martes, 12 de octubre de 2010
concertistas
EL NACIONAL, Caracas, 2 de Octubre de 1998
CUENTA DE LIBROS
Concierto barroco
ALEXIS MARQUEZ RODRIGUEZ
En 1974, Alejo Carpentier, nacido en La Habana el 26 de diciembre de 1904, cumplió su 70° aniversario. Ese año publicó dos novelas, El recurso del método y Concierto barroco. La primera en abril, y el Concierto... en noviembre, dejando constancia en su colofón de que "...se terminó de imprimir el día 4 de noviembre de 1974 con motivo del setenta aniversario del nacimiento del autor...". La edición, de Siglo XXI Editores, fue un alarde de tipografía barroca, en formato de 21,3 x 21,3 cm, con preciosas viñetas y capitulares especialmente escogidas. Al final se reproduce en facsímil el programa de mano de la ópera Moctezuma de Vivaldi, sobre libreto de Alvise (o Girolamo) Giusti, ballet de Giovanni Gallo y escenografía de Antonio Mauro, representada en el Teatro di Sant' Angelo, en Venecia, en el otoño de 1733.
El recuerdo es nítido. Fuimos a La Habana para celebrar con Alejo su cumpleaños. Un día, a las 8:00 am, Lilia Carpentier me llevó, a la habitación del memorable Hotel Nacional, un ejemplar de la fastuosa edición, en la cual Alejo había escrito: "Para Alexis, primer escritor que haya entendido plenamente mis propósitos de novelista, con todo el afecto de su amigo, Alejo Carpentier. La Habana - Dic- 1974". Con ese tesoro me quedé en la cama, y no me levanté hasta tres o cuatro horas más tarde, cuando terminé de leer, de un tirón, aquella maravilla.
La evocación nos la induce el montaje, en el sótano del Teatro Teresa Carreño, de una juiciosa versión teatral de la novela de Carpentier.
Concierto barroco es, esencialmente, una novela. Pero, como todas las de su autor, se presta a su versión en teatro, cine o televisión. Carpentier fue gran conocedor de todos esos medios, y tuvo plena conciencia de su futuro y de cómo en ellos iba a darse inevitablemente algo en que él creía con admirable convicción y a lo que él mismo hizo valiosos aportes, como es la integración de las artes. Esta misma novela es un buen ejemplo: en sus páginas convergen la escritura, en sus vertientes narrativa y poética, la música, la ópera, el canto, la danza, las artes plásticas, éstas a través, sobre todo, de las descripciones, que van de la orfebrería al vestuario, pasando por muebles, escenarios, esculturas, monumentos, obras arquitectónicas, etc. Más las numerosas referencias eruditas -historia, filosofía, religión, antropología, arqueología- a lo largo del texto.
Todo ello situado en un ambiente particularmente propicio para esa convergencia e integración: el carnaval, en este caso el de Venecia. La novela, en lo anecdótico, cuenta la historia de un indiano de México que, en el siglo XVIII, va a vivir la aventura de los Carnavales de Venecia (los de 1733) y allí se encuentra con tres gigantes de la música barroca: Antonio Vivaldi, Jorge Federico Haendel y Doménico Scarlatti, con quienes se corre la gran juerga, que concluye el martes, en el Ospedale de la Pieta, orfelinato donde Vivaldi, capellán y maestro de música, había formado una orquesta con las pupilas del hospicio. Allí montan un desaforado concierto grosso, que culmina con una danza funambulesca que se desplaza por los pasillos, cuartos y demás dependencias del Ospedale, guiada por el sirviente negro del indiano, el cubano Filomeno, consumado percucionista y aficionado a la trompeta, que abre la fila de danzantes percutiendo con cucharas y otros útiles de cocina sobre ollas y sartenes.
Con todo, lo más resaltante de esta novela es cómo Carpentier juega con el tiempo. El Miércoles de Ceniza, por ejemplo, sorprende a los juerguistas en el cementerio de Venecia, sentados sobre una tumba en cuya lápida se lee: "Igor Stravinski". Y se arma entonces, entre los tres genios del Barroco, una animada discusión sobre la música de aquel otro compositor genial, muerto y enterrado, efectivamente, en Venecia, pero no entonces, sino dos siglos después. Más tarde, al regresar el indiano a su México del siglo XVIII, su sirviente, Filomeno, se queda, entre otras razones porque no quiere perderse del concierto que dará esa noche un trompetista genial, al que admira hasta el delirio: Louis Amstrong.
E-mail:
alemar@telcel.net.ve
EL NACIONAL, Caracas, 29 de Septiembre de 1998
CRITICA DE MUSICA
Cocinando un Concierto barroco
EINAR GOYO PONTE
Concierto barroco, del escritor cubano Alejo Carpentier, es uno de los más enjundiosos tratados sobre el ser americano, sobre la esencia de su identidad, que no es otra que la evasiva ubicuidad y universalidad, encarnada en el criollo mestizo, con sus ancestros contrarios en permanente conflicto dentro de sí mismo, ávido del mundo y posible desconocedor de la cuadra en que habita, pero dueño de una ductilidad innata que le permite navegar, aprehender y asimilar las culturas del mundo, hacerlas suyas, sin perder un ápice de su telurismo y, lo más importante, sin poder dejar de contaminarlas y crear un producto nuevo, vibrante, sorprendente, sensual e igualmente universal en tanto más local. La novela de Carpentier plantea el fascinante desarrollo de esta paradoja, con una de las escrituras más gustosas que la lengua española conoce, sintonizándose, además, con una corriente estética y de pensamiento que suma nombres como los de Carlos Fuentes, José Lezama Lima, Arturo Uslar Pietri, J.M. Briceño Guerrero y José Ignacio Cabrujas, entre otros.
