Uno y otro Castro
Luis Barragan
Ineludible referirlo, desde la más remota infancia supimos de Fidel Castro por las reminiscencias en casa de su visita a Caracas. Mis hermanos mayores acudieron al mitín de El Silencio, estuvieron cerca de los barbudos y, con el juvenil entusiasmo de entonces, celebraron la legendaria ocasión, poblándola luego de anécdotas hogareñas.
Sobran los motivos y resultan copiosas las fuentes hemerográficas y bibliográficas para tratar sobre el personaje, por cierto, con más de medio siglo en el poder. Es evidente el contraste entre la postrera novela de John Dos Pasos, ambientada en Cuba, y toda la obra de Leonardo Padura, quien nos da noticias sobre la vida cotidiana de los isleños.
Nos tienta constatar cuán acertado estuvo Américo Martín en su “La sucesión de Castro: una herida abierta” (Alfa, Caracas, 2006), o las reflexiones recogidas en “Huracán sobre el Caribe. De Fidel a Raúl” (UCAB, Caracas, 2013). Quizá una excepción entre los líderes políticos que, de entrada o de salida, sostienen y sistematizan sus preocupaciones en torno a Cuba, como solía ocurrir con José Rodríguez Iturbe, algo imposible en el empeño que tiene el llamado socialismo del siglo XXI por imponer una aldea monotemática, incapacitando a nuestros dirigentes de abordar otras áreas de interés y encontrar alguna audiencia. E, incluso, valga la coletilla, una de las quejas que recibimos en días pasados fue por la consideración del triunfo de Trump, pues, el comentarista, entiende que eligió y paga con sus impuestos a un diputado únicamente para que lidie exclusivamente con Maduro Moros. No obstante, aludamos al sortario Castro Ruz.
Derrotada la subversión continental y, particularmente, en Venezuela, la dictadura cubana supo aún más del creciente aislamiento que subsanó, por ejemplo, con la distensión inspirada en la política del pluralismo ideológico del primer gobierno de Caldera. Éste, por obra de un realismo insalvable, superó la política del cordón sanitario de Betancourt y, más adelante, sabiéndolo también ductor de los movimientos irregulares supervivientes, como en Colombia, Castro halló una mejor y mayor comprensión de Carlos Andrés Pérez, diligenciando su regreso a la tribuna continental.
Y todo hasta que el azar le prodigó la salvación a Fidel a través de un díscolo golpista, inicialmente cuestionado, convertido Chávez Frías – una densidad de extemporaneidades – en la salvación económica de Cuba y en un eximio agente del barbudo. Quizá pocas veces en la historia sabemos de la inmensa suerte que corrió un Castro y otro Castro, quienes le pasaron una amarguísima factura a los venezolanos por sus fracasos insurreccionales de los sesenta. Además, inspiradores de esa democracia directa y asamblearia tan el gusto del plebiscitarísmo Chávez Frías, pues, siendo tan decisivas y temerarias, la primera y la segunda declaración de La Habana fueron aprobadas por el sufragio directo, universal y público de la asamblea general nacional: esto es, de los que pudieron asistir al mitín y opinar de un modo tan particular.
28/11/2016:
http://www.radiowebinformativa.com/opinion/uno-y-otro-castro-luisbarraganj
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