martes, 8 de marzo de 2011

CUADERNOS DEL DESTIERRO (POSTMODERNO)


EL NACIONAL, Caracas, 12 de Marzo de 2002
Trilogía de la angustia
Valmore Muñoz Arteaga

Una de las grandes lecciones de figuras de nuestro pensamiento como Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri, Enrique Bernardo Núñez, Jesús Enrique Lossada, es hacer de la angustia un motivo para producir y crear respiraderos para soportar la crisis que ha hecho nido en el alma nacional. Entre estos intelectuales que hicieron de la angustia la vía para expiar la dolorosa situación venezolana se encuentra Mario Briceño–Iragorry, quien publicó tres libros que se complementan y que constituyen la trilogía de la angustia briceñiana: Mensaje sin Destino, Alegría de la Tierra y Aviso a los Navegantes, publicados a comienzos de los años 50, de 1951 a 1953 para ser exactos.

En los tres libros se encuentra diseminado todo el pensamiento nacionalista de Briceño–Iragorry. Los tres dejan en claro su conciencia utópica y ensoñadora que discurre en un discurso visceralmente apasionado por cumplir el deber que él, junto a sus compañeros generacionales, se trazó en su revolucionaria juventud. Un compromiso que aprendió de las voces de Rodó, Martí, Ugarte, Vasconcelos, Darío, en esa búsqueda de la identidad fragmentada por el capitalismo que avanzaba aceleradamente de espaldas a la luz de la palabra divina.

Tres libros que desde sus nombres ofrecen un testimonio del sufrimiento de un hombre que vio coronada su vida de intelectual el 8 de diciembre de 1954, cuando un esbirro de la dictadura perejimenista fue a cristalizar el capricho de un déspota al intentar asesinarlo cobardemente frente a la Iglesia de las Jerónimas en Madrid.

En Mensaje sin Destino (1951), Briceño-Iragorry busca la concreción de una conciencia nacional que hurgue en la reflexión histórica y deje de abandonarse en concepciones sensibleras y románticas de la historia. Asoma como ejemplo la visión del pueblo venezolano sobre la imagen ciclópea del Libertador: “Se rinde ‘culto’ a los hombres que forjaron la nacionalidad independiente, pero un culto que se da la mano con lo sentimental más que con lo reflexivo... También nos valemos del Libertador para cubrir con los resplandores de su gloria lo opaco y menguado de nuestra realidad cívica. Y como es padre de todos, cualquiera se cree con derecho de interpretar sus pensamientos”. En este ensayo, Briceño–Iragorry toca desde la fibra del dolor humano cada uno de los aspectos que han originado nuestra crisis de pueblo, invocando un discurso adoctrinador que permita la resistencia al proceso cultural en donde escondía su rostros el imperialismo norteamericano.

En 1952 publica su último libro antes de ser “generosamente” invitado a ausentarse del país. Alegría de la Tierra representa la triste realidad de una paradoja discursiva. Su nombre indica, evidentemente, el regocijo, el júbilo, el contento de la tierra, aunque cuando leemos las páginas de los ensayos que componen el libro nos encontramos con una enfática amargura de notar cómo el hombre el venezolano al ver “sus arcas hinchadas de la moneda petrolera” se olvidaron de la tierra que pisaban. “Entonces –escribe Briceño–Iragorry, debió afirmarse más en sí mismo, en su suelo, en su realidad nacional”. Alegría de la Tierra es un hermoso ejercicio de ensoñación; Briceño–Iragorry se abandona al recuerdo buscando exorcizar el pecado del campesino venezolano al abandonar la tierra por correr en pos de la ficticia felicidad del dinero procedente de la explotación petrolera.

Finalmente, aparece, ya en su exilio madrileño, Aviso a los Navegantes (1953) en donde afirma aún más su nacionalismo, esta vez concibiendo a Hispanoamérica como la gran patria. En sus líneas queda expreso que su palabra no era para el hombre del momento, su contemporáneo; Mario Briceño–Iragorry intenta construir un puente a través de la palabra que lo lleve hacia las nuevas generaciones, encargadas de rescatar la salud de la República. Allí funda su utopía. Allí se hace evidente su juvenilismo arielista. Todo sigue igual. Ese aviso sigue allí, perenne. Algunas cosas han sido superadas, otras siguen haciendo sangrar el futuro del país. Qué bueno sería ver los libros de Mario Briceño–Iragorry en la calle, en las manos de los que se supone son sus discípulos. ¿Dónde están los libros de don Mario? Creo que en el lugar equivocado.


NOTA LB:

Muy post-modernos, ¿hay autores definitivamente desterrados del horizonte venezolano, imposibles de revisitar ni siquiera para cuestionarlos?, ¿hay una suerte de 'fashion' cultural, a favor de la comodidad y ligereza de autores que no nos interpelan?, ¿existe un 'tomárselo con soda' bibliográficamente hablando?.

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