martes, 19 de abril de 2011
SEGÚN ÉL MISMO
Economía Hoy, Caracas, 5 de Mayo de 1999, Nr. 2.926
Azaña según Azaña
Luis Barragán
"La guerra no empeora,
porque
desde el principio
la tenemos perdida"
Carlos Rojas
Hay libros tan gruesos como una guía telefónica que, además de exhibirse con orgullo en el rincón del hogar u oficina, pueden ayudar a equilibrar una mesa, romper nueces, facilitar la escalada para arreglar un detalle del techo o invocar las crudas escenas de Ignacio perseguida por la celebérrima gata. Sólo parecen importar a los especialistas y, si acaso, prodigar la consulta precisa si cuentan con sendos índices, temático, onomástico y a lo mejor astrológico. No obstante, también provocan, casi inadvertidamente, la pasión de una lectura consecutiva que sabe de una enorme ansiedad al concluir el último de sus capítulos.
A principios de los noventa tropecé con dos de los cuatro tomos de las "Obras completas" de Manuel Azaña, en el remate del puente de las Fuerzas Armadas. Particularmente el último, contentivo de sus diarios, prologado por Juan Marichal, me cautivó inmensamente, como anteriomente las memorias de Kissinger, llevándome a tocar el fondo de ese caudaloso río de tinta que el protagonista despachaba sin pretender otro afluente que el de sí mismo.
A sesenta años del triunfo de Francisco Franco, insurge la figura del ateneísta de Madrid que alcanzó importantes responsabilidades de poder en la España republicana que supo del cadalzo de la guerra civil. Una descomunal angustia explica el relato breve y, a la vez detallado, de cada una de sus diligencias e impresiones, incidencias y evocaciones que día a día tejen sus estancias dentro o fuera del poder, con el vértigo de sus vacilaciones y el ingenio de sus sarcasmos. Algunos pretenderán una reconstrucción del material, escarbando las orillas de un estilo de hacer las cosas que Maquiavelo (des) aprobaría, mientras otros hincharán la vanidad poética del actor para asirse de su propia lápida en medio de las aguas que la mecen, pero la angustia es, definitivamente, el verdugo: hábil nadador que llega insomne a nuestros propios días.
En 1997, la casa Grijalbo Mondadori editó los diarios faltantes, con una excelente introducción de Santos Juliá. Hablamos de los cuadernos robados por el vicecónsul Antonio Espinosa San Martín, cuyas simpatías por la causa nacional lo llevó a apropiarse de ese salvoconducto, prueba fehaciente de su deserción en Suiza. Este funcionario, quien por cierto estuvo en Caracas en 1950, deleitó las manos de Franco con los capítulos de una serie que los propagandístas de la dictadura devoraron con prontitud y saña.
Tiene razón Carlos Rojas, al novelarlo, cuando esboza la sordez de la guerra en el líder político de una lucidez cruel, así no recuerde su nombre ni el del país que le tocó presidir. Víctor Alba lo tendrá por sepulturero de la república, reparando en las incursiones políticas de otros intelectuales como el pianista Paderewski, José Vasconcelos, Trotsky, Rómulo Gallegos. Pero es Azaña el que habla de Azaña al filo de las tormentas que agitan incansablemente ese río al que muchos no quieren meterse, satisfechos con una postal, tan colorida como inútil.
Ojalá no sepamos de los hechos y razones que fundaron la tragedia española. Y los protagonistas políticos del presente venezolano se acerquen a las páginas de Azaña, dispuestos también a biografiar sus pasos: enflaquecidas u obesas memorias que no olviden, por fondo, el Aranjuez de Rodrigo con Alirio Díaz y la Sinfónica Venezuela o Paco de Lucía y la Orquesta de Cadaqués. ¿Gustará de la música el señor verdugo?.
Nota LB (19/04/11):
El reciente artículo de Manuel Vicent, reavivó nuestro interés sobre el tema. Aparentemente, en la España actual, hay quienes - crecientemente - la reivindican como una posibilidad: la República y su tricolor hasta luce en atuendos para jóvenes...
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