lunes, 18 de octubre de 2010

de una generalidad


General de armas tomar
Luis Barragán


Posiblemente imprevisto por los insurrectos, constituyendo una ventajosa confusión, también se creyó alzado en la Caracas del 18 de Octubre de 1945. Apunta Edgardo Mondolfi Gudet que, pretoriano convicto,
suscitó la simpatía de algunos contingentes, según un ensayo histórico de importante calibración politológica: “General de armas tomar. La actividad conspirativa de Eleazar López Contreras durante el trienio (1945-1948)” (Academia Nacional de la Historia/Libro Breve, Caracas, 2009: 19, 51).

Frustrado candidato presidencial, por obra de un golpe que tampoco supuso, diligenció la otra oposición en el trienio octubrista, escasamente conocida, a la que no se atrevió Isaías Medina Angarita tempranamente retirado de toda actividad pública. La amenaza de una guerra civil o el intervencionismo comprobado del dictador dominicano, todavía incapaz Estados Unidos, aunque ocurriese la curiosa sustracción de armas con destino a este lado del mundo, como la de Fort Benning, autorizaron un insospechado esfuerzo de mediación – que pudo ser florentina - entre la Junta Revolucionaria de Gobierno (JRG) y López Contreras, gracias a la gestión colombiana y estadounidense.

La JRG no le retiró el pasaporte diplomático, dándole continuidad a la pensión (49), garantizando así una mínima condición para la aspirada neutralización del queniqueo. Este, desplegó una interesante como inédita táctica, dado sus antecedentes, cultivando una imagen democrática e institucionalista que incluía la defensa de las izquierdas a las que tanto combatió en su gobierno, con pretensiones de señalar y explotar las contradicciones entre los civiles y militares (36,99). Sin embargo, fracasó en las pacientes maniobras de desestabilización que poco abonaron a la tentativa de invasión, fórmula tradicional que se hizo imposible en el marco de una corporación castrense que había cambiado (126 s.).
Versamos sobre la rápida y – acaso – asombrosa extemporaneidad de un liderazgo que la historiografía ha tratado benevolentemente, recreador del mito bolivariano que hoy sirve para una distinta experiencia gubernamental. En política no hay muertos, reza el axioma, pero no cabe duda del inmenso cementerio que también la explica.

Mondolfi Gudat ofrece un trabajo sencillo, conciso y directo, advirtiendo matices y palpando intenciones con la “tenacidad de un sabueso” (46). Emplea una grata y sugerente prosa hasta llegar a la sentencia lapidaria: “llegó a sentar sus reales en Colombia” (17), “valor en alza” (22), “pellejo de la época” (29), “habitantes de su casa particular: el ejército” (52), “afincado López en Colombia” (57), o “las conspiraciones, por su propia naturaleza, no insisten en reclamar para sí un certificado de existencia” (129).

Otra vez adquiere relevancia la documentación desclasificada de Estados Unidos, cuyos archivos oficiales cuentan con una envidiable organización y severa regulación, útil para los historiales ajenos. Puede decirse de una suerte de ensayo-guía que, al profundizar un viejo trabajo de Margarita López Maya, no reemplaza a la prensa venezolana de la época, sino traza un periplo de indagación que evita el plagio íntegro e innecesario de sus contenidos.

Agradeciendo la recomendación de Fabián Capecchi, hecha en una red social, y el obsequio de María Efe, los posibles rasgos florentinos de una conspiración foránea igualmente avisa de una incipiente transformación del oficio político de quien luego no sabemos cuán lejos ejerció la senaduría vitalicia. Empero, irremediablemente sucumbió ante la férrea dictadura positivista de los cincuenta.

Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/6044-del-general-de-armas-tomar
http://elrepublicanoliberal.blogspot.com/2010/10/tribuna-libertaria-raul-amiel-compendio_18.html

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