viernes, 22 de abril de 2011

EJECICIO DE CIUDADANÍA (4)


Toki-Eder

Un hermoso lugar. Es verdad que el idioma vasco para los hispanoparlantes nos resulta bastante inextricable, pero no por ello deja de írsenos convirtiendo en familiar luego de que por tanto tiempo tantas arquitecturas en la ciudad nos lo enseñen desde sus orondos apelativos. Y aprendimos por ellos que “Donosti” es San Sebastián y que “Eder” es sinónimo de “bello” o “hermoso”. Y más aún, aprendimos que “Toki” (sí: toki) es nada menos que “LUGAR”. Y como un bello lugar en efecto se había conservado hasta ahora la Plaza de Chacaíto hacia la entrada al Caracas Country Club, en esa curveada involución natural que adquiere la Calle Real de Sabana Grande justo antes de continuar hacia el este como Avenida Francisco de Miranda. Un claro remanso que se despliega al pasar sobre la quebrada, una suerte de playa urbana, de meandro ralentizante del que sacaron amplio provecho los grandes enclaves comerciales de los setenta, el Centro Comercial Chacaíto y Beco, y al que, con premonitor olfato, reconociera con su glamoroso apelativo el cine homónimo de la calle más amplia de la ciudad, el “Broadway”. Pero, ¿qué hace tan singular a este “Toki” caraqueño? Hasta hace muy poco, ni plaza en él había (ésta fue fruto de la operación de creación de espacios urbanos de la C.A. Metro de Caracas en los ochenta). Miramos alrededor, y es muy poco lo que encontramos, salvo noble arquitectura urbana puesta con tino y humildad. Y he aquí que en Chacaíto la ciudad vuelve a demostrarnos con su sabiduría silenciosa cómo los hombres se fueron poniendo tácitamente de acuerdo para ir moldeando las formas del espacio urbano… hasta esbozar la creación de un sitio singular. Algo único, inacabado y aún “en construcción”.... Presencias irreemplazabales O en “de-construcción”, si lo vemos desde la cruda realidad. Aquél lugar que se había anclado en nuestros corazones a punta de efectiva arquitectura, que soñaba con concretarse, está a punto de ser desmantelado. La dulce curva de los añejados edificios modernos que vienen de El Rosal, la puerta tamizada de concreto del Centro Comercial Chacaíto, la mole repotenciada de Capuy-Beco, la paz compositiva del dondisquero Royal Palace y las ondas icónicas del Sokoa, serán desarticuladas, lanzadas al vacío, desmembradas de su concertada armonía de caballeros de la orden de la santa fábrica (a.k.a. la ciudad) cuando sean despojados de su mejor compañero de armas: el Edificio Toki Eder (c. 1940). De haber pertenecido previamente a Fogade, el Toki Eder fue adquirido por un ciudadano árabe que, ni corto ni perezoso, no más hacerse de él, tapióle con ladrillos las bellas logias abiertas de sus laterales para luego lanzarse con furia sobre sus restantes ventanas. La gran casona vasca cerró los ojos, y enmudeció de pronto. ¿Cómo se lo permitieron las autoridades, cómo las nacionales/patrimoniales, cómo las municipales? Pues alegan las unas que el “Toki Eder no está declarado”, mientras que dicen las otras que el “Toki Eder no está inventariado”… En medio, la ciudadanía languidece, desamparada, indefensa, esperando por una explicación... Y mientras tanto, el único edificio de Caracas que le canta a su enclave urbano, una vez demolido, una vez su presencia desaparecida y esfumada del solar, una vez su noble pecho condecorado de elíptico óculo arrasado y hecho polvo, con su ausencia desmantelará el lugar, y veremos derrumbarse la creación colectiva de la vieja Plaza de Chacaíto como un castillo de naipes.

