Luis Barragán
Quien funge de jefe del Estado, honrando sus gustos musicales, realiza otro ensayo de comunicación política: un programa de aparente entretenimiento que, en el fondo, banalizando los problemas que ha creado, emplea cuidadosamente las más delicadas herramientas psicológicas orientadas a reforzar un imaginario social alternativo: el de la crisis como un dato de la absoluta normalidad. Agotando criminalmente un tiempo precioso para intentar encarar esos problemas que exigen algo más que un testimonio de sobriedad, da continuidad a la vieja estrategia de la postergación, aunque ya no hay arruga que correr.
Elemento fundamental de la antipolítica, la puerilidad está asociada a una presunta e inspirada espontaneidad. Asuntos vitales de la vida nacional, los que esperan respuestas cónsonas con la gravedad alcanzada, pronto se confundirán con otros de una calculada ligereza para redondear una faena en la que toda angustia y sufrimiento se convertirán en alegría gracias a la voz presidencial, la del gran dador de las buenas noticias que desenmascarará a los portadores de la tristeza.
Obviamente, los reales de la nación sufragan esta novísima experiencia de Maduro Moros con “La hora de la salsa”, que deja muy atrás las legendarias emisiones radiales de Roosevelt o Queipo de Llano, sin responder por aquella fracasada iniciativa de instalar los estudios de grabación en las capitales de cada uno de los estados, dizque para los artistas que aspiran más a un mercado que a la engañosa benevolencia de los gobernantes. Buena nómina, mejor producción, esmerado libreto y piezas cuidadosamente seleccionadas que lo tendrán como un comentarista divertido, identificado con los sectores populares que no ahorran – precisamente – en el Banco de Andorra, cumplirá celosamente con lo indicado por los más costosos estudios de opinión para ese otro modo de hacer política.
Independientemente de nuestras adscripciones, luce impensable que grandes dirigentes como los fueron Juan Bautista Fuenmayor, Gustavo Machado, Douglas Bravo, Héctor Mujica, Domingo Alberto Rangel o Moisés Moleiro, caracterizados por ciertas preocupaciones y ocupaciones teóricas, incurriesen en un espectáculo semejante, más aún cuando – ciertamente – conocían y procuraban difundir el marxismo que, por hijo de la Ilustración, apelaba constantemente a la razón. Empero, el insólito afán de preservar a cualquier precio el poder, lleva a sus herederos - ab intestato - a hacer el ridículo que, empleando armas innobles, los convierte en opio del pueblo.
Gráficas: Tomadas de las redes sociales, incluye un "meme" en torno al salsero de palacio.
07/11/2016:
http://www.radiowebinformativa.com/opinion/luisbarraganj-politica-y-antipolitica-la-hora-de-la-salsa
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