lunes, 11 de octubre de 2010

tema para variaciones (2)


Breve nota
Luis Barragán


La ligadura de Gabriel García Márquez con la Venezuela que domicilió en los cincuenta, no ha sido la misma de Mario Vargas Llosa, quien nunca lo hizo, pero aún la habita desde el extranjero. Ha sido una viva y constante preocupación por nuestra suerte, sentida desde un primer momento cuando lo veíamos de lejos, asediado por las grandes y menores personalidades, al autografiar ejemplares en la vieja librería “Lectura” de planta baja del otrora distante y ahora caraqueñísimo Centro Comercial Chacaíto, estación real del metro.

Faltando una próxima entrega, en la que quizá diga algo más, la primera de Juan Carlos Zapata (Tal Cual/Caracas, 10/10/10), ofrece una versión crematística del peruano-español que casi nos explicó como el hallazgo de El Dorado. Inferimos, le dimos un tratamiento de recolector dinerario que muy bien nos distrajo, según el reportaje. Sin embargo, el empaque luce engañoso, sin que pretendamos un denso ensayo sobre la remota relación del laureado escritor con la república gobernada por la Creole, empedernida y caprichosa agresora de la causa revolucionaria cubana.
Digamos de impresiones al recordar muy anteriores vistazos a la hemerografía del patio, considerada uno que otro apunte casualmente tenido a la mano. Se trataba nada más y nada menos que de la inauguración del suculento Premio Internacional Rómulo Gallegos, vigoroso punzador de un imaginario disuelto en medio de las bonanzas petroleras.

Suponemos que los cuadros pensantes principalmente ganados para la revolución marxista-leninista, lenta y penosamente derrotados frente a los cuadros militares ya vencidos en las montañas, conocían y celebraban a Vargas Llosa por el obvio oficio lector, los afanes político-propagandísticos y el consabido “boom”. Abierta la senda de las innovaciones literarias, el gran público venezolano se acercaba con curiosidad a un candidato peruano al Premio Gallegos (como se aprecia en la revista Momento/Caracas, 16/07/67), ganador del Premio Biblioteca Breve de Novela Seix-Barral (1962), como después lo fue – y festejamos el de - Adriano González León (1968).

Temido por el discurso que daría en el acto de entrega del Gallegos, inasistente el presidente Leoni, los más informados colocaron sus acentos en la gran prensa, naturalmente ganada por el terremoto reciente: “La casa verde” y el idioma (El Nacional/Caracas, 01/08/67), Luis Serrano y la técnica de la novela de caballería en el título ganador (ibídem, 02/08/67), el trazo de RAS y la entrevista de Miyó Vestrini al autor (ibid., 03/08/67), las puntualizaciones de Germán Arciniegas y Sanín (06 y 07/08), o Vargas Llosa y el cine según Augusto Germán Orihuela (11/08/). Enorme contraste con el presente, en el que – por cierto – raras veces halla el polémico novelista a un periodista de calibre que vaya más allá de la lectura apresurada de un artículo, con anterioridad la recepción de Vargas Llosa daba ocasión para internarse en la complejidad de las corrientes literarias más recientes, intentando aprehenderlo con mayor seguridad y confianza.

Posterior, caso Heberto Padilla aparte, con las consecuencias políticas e ideológicas correspondientes, el gran público daría cuenta de la actualización de las escuelas o departamentos de letras, castellñno y literatura de universidades e institutos pedagógicos, gracias al impacto del Gallegos y la conocida elocuencia del ganador. Quizá en el terreno de la historia de las ideas, específicamente en el de las letras, mutando el propagandista político que fue, es una tarea pendiente de considerar.

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