Orfelinato de declaratorias

Es aún hoy el Toki Eder un poema en estilo Neovasco difícil de equiparar en todo el valle, salvo como no sea con su delicioso pariente el Edificio "Donosti" de Las Mercedes, el de la carabela tallada en el escudo de piedra. Por la limpieza de sus formas, -el ancho cuerpo del edificio aposentado bajo sus dos aguas compuestas cubiertas de tejas generosas-, y por la maestría del frente ornamental –la cascada de cemento modelado para crear un gran portal vertical aplicado sobre la fachada principal-, con sus dobles volutas y sus dobles conchas, nos hacen sospechar en él también la mano de Don Miguel Salvador, arquitecto de cuantiosa obra en esta ciudad, y padre de la arquitectura vasca en el exilio venezolano. No deberá entender Don Miguel -de vuelta en España- cómo es eso de que en este país el Instituto del Patrimonio Cultural se haya declarado desinteresado en hacer ni una sola declaratoria más ni de Monumento Histórico Nacional ni de Bien de Interés Cultural o de ninguno de sus afines.¿Será que ya todo fue inventariado -se ha de preguntar el arquitecto-, ya todo está debidamente protegido, y nada de la memoria urbana de Venezuela corre peligro? ¿O será que porque el Toki Eder figura en la lista patrimonial del primer PDUL (siglas de Plan de Ordenamiento Urbano Local) de cuando Irene Sáez y en la más reciente lista del Patrimonio de Chacao hecha por William Niño Araque es suficiente para que no le otorguen en Chacao al propietario permiso para demolerlo?

Peloteado entre escurridizos funcionarios, pero blandiendo con majestad su pedigree arquitectónico para quien lo quiera ver, el Toki Eder espera por nosotros para poder seguir enriqueciendo con sus aires cantábricos la Calle Real.

Hannia Gómez

Fuente:
http://fundamemoria.tripod.com/id57.html

EL NACIONAL - LUNES 15 DE NOVIEMBRE DE 1999 / ARQUITECTURA
El valle de los caídos
Hannia Gomez

No, los caídos no son los que imaginan: no los que exalta el monumento franquista a sus héroes en la Guerra Civil Española (1959) ubicado en la Sierra de Guadarrama; no esos fantasmas encapuchados de mármol, semiocultos entre la caverna, no, aunque en lo tenebroso se les parezcan mucho en este valle falangista.

No los concejales de la Cámara Municipal de Chacao, al dar hasta ahora su brazo sin tregua para defender desinteresadamente la memoria urbana de su Municipio, a pesar de la incomprensión y la negligencia que abunda entre quienes mal los rodean, nombrando patrimonio monumental del Municipio al Edificio Galipán; al haber detenido por todo este tiempo la avalancha destructora que se cierne brutalmente sobre este querido fragmento arquitectónico, de la avenida más importante del este de Caracas; al haber dado aquella inolvidable primera señal de ALTO, OJO: AQUI TENEMOS UNA CIUDAD, tenemos una historia, un carácter y un sabor urbano legítimos, y nuestra responsabilidad es defenderlo; Caracas no puede ser por todas partes borrón y cuenta nueva, nosotros sí sentimos orgullo ciudadano por lo poco que nos queda, no todas las parcelas del municipio son iguales, hay lugares de respeto, hay cosas inviolables, deben nacer nuevas modalidades para desarrollar y construir, sí, pero sin inmolar los íconos de la memoria urbana que nos hicieron como somos. Seamos responsables. Reflexionemos.

No. Tampoco la Academia, con un Consejo Universitario y un Consejo de la Facultad de Arquitectura que han dado magistralmente la talla sabiendo llevar a la opinión públia el peso de la verdad y demostrando cuán inamovible es la dignidad cuando se ancla en el conocimiento verdadero. Nunca habíamos tenido en materia urbana y arquitectónica una respuesta de tanto consenso y tanta severidad, proveniendo de nuestra suprema Alma Mater, así como nunca habíamos estado armados en nuestras luchas urbanas de una figura tan heroica (heroica, dije, sí, en toda su dimensión) como la de nuestra actual Decano de Arquitectura y Urbanismo.

