Luis Barragán
Siendo afortunadamente la oposición plural y pluralista, no me cuento entre los simpatizantes de Alejandro Peña Esclusa. Escasamente difundido su pensamiento, excepto una folletería que estuvo en boga años atrás, guardo distancia respecto a buena parte de las posturas que atisbé, reconocido su coraje en la protesta cívica de calle. Empero, su detención y el consiguiente silencio que tiende a reinar en torno a las circunstancias que le dieron origen, impide pasar por alto la incuestionable condición de preso político.
Incuestionable e injustificada condición, suele esgrimirse un ultraísmo de derecha que, por una parte, contrasta con los líderes de la ultra izquierda tan golosos de las libertades que el Estado niega a otros, bajo semejante supuesto. De modo que hay violencias, por añadidura sistematizadas, que el régimen pretende legitimar frente a otras no comprobadas que destinan a los supuestos autores a cumplir una pena - simplemente - no sentenciada.
Que sepamos, por otra parte, no hay evidencias comprobatorias, públicas y convincentes, capaces de responsabilizar a Peña Esclusa. Excepto que la presunción baste para una definitiva imputación y condena, la inmensa y arrolladora maquinaria propagandística y publicitaria del gobierno nacional se encarga del dirigente opositor según le convenga en determinadas y hasta prefabricadas circunstancias, aleccionando lo que puede ocurrirle – incluso – al más moderado o tímido disidente.
Finalmente, uno de los logros de las décadas anteriores fue la domesticación del ultraísmo del signo que fuere, objeto de la constante y natural recomposición del debate y de los cuadros políticos. Incluimos a una extrema derecha que procuró defender viejas riquezas, invocando hasta el absurdo privilegio de sangre, neutralizada y desoída a favor de los consensos a los que – después – hizo también algunos aportes innegables, retractada de toda virulencia.
Valga la coletilla, el chavezato genera también una derecha capaz de reeditar las viejas banderas. Agitándolas, cuenta con un “césar democrático” que es capaz de tomarlas para mantenerse en el poder, por increíble que parezca, pues se trata de la renta petrolera: el estilo privado de vida, apenas es un dato.
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