sábado, 30 de abril de 2011
DE LA (AÚN) ALTERNA (POST) MODERNIDAD
EL NACIONAL - Sábado 30 de Abril de 2011 Papel Literario/2
Fascismo o la sensación de comienzo
NELSON RIVERA
A la espesura de los rigores académicos (plantear las dificultades de los asuntos teóricos o las consecuencias de la propia formulación de problemas; someterlos a distintos criterios de verificación; remitirse a los antecedentes; ventilar las semejanzas y distinciones entre unas y otras hipótesis; hacer las demostraciones del caso; apelar a documentos, fuentes y citas de múltiples origen, en varias lenguas), debemos añadir un segundo factor: la erudición. No una erudición ampulosa, mucho menos exhibicionista: se trata de una erudición ceñida al tema: piezas que, conectadas a la vía principal del texto, le sirven al autor para asegurar la solidez de su recorrido conceptual.
Elementos que sellan ductos inconclusos, o que abren vías a otros destinos, o que relacionan los temas de Fascismo y Modernismo, con otros de especial relevancia.
Roger Griffin es profesor de Historia contemporánea en Oxford Brookes University, en Inglaterra. Además de Fascismo (1991) y de Naturaleza del fascismo (1995) es autor de una obra, producto de una paciencia y dedicación sorprendentes: cinco tomos de análisis de fuentes secundarias relacionadas con el fenómeno fascista: Fascism. Critical concepts in Political Science (2003), magno esfuerzo de investigación que goza de una reputación considerable entre los expertos estudiosos del tema.
Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler formula una advertencia en las primeras páginas, que adquirirá su pleno dramatismo en la segunda sección del libro, cuando Griffin se esmere en mostrar cómo la realidad de cada uno de los dos regímenes se corresponde con los conceptos revisados de modo profuso y profundo, en la primera sección. La advertencia se refiere al peligro que representa para las sociedades la aparición del tiempo mítico o el tiempo apocalíptico, donde la decadencia del pasado encontrará su final, y un futuro hecho de posibilidades ilimitadas resurgirá para proveer de rumbo y de felicidad a los hombres. Ese tiempo mítico no sólo implica el doble movimiento clausurar (el pasado ominoso) e inaugurar (una larga época de justicia), sino también el de un renacimiento de los antiguos valores, de los antiguos ejemplos, de los antiguos héroes, que vienen a constituir las fuentes que legitiman la transitoriedad de una época de intenso movimiento, marcada por lo que se acaba y lo que comienza.
Este "topos" según el cual es posible gestionar la trascendencia a través de cambios políticos, económicos, sociales y culturales, y que ello debe ocurrir "cueste lo que cueste" es esencial en las prácticas del fascismo y el nazismo. Pero esta aseveración no debería repetirse sin recordar que no fueron sólo sus élites promotoras, quienes aceptaron el beneficio de ese topos: también millones y millones de personas en Italia, en Alemania y en otros países de Europa aceptaron que había llegado un tiempo histórico de cambios extraordinarios, tan extraordinarios que de ellos surgiría un hombre nuevo y una vida mejor.
Aufbruch Si el período de entreguerras fue un recargado caldo de cultivo para la proliferación de fuerzas que promovían una "destrucción creadora" (liquidar el presente lastrado por un pasado decadente), que daría paso a un tiempo futuro de verdadera felicidad, Griffin sitúa entre 1860 y 1945 el inicio y maduración de una etapa, donde en todos los campos (la ciencia y la tecnología, las artes y la cultura, la vida social y la dimensión productiva, la educación y las formas de intercambio en el espacio público) se produjeron metanarrativas que recriminaban al pasado y clamaban por un futuro de nuevo cuño.
Ese sentimiento, esa sensación que durante décadas se reprodujo entre las élites de Europa y más allá, queda expresada en la palabra alemana Ausbruch, portadora de diversos sentidos: huida, ruptura o estallido, pero también disolución, irrupción o partida.
