domingo, 1 de julio de 2012

RITOS

SOL DE MARGARITA, Porlamar, 27 de Junio de 2012
Insulas extrañas
Escritores: sus manías
La receta de los surrealistas es conocida: para ellos había que escribir de mañanita y preferiblemente en ayunas. Como su fuente principal eran los sueños, había que procurar estar muy cerca de ellos, como el bañista que duerme sobre la playa.
ANTONIO LÓPEZ ORTEGA

En uno de los foros del Hay Festival, años atrás, el escritor colombiano Oscar Collazos, costeño para más señas, hablaba de su ritual a la hora de lidiar con las letras: escribía descalzo, pero no sobre cualquier piso; éste tenía que ser de baldosas, y preferiblemente frío. A Antonio Ramos Rosas, el gran poeta portugués, traducido por nuestro gran Eugenio Montejo, le gustaba hacerlo de noche, al calor de una simple lamparita. Su libro emblemático Lámpara con insectos dice mucho de su set de escritura: obviamente la luz no venía sola, sino con acompañantes alados. Salvador Garmendia era un gran madrugador, de los que se iniciaba antes del alba y no abandonaba hasta el mediodía: con razón comenzaba a cabecear hacia el mediodía, en busca del sueño que le restaba a la madrugada.Tan matutino como nuestro gran barbado es Vargas Llosa, quien reserva el inicio del día para la ficción, pues las tardes son del ensayo o la correspondencia. Montejo era consuetudinariamente nocturno, y su jornada comenzaba sobre las diez de la noche, con extensiones que llegaban hastas las dos o tres de la madrugada: de esas honduras de silencio surgían sus piezas memorables.
La receta de los surrealistas es conocida: para ellos había que escribir de mañanita, y preferiblemente en ayunas. Como su fuente principal eran los sueños, había que procurar estar muy cerca de ellos, como el bañista que duerme sobre la playa. La dicotomía diurnos/nocturnos ha marcado a través de la historia los pareceres y procederes: diurnos son los novelistas, mientras nocturnos los poetas; diurnos los ensayistas, mientras nocturnos los románticos. Para Paul Eluard la noche era una “perla perdida”, esto es, una piedra que alguna vez tuvo brillo. Quienes mucho comen, luego no escriben por pesadez; pero quienes no han comido, mucho escriben para poder comer. La inspiración es una especie en vías de extinción, y hoy cuenta más la disciplina y el peso del oficio por sobre todos los estereotipos: Garmendia dijo alguna vez que para escribir sólo se necesitaban unas buenas posaderas.
El rosario de ritos, manías o mañas constituye por sí mismo un correlato: es el revés de lo que siempre se nos muestra de manera luminosa: carátulas, afiches o fotografías. Todo escritor tiene su cocina, su fogón, su carpintería, su utilería. Espacio secreto y angustioso, terreno abonado de virtudes o vicios. Hay quienes se dicen ordenados y sufren para lograr concentración; hay quienen aparentan ser desordenados y logran sus horas diarias de producción. Los ingredientes de la cocina no abundan en una despensa habitual: miedo, temor y sufrimiento, por un lado; pasión, goce y realización, por el otro. Juan Sánchez Peláez acuñó un frase extraordinaria para definir la escritura: habló de la “angustiosa cosecha”. En síntesis, quien escribe sufre y goza a la vez.

Fotografía: http://electricliterature.com/blog/2012/06/15/imagine-your-memory-siri-hustvedt-and-paul-auster-at-the-strand/

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