sábado, 16 de octubre de 2010

sobre una despreciada herramienta (fundamental)


Un alicate contra el totalitarismo
Luis Barragán


De nuevo, el gobierno intenta evadir el drama educativo venezolano. Presupuesto universitario aparte, incluyendo la mercalización de los insumos escolares, extraordinario e incontrolado negocio, el regreso a clases está neutralizado por los resultados de las elecciones parlamentarias. No obstante, deseamos ventilar uno de los temas imposible de debatir en una democracia participativa y protagónica, según la consigna en boga. La lectura es la herramienta fundamental de la escuela, pues, a menos que se haga realidad la pastilla del conocimiento del “Congreso de futurología” de Stanislaw Lem, sencillamente no hay otra que pueda sustituirla. Paradójicamente, es la más despreciada y no por la sola imposición del universal imperio iconográfico que también nos agobia, sino por una larga tradición que la asocia al más profundo aburrimiento. Materia prima del esfuerzo escolar, por lo general, educando y educadores la conciben como una tarea en la que comparten un tácito sufrimiento, hábito imposible para adentrarse a los sueños y realidades que tampoco sospechan. Rutina apenas aceptable al llenar formularios, exámenes y otros trámites de ocasión, insospechada práctica de distracción informática, la lectura regular contribuye a la consagración de grandes estigmas que apuntan a la rareza y hasta enfermedad de quienes la descubren como el mejor visado para internarse en otros mundos que la percepción inmediata impide. Leer constituye un supremo esfuerzo, porque así se ha encargado la escuela de concebir un acto que se supone vital. Y, aún deseando extenderla como afición, los millares de impresos del gobierno tienen por única finalidad la propaganda y el burdo adoctrinamiento, por cierto, rebotando con facilidad al no intervenir bienintencionada y creadoramente en los complejos procesos educativos, sumadas las precarias condiciones socioeconómicas y materiales que los soportan. Frecuentemente, la muchachada no incurre en el atrevimiento de leer con cierta densidad, ni siquiera para adelantarse al docente que, tomado por riguroso e implacable, la desafía. Y la llamada sociedad civil, aquella que reclama o dice reclamar una vida autónoma respecto al Estado que pugna por colonizarla, habitarla y supeditarla según sus específicos intereses de supervivencia, tampoco acuerda y promueve grandes iniciativas que hagan de la lectura una clave de superación, tan acorde a los deterioros culturalmente asimilados. Hay posibilidades, pistas o indicios que pueden autorizar ese esfuerzo pendiente de recuperación de la lectura como instrumento de la libertad liberadora, por ejemplo, la propensión a la vasta literatura de auto-ayuda en boga que, como punto de partida, puede catapultarnos hacia otra más sobria, especializada, convincente, acreditada y eficaz. Y es que aquélla, pretendiendo una consideración psicológica, ética y estética de nuestra vida, puede dar paso a ésta, con obras de mayor consistencia, además, desde el punto de vista estrictamente narrativo. La telemática es otro de los ámbitos favoritos de los jóvenes desenvueltos en una dinámica que la creen de siempre, sin adivinar que hay sociedades en las que la información y el conocimiento estratégico hablan muy bien de la prosperidad alcanzada. El intercambio de correos electrónicos, el chat, las redes sociales o los más sorprendentes juegos, los fuerza a la ineludible necesidad de leer y de perfeccionar la lectura, en medio del inmenso basurero que – maravillosas bondades aparte – también es internet. Empero, la propia práctica educativa los lleva al recurrente copiado y pegado de las informaciones, pues, concluimos, concebimos nuestro empeño de conocer, vivir, aprender a aprender y compartir, como un asunto del azar. La confianza que depositamos en la memoria auditiva o visual, presta a posteriores solapamientos y confusiones, no tiene parangón con la desconfianza invertida en la reflexión, y – por ello – en la escritura. Solemos inclinarnos por la distracción hedonista de acuerdo al canon, despreciando una herramienta utilitaria que puede convertirse en placentera: aula tediosa hecha de accidentes, porque una respuesta pertinente puede llegar casualmente gracias al fogonazo de un comentario hecho por un compañero o el propio docente que la deslizó en el tránsito de su cansada, agobiada o quizá malhumorada exposición, añadido el padre o la madre que hizo la consulta virtual y la imprimió para ayudar al indisciplinado horario del hijo o representado que no “consume” sus textos obligatorios siquiera en un porcentaje “decente”. Hallamos un par de citas adecuadas, a propósito de una exploración de días atrás sobre el imaginario escolar. Ignacio Burk, sabio ya desaparecido, autor de obras de impecable vocación pedagógica, señalaba: “La escuela cumple con su cometido, si logra que tú seas un competente autodidacta (…) Las máquinas computadoras son verdaderas ‘prótesis’ cerebrales, exactamente como el alicante es una prótesis manual” (“Filosofía. Una introducción actualizada”, Editorial Buchivacoa, Capatárida, 1973/1998: 79, 225). Una sociedad lectora, crítica y creadora, nos interroga. Además, es un alicate contra toda experiencia totalitaria.

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