Griffin cita a ese extraordinario pensador que fue Sigfried Kracauer, quien describía el estado de ánimo de comienzos de siglo con esa misma palabra: "En aquella época este término tenía un significado especial, aludía a la huida de un mundo destrozado, una partida desde el ayer en dirección al mañana sobre la base de conceptos revolucionarios". La revisión de datos, evidencias y testimonios de aquellas décadas sugiere que el estado de ánimo, la sensación de protagonizar un comienzo histórico, presente en buena parte de Europa, se constituyó en la fuerza implacable, a menudo embriagadora, que tendrían estas ideologías que prometían un nuevo comienzo del mundo.
Los esfuerzos teóricos de Griffin se resuelven en varios terrenos: en el semántico, puesto que tanto fascismo como modernismo son palabras y categorías con muchas interpretaciones, a menudo contradictorias. En el nivel ideológico, puesto que desde la izquierda se ha pretendido establecer una asociación de significación política, entre fascismo y pasado, y socialismo y futuro. En el ámbito de la academia, donde los estudiosos, a lo largo de las décadas y de innumerables publicaciones, han ido sumando preceptos y asociaciones que no siempre se corresponden al rigor analítico o a la realidad constatable de los hechos. En el plano histórico, donde analiza el modo en que esos hechos y conceptos se encontraron o no en la Italia fascista y en la Alemania hitleriana.
Contra quienes han postulado que la presencia de conductas regresivas o de elementos críticos al estado presente de las cosas, sería suficiente para determinar la condición antimoderna del fascismo y del nazismo, el autor, sobre el ensamblaje de una sustentada argumentación, sostiene que el fascismo sería un modernismo alternativo ("un régimen que celebraba el pasado en el nombre del futuro, en que los ocultistas se codeaban con ingenieros y científicos en la búsqueda de la regeneración racial, era perfectamente compatible con el modernismo, por mucho que rechazara la modernidad progresista y liberal del humanismo ilustrado"). Que el fascismo no podría ser un empeño de regreso al pasado, lo demuestra su conexión con la quintaesencia de la experiencia moderna, toda ella inmersa en la sensación, en la necesidad de una nueva época.
Dialéctica de los contrarios La genealogía del modernismo (y del fascismo y del nazismo) debe buscarse en el desencanto que comenzó a desparramarse por el mundo a mediados del XIX. La pérdida del "dosel sagrado"; el impacto del darwinismo en la solidez de las creencias; la aparición de la reflexividad, anotada por Kolleseck, que derivó en un cambio en la experiencia del tiempo (Blumenberg habla de la modernidad como colapso: el rompimiento entre el tiempo personal y el tiempo histórico); el exilio de toda teleología; la merma de vínculos con la trascendencia; la fragmentación del mundo; las incertidumbres; la desorientación, cada vez más fantasmagórica, que afecta a la vida de los occidentales; el hondo e indescriptible malestar entre los hombres hacia cuanto les rodea, todos son correajes que se entrecruzan y se distorsionan unos a otros. Como escribió Theodor Adorno, la modernidad, más que una época es un conjunto de procesos.
Es en ese estado de cosas, donde el modernismo, como una condición que sobrepasa lo artístico y lo cultural, surge como una rebelión ante la decadencia, como una fuerza que aspira al cambio, que clama por la superación del presente.
Puesto que ha surgido dentro de la modernidad, puede crecer alimentada por contrarios: necesidad de transformación y vocación por el pasado, sin que ello se perciba como contradicción; reivindicación del conservadurismo, pero también de cambios radicales, a un mismo tiempo; un carácter donde conviven el pesimismo y el optimismo, turnándose y en lucha permanente.
