domingo, 15 de julio de 2012

COLESTERIZACIÓN HISTÓRICA

EL UNIVERSAL, Caracas, 15 de Julio de2012
El segundo Bolívar
"La turba lo lleva en triunfo prodigándole el título de Segundo Libertador"
ELÍAS PINO ITURRIETA 

En la formación del Estado nacional, a partir de 1830, destacan muchas figuras civiles, quienes anhelan el establecimiento de un republicanismo liberal que conduzca a la sociedad hacia una cohabitación moderna. Hacen causa común con el hombre fuerte de la época, José Antonio Páez, para romper las ataduras del militarismo, pero también del parasitismo, y para fundar la prosperidad a través de un compromiso de esfuerzos a cargo de la naciente ciudadanía. Una de esas figuras fue Antonio Leocadio Guzmán, tal vez poco conocido en la actualidad, pero cuya obra fue fundamental para intentar la fábrica de felicidad con la que, en medio de tropiezos, se soñaba después de la Independencia. Ahora apenas se hablará de los inicios de su carrera, con el propósito de detenernos en un calificativo obtenido entonces que ahora suena de nuevo en nuestros oídos.
Antonio Leocadio Guzmán acompaña los planes que procuran la separación de Colombia, pese a que poco antes, después de regresar de un exilio de cinco años provocado por la Guerra a Muerte, le había servido de propagandista al Libertador tras el objeto de lograr que la Constitución de Bolivia se convirtiera en sustituta de la Constitución de Cúcuta. Las ronchas levantadas por su misión lo llevan a refugiarse entre los voceros de "la antigua Venezuela", como se llama entonces la comarca soliviantada ante el gobierno de Bogotá, para aparecer en el círculo que anima a Páez a encabezar la secesión. El desmantelamiento de Colombia lo eleva al cargo de Secretario del Interior y Justicia, el más importante de la naciente burocracia y la evidencia de su proximidad al Centauro que se estrena como primer magistrado. Sus dotes de funcionario diligente, pero también su facilidad para penetrar las tertulias de moda y para escribir con agilidad en los periódicos de mayor lectoría, lo mantienen en la cúpula cuando Páez asume por segunda vez la presidencia. Se convierte entonces en Oficial Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores, pero debe enfrentar la tirantez de un elenco de políticos influyentes que desconfía de un sujeto que no asiste con la debida asiduidad a los círculos en cuyo seno se pretende mantener el orden y vigilar a los enemigos del proyecto liberal. Ángel Quintero, figura cercana a Páez, hombre acomodado y con privanza en los conciliábulos de propietarios, dice entonces a quien lo quiera oír: "donde me siento yo no puede sentarse Antonio Leocadio Guzmán". Santa sentencia en el elenco de los llamados godos, pero también en los salones del presidente Páez. Guzmán es condenado a vivir en los rincones, sin mayor figuración.
En adelante pretende levantar tienda propia, lejos de Páez y de Quintero, designio que es favorecido por el surgimiento de una crisis de la economía y por el crecimiento de la beligerancia de los campesinos humildes, quienes cada vez encuentran mayores dificultades para sobrellevar una existencia sin aprietos. Levantan su voz contra el Gobierno, mientras la criatura arrojada de la cúpula saca las cuentas de un nuevo ascenso en la escalera del poder. En 1840 funda el Partido Liberal, organización que pronto obtiene una multitud de seguidores, y redacta El Venezolano, un periódico de prosa accesible e inflamada que lo convierte en una de las figuras más célebres del país. Se hacen largas filas en las ciudades y en los campos para leer El Venezolano, en cuyas páginas se lanzan dardos envenenados contra Páez y contra "la oligarquía reinante", mientras se describen las penurias del pueblo debido a los dislates de una ineficaz y sectaria administración. El estilo del periódico es imitado por voceros de provincia y las letras del redactor son repetidas en los domicilios de las clases populares, para que el Gobierno decida aplicar el alicate mediante el cual se reprime la libertad de expresión que había circulado sin mayores trabas. Uno de los movimientos del alicate pone a Guzmán como acusado ante el jurado de imprenta, por supuestas injurias contra un acomodado prestamista de Caracas.
El juicio, ocurrido en febrero de 1845, causa revuelo. La multitud rodea el sitio del proceso para pedir la libertad de su líder. El Juez solicita el auxilio del Ejecutivo, sin que se pueda hacer nada efectivo ante las algaradas. El Jurado entra en pánico y termina por establecer la inocencia del reo, quien es llevado en los hombros de la gente sencilla por las calles de la capital. "¡Viva la libertad! ¡Viva el segundo Bolívar!", grita entonces la aglomeración. "La turba lo lleva en triunfo prodigándole el título de Segundo Libertador", anota Páez en su Autobiografía cuando recuerda el episodio. Pese a la popularidad del momento, Antonio Leocadio Guzmán jamás asciende a la presidencia de la República, cargo al que de veras aspira. Será segundón de José Tadeo Monagas, socorrido ministro, orador en los congresos liberales y, más tarde, consejero de su hijo el dictador Antonio Guzmán Blanco, quien busca y logra la manera de presentarse ante los gobernados como flamante encarnación del Libertador. Sería, en cuentas precisas, el segundo de quienes se comparan o son comparados con el héroe, si consideramos que su padre fue protagonista de una anterior reencarnación que se quedó en fugacidad. El tercero ha tenido que esperar a nuestros días para realizar el portento de una nueva transfiguración, quizá sin saber cómo pusieron la cómica quienes lo precedieron en el intento.


Ilustración: Dumont

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