El Nacional - Domingo 10 de Abril de 2011 / Todo en Domingo 14
El ascenso de Christian Vásquez
Con apenas 26 años, el director de orquesta venezolano ya ha sido asistente de Zubin Mehta y ha compartido el podio con Simon Rattle. Nominado al prestigioso Anillo de Beethoven 2011 y convocado para dirigir casi una decena de orquestas este año, prepara su batuta para nuevos retos Magaly Rodríguez
El silencio del encierro antes de salir a escena le crispa los nervios. Cuando Christian Vásquez se prepara para dirigir, es poco probable que lo encuentren místicamente concentrado en su camerino, pidiéndole protección a las musas o al espíritu del compositor de turno. "No puedo estar ahí metido. Prefiero salir al pasillo y caminarlo de arriba abajo o ponerme a hablar con cualquiera. También tengo que ir al baño antes de salir. Eso de quedarme vestido y solo, esperando, no me gusta". Sin embargo, quienes lo rodean se dirigen a él con la misma reverencia y le dicen "maestro" hasta para ofrecerle un vaso de agua. A sus 26 años, el título está bien merecido cuando se tiene una carrera ascendente que lo ha llevado a dirigir cada vez más orquestas de renombre y un cronograma que su agente inglés no para de actualizar. El año pasado fue fructífero e implacable. Su momento estelar fue una gira europea entre septiembre y octubre con la Orquesta Sinfónica Juvenil Teresa Carreño.
En la Philharmonie de Berlín sede de la reputadísima Orquesta Filarmónica de Berlín condujo un concierto en conjunto con el director Simon Rattle. "La gente estaba vuelta loca y nos pedían que les lanzáramos las chaquetas. No lo podíamos creer, era como un sueño". Vásquez y su combo también deleitaron audiencias en el Konzerthaus de Viena, el Concertgebouw de Ámsterdam, el Royal Festival Hall de Londres y el Auditorio Nacional de Madrid. Además, fueron invitados a participar en el Festival Beethoven de Bonn, donde obtuvieron cinco minutos de ovación de una audiencia de 1.600 personas.
En el acto, Vásquez fue nominado para recibir el anillo de Beethoven, el mismo premio que Gustavo Dudamel recibiera en su primera edición en 2005. "Todo lo anunciaron en alemán y cuando me lo tradujeron, no podía ni hablar... La sola nominación ya es muy emocionante", dice ansioso sobre el anuncio del ganador, que se dará a conocer este año. Mientras tanto, le espera una agenda intensa.
Es director musical de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Aragua José Félix Ribas y de la Orquesta Sinfónica Juvenil Teresa Carreño. En Suecia, será director invitado por tres años para conducir la Orquesta Sinfónica de Gävle y en mayo tiene planificado visitar Japón por tres semanas en una gira con la Sinfónica de Praga. En junio dirigirá la de Stavanger, en Noruega, y a finales de año trabajará con agrupaciones de Suráfrica e Israel. La Orquesta Nacional de España también lo espera en octubre, donde se hará acompañar por el contrabajista venezolano Edicson Ruiz. Gloria al bravo Christian. "Méteme, mamá. Anda, méteme".
Cada vez que Nancy Utrera pasaba con el mayor de sus hijos frente a la aragüeña escuela de música de San Sebastián de los Reyes, sabía que le esperaba el mismo jalón en el brazo y el mismo grillito. "Desde chiquito le gustaba bailar y tocar cosas. Lo inscribí a los 8 años en el coro y flauta dulce, y a los 9 en violín. A los 12 ya estaba en la Sinfónica Nacional Infantil de Venezuela", relata ella. Entre los 14 y los 17 años, Vásquez tocó también en la Orquesta Sinfónica de Guárico, e integró la fila de segundos violines de la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar hasta el año pasado. Sin embargo, sus coqueteos con la batuta comenzaron a los 16, cuando un director le pidió conducir el Himno nacional. "Cuando me subí al podio me sentí grande de una forma bonita", recuerda Vásquez. Su romance con la batuta se enserió en marzo de 2006, cuando José Antonio Abreu lo vio conducir y le ofreció darle clases particulares de dirección. ¿No cayó en pánico? "¡Claro! Pero le dije que sí", sonríe. "Es un gran privilegio. Como maestro es muy estricto, pero brillante. Todavía me da clases y me corrige cosas. Baja los hombros, sube los codos".
