas de la economía venezolana 1830-2002”, por no mencionar otras obras cuestionadas como “Venezuela, política y petróleo” de Rómulo Betancourt, o de verificación como “Estado y gasto público en Venezuela 1936-1980” de Miriam Kornblith y Thais Maingon.

Se dirá que la (auto) tarea adquiere un perfil innecesario con estos malabares, pues, apenas aficionados, no tenemos una obligación académica pendiente ni una requisición inmediata como profesionales de la historia que no somos, pero tratamos de economizar el tiempo administrando otras fuentes indispensables. De modo que un acto comprometido de lectura, anhela oportunidades que frecuentemente niega el diario suplicio urbano.

Ciertamente, no se trata de la abnegada preparación para la presentación de una prueba escrita u oral, acaso un quizz, aunque – nota esencial – procuramos compensar las deficiencias del oficio político al que, de un modo u otro, celebramos. La creciente desespecialización dirigencial de los últimos años, compartiendo mayores o menores responsabilidades de conducción partidista, fuerza a las adicionales investigaciones de una realidad – pasada o presente – insobornable.

En días pasados, por ejemplo, Eduardo Páez-Pumar expuso las intimidades técnicas que hacen el consabido colapso eléctrico del régimen, permitiendo a la dirección socialcristiana extenderse un poco más en el la consideración estrictamente política del problema. Significó un importante ahorro de esfuerzos por la confianza depositada en el ponente que no la desmiente, la cual no impide una curiosa indagación personal, aunque en otros renglones no suele ocurrir: así, la inquietud y preocupación individual deviene horas imprevistas de estudio.

Creyentes o no, cazadores literales de la tranquilidad citadina que dirá ofrecernos la Semana Santa, armados de lápiz, papel y otros textos, intentaremos el arado de los impresos más complejos. Sin dudas, la otra dificultad para leer.

Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/librosyautores/7923-de-la-dificultad-para-leer

Fotografía: LB, 04/11

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