Edwin Erminy y un laborioso equipo de talentos de distintas disciplinas han producido un ingenioso espectáculo, poderosamente participativo y estimulante, las Variaciones sobre un concierto barroco, a partir de la obra de Carpentier, en los sótanos del Teatro Teresa Carreño. Allí, en una atmósfera ricamente ambigua, mezcla de teatro, café-concert, perfomance, joda y bonche soberano, se hace una inteligente síntesis de la novela citada y se intenta, con más que suficiente acierto, dar vida a las sugerentes imágenes sincréticas que se desbordan de ella.
En una escenografía casi brechtiana, pero también bien cercana a un muy definido estilo latinoamericano, de materiales burdos, pobres pero mudables y dúctiles -se debe a Erminy-, el público es cautivado, desde su ingreso mismo a la sala, por el tono múltiple y eventualmente indefinible del montaje. Las puertas, tablas, tarimas representarán barcos, puertos, casas, teatros, tablaos, tascas, conventos, cementerios, sólo creíbles por la agilidad de la dirección y la pericia en la rápida metamorfosis de los actores, mérito de Vicente Albarracín con la tensión mantenida de forma casi insomne, y por los hechizantes olores que brotan de los calderos de Angel Lozano y María Fernanda Di Giacobe -sola esta última en la función a la que asistí-, quienes preparan, mientras la obra está en proceso, unos suculentos moros y cristianos. Y este es el bastión fundamental del espectáculo: la alquimia culinaria que mezcla y funde ingredientes, que asalta y estimula sentidos, y que reúne materias y sabores disímiles para producir una simbiosis nueva.
En el espectáculo todo está como cocinándose, como haciéndose a medida que acontece. Así, la cocinera de Jennie Rodríguez va preparando todo, disponiendo, cuadrando entradas, salidas, moldeando los relatos; mientras su compañero culinario, Alain Damas, canta, se desdobla, se entromete en la trama, como quien entrega y vierte ingredientes o manjares mientras otro revuelve, rehoga, mixtura, vigila el fuego y prueba la sazón. Uno de estos ingredientes que se va transformando a medida que la cocción avanza es Antonio Delli, que pasa de espectador molesto a criado del indiano, muere y resucita glorioso en un Vivaldi visceral e incisivo, irreverente y culpable del toque de gracia en el plato de la confusión del Indiano jovial, desenfadado, de casi perverso candor, atónito y ávido, como lo describe Carpentier, de Erich Wilprett.
La misma mutabilidad signa la voz de Giovanna Sportelli, ora entonando antífonas o madrigales, ora vocalizando gondoleras, ora cantando sevillanas, ora cantando a pelo los sobreagudos de la Reina de la Noche. A su lado, en la salsa musical, la indispensable aceituna de José Vaisman, capaz, ¿qué duda cabe?, de hacer de todo. Aquí es pianista, máscara veneciana, Haendel y un catastro. Pero falta la canela, el condimento crucial, y eso lo pone Iván García como el liberto Filomeno, personaje cruz de Carpentier, al que éste da vida exacta y fidedigna bailando, cantando y excitando al ancestro africano con toda la explosión de su potencia. También lleva sus palmas la eléctrica actuación de Stayfree, como el ambiguo elemento del carnaval.
Carpentier, que era melómano profesional, desató en Concierto toda su fantasía musical, utilizando a ésta como el elemento alquímico mixturador de culturas, tiempos y espacios. Este es, sin embargo, el componente más débil del espectáculo. Porque más allá de lo destacado de las voces, del excelente grupo de percusionistas (Paiva, Ballesteros y Camacho), y del repertorio escogido -las más de las veces fiel a la novela, otras superfluo-, el montaje no logra que oigamos la simbiosis, la mezcla de sonidos y estilos que la novela, sin el recurso sonoro, sí consigue prodigiosamente. Nunca hay verdadera jam session. Se le acerca el montaje percusivo sobre el Gloria vivaldiano, pero, como cierre coherente de un espectáculo que ha sido todo fiesta e imagen y que basa su epílogo en los diálogos del Indiano y Filomeno únicamente, se echa de menos el apoteósico final musical de la novela: el intemporal concierto de Amstrong, evocando a Haendel y a los rumberos cubanos, que se nos niega, en toda la obra. Afortunadamente, los ricos moros y cristianos ayudan a paliar este injusto desagüe del final; pero no compensan la ausencia de una realización escénica de la tesis primordial de la obra carpenteriana.
Aún así, este "viaje de descubrimiento al revés", bien vale la pena.
Etiquetas:
Alejo Carpentier,
Concierto Barroco,
Einar Goyo Ponte
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Complejísimo debate para un día como el 12 de nuestros tormentos. Creí oportuno colocar "El arpa y la sombra", novela corta en la que Carpentier magistralmente se refiere a Colón, si al no recuerdo. Sin embargo, nos pareció más oportuno aún orbitar dos notas en torno a unos concertistas nada casuales que retratan muy ese oleaje inmenso que se hizo de oleaje entre tres continentes, fenómeno sin precedentes, por lo menos, con el impacto cultural e histórico que produjo (prejuicios aparte de una historiografía que ya asfixia). De las notas puede decirse: teoría o argumento y práctica o aplicación, a propósito de Alejo....
ResponderEliminar