viernes, 29 de octubre de 2010

pérdida del juicio


EL NACIONAL, Caracas, 6 de Octubre de 2001
Perder el juicio
JESÚS SANOJA HERNÁNDEZ

Cuando “en una caliginosa tarde de verano washingtoniana”, en el hotel Statler, Betancourt y Leoni le plantearon a Diógenes Escalante la necesidad de su candidatura presidencial, con el fin de evitar una insurrección cívico–militar (en la que, por cierto, esos adecos ya estaban metidos), nuestro embajador en Estados Unidos lucía absolutamente cuerdo. Veterano de las filas del “civilismo” gomecista, desde director de El Nuevo Diario hasta representante diplomático en Europa, Escalante fue recibido en Maiquetía por una multitud entusiasta. Jamás había bajado hasta el aeropuerto tal cantidad de automóviles.

El apoyo a Escalante habría sido unánime si en él hubiese figurado el lopecismo, ya contagiado por la posibilidad de la vuelta del general de Queniquea a Miraflores. Pero he aquí que de pronto, desde el Hotel Ávila, la noticia voló dejando desconcertado al país: “Escalante se volvió loco”. Y el mismísimo Gallegos, quien había respaldado la candidatura, no alcanzaba a creerlo. Declaró que todo se trataba de una maniobra o algo parecido.

El poder, la posibilidad de lograrlo y a veces de retenerlo, perturba la mente y desata tempestades emocionales, y si al muy sereno y diplomático Escalante le sucedió lo primero, a otros, como Bucaram en el Ecuador, le acaeció lo segundo. Desde luego, hay otros ejemplos de mayor jerarquía y proporción, como el del ex socialista y luego fascista Mussolini o el del cabo y ex conspirador de cervecería Adolfo Hitler.

Para administrar el poder, sobre todo en países con alta conflictividad social y excesiva prehistoria cuartelaria o caudillesca, se necesita, al lado de la habilidad personal y de los recursos aliancistas (caso Betancourt y Punto Fijo en Venezuela), experiencia, sentido de la oportunidad en el ataque y el contraataque, además del respaldo de partidos con filiación doctrinaria y arraigo organizativo. Gobernar no es tarea de un solo hombre en los tiempos actuales. La figura del César necesario y del caudillo providencial es etapa cerrada en Venezuela, donde proliferan, no sólo las centrales y federaciones, tanto de trabajadores como de empresarios, sino también, como novedad, las ONG.

Que el presidente Chávez no haya entendido la encrucijada que lo llevó a Miraflores y suponga que enterrar a la IV República (cuyas bacterias, por cierto, contaminan al cuerpo de la V) es algo tan fácil como soplar botellas, lo hace víctima de si mismo. Por ese camino no logrará nada. Necesita un campo de aliados creciente y no decreciente, un programa creíble, ajustado a las realidades, y un modo de conducir diferente a la verticalidad que priva en los cuarteles. Pero con interminables cadenas, desbocados discursos, desordenados mensajes, vehementes cargos a la oposición, contradictorios proyectos, desahogos emocionales y vigencia de ese extraño Estado de Derecho que se rige por la ley de ordeno y mando”, no pasará precisamente a la historia, como él ingenuamente imagina, mezclando verborrea con candor, recuerdos familiares y amor al terruño con deseos de liderazgo continental y viejas retóricas que tienen tanto de pasión multipolar como de fórmula de escape.

El Gobierno no es un juguete sino un compromiso. El Gobierno no es una persona sino un equipo. El Gobierno no es algo que ejerce un speaker o un narrador deportivo. El gobierno no es un proyecto al que sucede otro proyecto, a su vez sucedido por un tercer proyecto, ninguno de ellos cumplido, sino una proposición formal y acatada. Eso fue lo que logró consolidar a la “democracia representativa”. El pacto de Punto Fijo ciertamente no tiene vigencia, pero la tuvo tanto que duró, con desprendimientos y realineaciones, cuarenta años.

A Escalante lo trastornó el poder antes de ejercerlo. Quiera Dios que a otro no lo trastorne el poder al querer ejercerlo hasta el 2012, sumando un enemigo cada día y restando un aliado cada año. Quiera Dios o, como lo dijo él cierta vez en árabe castellanizado. ¡Ojalá!

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