No. Tampoco son los vecinos, solos como individuos o agrupados en asociaciones, ni sus alertas dirigentes, velando por lo que les pertenece, ellos como los primeros afectados ante la degradación del entorno, ni tampoco la colectividad caraqueña, gigantesca masa hasta ahora aparentemente inasible y apática en estos temas, que por todas partes se manifestó con las maneras que le brinda la ciudad, desde el murmullo hasta la airada queja en todas sus formas, ni, finalmente tampoco, el gremio periodístico, la mayoría de los críticos de arquitectura incluidos allí, llenando las páginas de periódicos y revistas con sus trabajos, abogando por la conservación, aún sin ponerse muy de acuerdo en la forma, pero todos igualmente atemorizados ante lo que significaría la pérdida irremisible de este gran Edificio convertido en Símbolo y el duelo por la derrota de la ciudad en esta hora. No. Ellos no son los caídos.

Caído está el Alcalde, máxima autoridad del Municipio, quien no quiso refrendar la tan honorable declaratoria de monumento de sus pares, avalándola aunque fuera con una simple firma, por temor a comprometer los dineros de su cartera, cuando lo que tenía que hacer era promover una campaña para cambiar las leyes, coordinar un concurso de arquitectura para salvar el edificio construyendo unas áreas adicionales atrás, y erigirse en el país como Adalid Político de la Memoria y Promotor de la Evolución Legal de la Ciudad (Señor Alcalde, las oportunidades en la vida que nos da Dios para llegar a ser inmortales son fugitivas); caído está el Instituto de Patrimonio Cultural de este país, especialmente en la figura de su Director, quien se está ocupando no se sabe de qué peregrinos menesteres sin encargarse como debiera de lo suyo, es decir, de salvar el patrimonio monumental, de ganar para todos y para siempre esta batalla icónica, de entender de una vez por todas qué es lo que hace de Caracas Caracas, de buscar la mejora legal y de convencer a los descreídos de lo que significa el lenguaje de la ciudad; caídos están todos esos otros directores de institutos y directores de páginas de arquitectura que han puesto en duda hasta la esencia misma de lo caraqueño, pensando que cualquier cosa estará mejor en esa parcela que el humillante montón de basura al que sus dueños han reducido el edificio y celebrando como una victoria un entendimiento que es un fracado disfrazado; caídos están los asesores que han decretado la debilidad de la estructura del edificio, porque si les diéramos crédito entonces habría que demoler también toda la Caracas de esos mismos años, el Palacio de Miraflores incluido; caídos están los abogados que, ignorantes en materia de arquitectura y urbanismo, elaboran dossieres de 200 páginas para descalificar a la arquitectura de Caracas, híbrido excitante y elusivo, linterna mágica, tesoro inédito aún ni siquiera tasada del todo ni por nuestros especialistas ni por nuestros mismos poetas.

Caídos, aún sin que haya caído siquiera el Galipán, ellos están. Y caída, como ninguna, la Presidente del Colegio de Arquitectos, quien aún no se sabe a nombre de quién -porque que se sepa nunca se hizo ningún referéndum para preguntarle su opinión a todos los colegiados sobre el asunto- asumió su destructiva, inescrupulosa, irresponsable, pública y ejecutiva postura de "echarle encima la lápida" -usando sus propias palabras- al Galipán, y ahora prosigue logrando acuerdos mochos y engañando a la opinión pública, haciéndole creer a todo el mundo que clavar un Richard Meier en la Miranda puede perdonarlo todo (a mí, como a muchos ilustres colegas, ella NO nos representa un rábano, y lo único que queremos es ver su nefasta acción fuera del Colegio).

Véanlos caer. Véanlos cayendo. Por promotores destructores de la memoria, por plegables mediatizadores de la verdadera arquitectura, por acomodaticios mediocres sin fe en nuestra ciudad. Puede que aún no hayan llegado los tractores, pero ya quien lo desee puede verlos caer.

Ilustración: Vista de la avenida Francisco de Miranda, desde el tejado de "Toki-Eder".

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