De esto deriva que fascismo y nazismo son políticas del tiempo: llaman a un futuro, a una condición social de trascendencia, a una disciplina social de salud y convivencia, establecen los códigos de un culto al futuro, a la larga duración del régimen, mientras invocan a las figuras y a los hechos del pasado, recursos útiles para escenificar y ritualizar un futuro puro y soñado como camino a la perfección colectiva. Esta maleabilidad, esta convivencia de los contrarios explica, además, que el modernismo (como propuesta estética, exigencia social o proclama hacia el espacio público) haya sido, o militancia de izquierdistas o causa de derechistas: desde ambos territorios se denostó del presente, se formuló un llamado a la tradición, y se comprometió el apoyo a políticas devastadoras del hombres y de la sociedad, que anunciaban un nuevo tiempo y un hombre nuevo (Griffin habla de las "membranas porosas" del modernismo).
Una sociedad pura Griffin se vale de la antropología, de la crítica literaria, del estudio de las artes, de teóricos de lo político y lo social, y de mucho más para establecer un corpus conceptual del modernismo, para mostrar a continuación, la existencia de un modernismo político, en el que se inscriben el fascismo y el nazismo.
La creencia que reclama que la sociedad debe ser recargada moralmente y que esa recarga es indisociable de una limpieza social; que esa recarga moral debe conducir, por un camino de sacrificios a una condición de trascendencia colectiva ("más que regenerar la vida de los individuos, la finalidad de los rituales que se generan en este tipo de situaciones es regenerar la sociedad"); que esa trascendencia colectiva consiste en el encuentro con el pueblo, que es puro y víctima de modo simultáneo; que el nuevo orden surgirá en torno a la figura del líder carismático, de un profeta cuyo destino consiste en señalar la visión que garantice la transición al nuevo orden; la afirmación que asegura que la sociedad del futuro es mejor que la precedente; la incorporación de valores que se proponen conectar los regímenes con la eternidad; la tendencia que hace confluir ideas provenientes de diverso origen, que convierten la ideología en un collage de elementos de extrema heterogeneidad; el movimiento mental según el cual el avance hacia el futuro tiene algo de regreso al pasado; que, en esencia, se trata de proyectos políticos cosmogónicos, en cuanto prometen crear un nuevo mundo a partir del caos imperante; que el nuevo orden está siempre asociado a la reivindicación de lo nacional y lo propio; cada uno y en conjunto son algunos, sólo algunos de los elementos que en interacción, son esenciales en la caracterología del fascismo y del nazismo.
"La búsqueda modernista de la salud no sólo se manifestó a través de la nueva `cultura del cuerpo’, sino que penetró en la imaginación creativa de los profesionales en todas las esferas de actividad implicadas en el bienestar de la sociedad moderna, y afectó a los médicos, ingenieros, diseñadores, arquitectos, urbanistas, pedagogos, teóricos de la educación y, en general, a los pioneros de lo que hoy en día conocemos como el Estado de Bienestar Social". No hace falta advertir al lector el paso a la eugenesia y, de allí, casi de forma inercial, a las teorías y proyectos de orden racial, que fueron la plataforma conceptual y estética que condicionó el genocidio del pueblo judío que vivía en Europa, no únicamente en Italia y Alemania, sino también en otros países (al respecto es recomendable la lectura de Fascistas, el libro del investigador norteamericano Michael Mann, que describe los movimientos fascistas de Austria, Hungría, Rumanía y España).
Este ambiente eugenésico está asociado a un complejo y poderoso elemento de los modernismos políticos, que se describe con la fórmula "deseo de guerra", del que deriva no sólo la definición del "enemigo común", sino también de discursos éticos y de ceremonias que aspiran al estatuto de lo sagrado. Es a partir de esta preceptiva modernista que los fascismos, abierta o soterradamente, cultivaron la tesis según la cual, a más bajas humanas mayor depuración de la sociedad. Por eso es que fascismo y nazismo se hundieron en la lógica del terror y la muerte (como también hicieron Lenin y Stalin, profetas del bolchevismo): porque la más alta inspiración modernista consiste en creer que a partir de la destrucción del presente será posible el levantamiento de un nuevo tiempo y una nueva realidad: la ferocidad derivada de la sensación de un nuevo comienzo.
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