domingo, 13 de noviembre de 2016

BREVÍSIMO CURSO COMPARATIVO

Perdedero
Luis Barragán


Quienes tenemos por afición la historia, solemos sorprendernos del cinismo gubernamental, pues, con demasiada frecuencia los elencos del poder se exhiben con credenciales morales que no tienen aval alguno, comenzando por la placidez reportada por un larguísimo continuismo en contraste con muchas de las luchas desarrolladas por sus pretendidos antecesores en la escuela ideológica de adscripción.  Se creen hereditarios de toda suerte de heroísmos completamente ajenos, pero no reparan en circunstancias específicas que, sencillamente, los desmienten.

Por ejemplo, la década de los sesenta del XX fue escenario de una violencia de muy distintos orígenes que comulgaba en el propósito de derribar la naciente experiencia democrática. Fueron incontables las situaciones vividas por Betancourt y sus inmediatos sucesores que jamás hubiese soportado Chávez Frías ni Maduro Moros, procurando salvaguardar las libertades públicas indispensables.

Para noviembre de 1963, recrudeció la agresión subversiva de un guerrillerismo que, después, probó el gigantesco yerro de una aventura política. La alteración del orden público fue noticia recurrente en el confeso esfuerzo de sabotear los comicios generales y caseríos, pueblos y ciudades supieron de un despliegue insólito que, en la ciudad capital y sus áreas aledañas, supo del súbito intercambio de disparos de cada día en sus principales arterias, el extenso  riego de tachuelas en las vías públicas o el trágico asalto al tren de El Encanto. Sin embargo, las elecciones se realizaron, reconocida una minoría en las instancias parlamentarias que indirectamente representó a las fuerzas en armas.

Maduro Moros se queja de una conspiración de la violencia que no llega a un modesto porcentaje de los hechos que, cierta y objetivamente, experimentaron los gobernantes de la citada década. Nunca hubiese respondido con una decidida política de pacificación, como la que impulsó Caldera en su primer gobierno, además, desde el inicio, sometido a una constante agitación que claramente evidenciaba al desesperado remanente de esas obstinadas corrientes guerrilleras.

Luego, por muchísimas menos razones, Nicolás no acepta una consulta electoral puntual y convincente, monopolizado todo el rectorado del CNE. Y, lo que es peor, causante de una inédita crisis humanitaria,  presume de gran árbitro del futuro nacional al que tanto contribuye para perderlo.

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