sábado, 19 de noviembre de 2016

TORNARSE EN LO POSIBLE

EL NACIONAL, Caracas, 6 de noviembre de 2016
Libros: Cecilia Ortiz
Nelson Rivera

Si mucha de la poesía de Cecilia Ortiz tiene algo de contienda con la experiencia de vivir –que es, por ejemplo, el indicio inequívoco que atraviesa su libro Daños espirituales, del 2006–, este La espera imposible (Oscar Todtmann Editores, Caracas, 2016) alcanza el lugar, al que tarde o temprano todo poeta llega bajo el auspicio del propio oficio: vérselas con el poema. Enfrascarse con la poesía. Dejarlo todo allí: en la palabra, en la experiencia que lo hace posible: su deidad inspiradora.
No me refiero al trato ‘exterior’ del poeta con su poema, al oficio que se pone en movimiento para que la tensión poética se corresponda a la intención. Hablo de otra cosa, porque en el caso de Cecilia Ortiz, la poesía vive adentro. Enfrascarse es ir adentro. Al laberinto interior. Al lugar imposible donde el poeta se encuentra o no con la palabra que enciende, con la idea de la que saldrá el poema. Es en ese espacio de la complejidad humana, ese lugar de contienda, donde ha tenido lugar La espera imposible.
Los poemas remiten, en su mayoría, a sus tratos con la poesía. Al poema se le espera. Lo que hay, entre poema y poema, es ansiedad, murmullo. Cuando finalmente llega, se inicia una nueva espera: la del tiempo necesario para que el poema esté listo. Para que adquiera su configuración que, en el caso de La espera imposible, es un conjunto de poemas cortos, de versos breves. Poesía que se proyecta con el mínimo instrumental necesario.
Cecilia Ortiz escribe en alguno de sus esenciales poemas: “vengo de una sequía”. La llegada del poema constituye una celebración. Cierta forma de júbilo anuncia que ha llegado el momento del poema:
“Creo enloquecer
de felicidad
al sentir
que tengo por decir
Mi voz crece
Abrazo a los árboles
con plenitud
del alma
Sólo así encuentro
sosiego”
El poema no surge en el vacío: viene de adentro. Tiene algo de sortilegio, de presunción, de ritual. La poesía es casa, región interior. También es un don, que el poema entrega a su autora y a los lectores. Se ofrece como promesa, como juego. En alguna parte, los dioses de Cecilia Ortiz han puesto su sensibilidad en movimiento. La inspiración cumple una misión.
“La musa está aquí
avanza
tiene el ojo blanco
para decir cosas
al oído
tiene el hocico
grande
se viste de mi
se enamora
Es una Diosa
vestida de brillantes
y espuelas
que tolera
cualquier
interrupción
menos la mía”
Pero la poesía no se instala sin consecuencias. Nada permanece ajeno a su presencia: se torna lo posible, mientras la realidad, lo que está afuera, adquiere las proporciones de lo imposible. La poeta no teme reconocer su fuerza: el poema quema, se apropia de las energías, enferma, pero también sana: “Estoy sanando un libro/ escrito en las tinieblas”. Esto, creo viene a decirnos la Cecilia Ortiz de La espera imposible: a las palabras siempre se vuelve. Ellas nos salvan.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/opinion/Libros-Cecilia-Ortiz_0_951504985.html

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