En 2008, Vásquez debutó como director en la sala Ríos Reyna con la Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar. Entre sus manos estaban los matices de la 2da Sinfonía de Mahler. "En ese momento, la orquesta tenía 300 personas y el coro, 600. Estaba muy asustado", concede. "Pero si no hubiera sido por ese concierto, no me habrían salido varias invitaciones para dirigir fuera". Desde entonces, su carrera se convirtió en una seguidilla de momentos en los que su talento lo ha llevado al lugar indicado. Ese año Gustavo Dudamel le pidió que fuera su asistente para unos conciertos con la Orquesta Filarmónica de Radio Francia, la cual ha vuelto a dirigir en varias ocasiones más. También asistió a Zubin Mehta, quien luego lo recomendó como director invitado para un par de conciertos con la Orquesta Filarmónica de Israel en Tel Aviv y Haifa.
Ha llevado la batuta de la Filarmónica de Turkus, en Finlandia, y de la Sinfónica de Bruselas, entre otras. "Sueño con dirigir la Orquesta Filarmónica de Berlín y la de Viena", confiesa. ¿Qué ocurre cada vez que le toca subirse a un podio nuevo? "Si es la primera vez, los músicos primero lo investigan a uno en Internet. Que les avisen que los va a dirigir un venezolano les llama la atención; también tiene que ver el hecho de que uno todavía es muy joven y está dirigiendo orquestas con músicos que tienen de 30 a 60 años, y cuando ven que uno trabaja con alegría y les inyecta entusiasmo, les encanta".
Sin embargo, reconoce que su secreto es estudiar el repertorio una y otra vez. "Si no llegas preparado, la orquesta se da cuenta enseguida y ya no hay mucha de esa química que es imprescindible para que el director pueda hacer bien su trabajo. También es importante saber ensayar, porque si no los músicos se fastidian. Saber cuándo echar un chistecito ayuda bastante". Ni más, ni menos. "Como director, Christian es detallista. Sabe muy bien lo que quiere, pero no se siente más que el resto. No es un director al que no puedas llegarle y sugerirle algo", dice el violinista William González, quien reconoce que las comparaciones con Dudamel nunca faltan. Vásquez no se acompleja con el tema. "Gustavo ha sido un boom en todo el mundo y nos ha abierto a Diego Matheuz y a mí muchas puertas. Sí me han dicho en otras orquestas de afuera que dirigimos parecido, pero tiene sentido porque venimos del mismo profesor. Que me comparen con él es un lujo. Triste sería que me compararan con alguien malo, ¿no? (risas). Siempre es un honor, aunque cada quien tiene su estilo". Lo de ganarse indulgencias con escapulario ajeno no es lo suyo. "Una vez le preguntaron eso en una entrevista, si se sentía un segundo Gustavo Dudamel", recuerda William González. "Y el contestó: No sé. Yo me siento el primer Christian".
Con una vida cada vez más agitada, Vásquez cuenta que en los últimos dos años se ha hecho más difícil que pase un mes corrido en Venezuela. Novia no tiene, aunque se sonroja un poco al confesar que está saliendo con alguien. "Es complicado pasar tiempo juntos, pero si hay buena comunicación y uno se quiere, se trata de compartir lo más que se pueda. Cuando pasas tiempo sin esa persona tienes más oportunidad de extrañarla y cuando la vuelves a ver es más emocionante porque hay más cosas que compartir". Su mamá, cuenta, es quien no supera del todo despedirse de él. "Cada vez que me voy, llora. Está orgullosísima de mí, pero a eso no se acostumbra". Ella lo admite. "Christian se fue de la casa a estudiar para Caracas cuando tenía 17 años y vivió con unos compañeros músicos en Parque Central. A veces me llamaba por teléfono para preguntarme cómo se hacía el arroz", se ríe. "Yo sí creo que a él le va a ir siempre bien. La música es su vida y estudia muchísimo. Cuando viene a visitarnos, si no está aquí en la casa es porque está dando talleres en la orquesta de San Sebastián".
Hace unos años, cuando se le preguntó para esta revista cuál era su objetivo al dirigir, Vásquez deseaba que el público que oyera a esa orquesta más nunca la olvidara. "Que la música los remueva, los toque bien adentro". Sin remordimientos, Vásquez asegura que no extraña el violín. "Cuando empecé a dirigir me di cuenta de que el violín ya no era igual de personal para expresarme. En cambio en el podio no me da pena sudar, brincar, gesticular, gritar. Ahí me siento más yo, más libre. La batuta no suena, pero me dejo llevar por la música para que los músicos puedan transmitirla también". Desmelenarse hasta el último zarpazo es lo que más lo llena de energía. "Cuando se acaba un concierto termino con ganas de comer, de salir, de bailar. La música me da vida", asegura. "Termino cansado pero eléctrico, no sé cómo explicarlo. Termino feliz".
Fotografía: Marcel Cifuentes
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