domingo, 1 de julio de 2012

TESTIMONIO DE TRASCENDENCIA

EL NACIONAL - Sábado 30 de Junio de 2012     Papel Literario/1
Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012
Philip Roth:
Trascender la comunidad y la nación para alcanzar la universalidad
Más allá de la polémica que ha acompañado la lectura que algunos críticos han hecho de sus libros, Philip Roth se ha fortalecido durante más de medio siglo como el hombre de letras por antonomasia de la sociedad estadounidense
MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ

La reciente concesión del Premio Príncipe de Asturias a Philip Roth, hecho que lo suma al pequeño club de autores de lengua inglesa galardonados por la corona española --entre los que están Arthur Miller (2002), Susan Sontag (2003), Paul Auster (2006) y Margaret Atwood (2008)--, confirma lo que muchos de sus detractores temían desde que le fue adjudicado el Pulitzer por Pastoral americana, en 1998: que el autor de Adiós, Columbus (1960) es la imagen del intelectual hecha a la medida de su sociedad; aunque sea exclusivamente para censurarla. El acta del jurado confirma esta sospecha, al emparentar su obra narrativa con la de John Dos Passos, Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, William Faulkner, Saul Bellow o Bernard Malamud y señalar que sus "personajes, hechos [y] tramas conforman una compleja visión de la realidad contemporánea que se debate entre la razón y los sentimientos, como el signo de los tiempos y el desasosiego del presente".
Entre las razones para considerarlo uno de los intelectuales cruciales de Estados Unidos se encuentran el hecho de que se autoproclame constantemente como un escritor estadounidense, los temas de sus obras y --aunque resulte difícil de creer-- las polémicas que se tejen alrededor de su figura que lo convierten en hombre de letras, que se mantiene a un lado del camino para mantener perspectiva sobre los desmanes de su sociedad.
Su obra entera, tanto ensayística como en narrativa de ficción, busca desentrañar las paradojas de la mitología popular de Estados Unidos. A la par de haber sustentado su carrera literaria sobre la crítica sostenida y profusa de la corriente moralizante que corre por su sociedad, Roth se declara rabiosamente estadounidense, como hizo en 1981 en una entrevista con Alain Finkielkraut para la revista Le nouvel observateur: "Norteamérica me permite la mayor libertad posible para practicar mi vocación (...) [T]iene el único público literario que puedo imaginar que obtiene de mi obra un placer continuado (...) Soy un escritor norteamericano en aspectos que no hacen de un lampista un lampista norteamericano ni de un minero un minero norteamericano ni de un cardiólogo un cardiólogo norteamericano.
Más bien lo que el corazón es para el cardiólogo, el carbón para el minero, el fregadero de la cocina para el lampista, Norteamérica lo es para mí".
Aunque repetidas veces ha declarado que su preocupación perenne es la relación entre el mundo de adentro y el de afuera de la escritura, sus obras muestran asuntos más cotidianos, como la coerción que ejercen sobre los estadounidenses las instituciones fundacionales de su sociedad: la familia, la política y la religión. Este es el gran atractivo que el público encuentra en su literatura, los temas con los que puede sentirse identificado.
Así lo demuestra en sus novelas Cuando ella era buena (1967), Nuestra pandilla (1971) y El mal de Portnoy (1969). La primera novela trata el tránsito hacia la adultez de Lucy Nelson, una joven moralista del Medio Oeste, que crece en rebelión constante con el poder castrante que ejerce sobre ella su familia. En Nuestra pandilla, una sátira sobre la era Nixon antes del caso Watergate, el tema de las perversiones en el manejo de la cosa pública es más que evidente. Su cuarta obra, que lo catapultó a la fama, relata la particular erotomanía de Alexander Portnoy, que se psicoanaliza con el doctor Spielvogel, para ponerle fin a los tormentos que le causan sus frustraciones sexuales y termina descubriendo que el origen de sus problemas está en la educación religiosa, judía. Este último detalle trajo una tormenta de críticas sobre Roth de miembros de la comunidad en la que nació y --como es de esperarse en un país dominado por los medios de información como es Estados Unidos-- se convirtió, casi instantáneamente, en una celebridad del mundo de las letras.
Desde que comenzó a hacerse más obvia la influencia de la cultura hebrea en sus escritos, sus críticos se quejan de que sus obras explotan las posibilidades cómicas y no las trágicas de su comunidad, incluso llevándolas a ribetes grotescos.
Allí, Roth perfecciona y lleva a su máxima expresión la tradición literaria de Bellow y Malamud, quienes describen ciertas manifestaciones de su cultura desde perspectivas extravagantes y ridículas, quizá con el objeto inocente de toda caricatura literaria: liberar tensiones por medio de la ironía. Ellos convierten en ficción el mundo en el que crecieron: la tradición judía estadounidense, como miembros de eso que el autor de Elegía (2010) considera una "mayoría compuesta por minorías competidoras", ninguna de las cuales le impresiona por tener una posición social o cultural más envidiable que la suya, según explicó en la entrevista anteriormente citada.
Como en sus libros, Roth busca trascender lo que frecuentemente ha calificado de "provincialismo de su entorno judío", la prensa lo convirtió, junto a Bellow y Malamud, en miembro de una escuela "judía neoyorkina". A este grupo, los críticos literarios y periodistas culturales sumaron posteriormente a Woody Allen, que viene de los predios de la cinematografía y de la escritura (digamos) híbrida. Roth no se ha cansado de denunciar la inexactitud de este cliché al que han querido reducir a los intelectuales hebreos de más renombre en Estados Unidos.
El único verdaderamente neoyorquino de este grupo es Allen --que durante años hizo de su ciudad natal la principal protagonista de sus relatos fílmicos y literarios--, pues Malamud, que nació en Brooklyn, pasó la mayor parte de su vida viviendo en Oregon o Vermont. Bellow nació en Montreal y vivió casi siempre en Chicago. Y, si bien es cierto que Nueva York le permitió escribir El mal de Portnoy, Roth --que nació en un barrio judío de clase media baja en Newark, en el estado de New Jersey-- no se siente especialmente apegado a esta localidad, aunque a veces la prefiriera como ambiente de sus novelas.
Antes de finalizar estas líneas, parece importante señalar que la trascendencia intelectual de Roth en su país y fuera de él se deba, quizá, a la polémica que lo rodea desde el inicio de su carrera. Por esto también Roth es esencialmente un hombre de letras, un erudito incómodo para su sociedad como lo fue para Francia Victor Hugo, en varios períodos del siglo XIX, y Jean Paul Sastre, a mediados del XX, o como también lo fueron Tennessee Williams y Arthur Miller para Estados Unidos. La obsesión de Roth por decir y escribir literalmente lo que le provoca, sin reparar en las consecuencias que sus ideas puedan tener, no digamos ya para la comunidad judía de su país, sino por ejemplo para las feministas o los colectivos sexodiversos que lo han acusado en repetidas ocasiones de misógino y homófobo, no sólo porque expresa opiniones que son políticamente incorrectas --en un país que ha hecho negocio de las susceptibilidades individuales--, sino porque sus personajes le hacen eco a sus ideas incómodas.
En la medida en la que el Estado norteamericano fue articulando una identidad nacional alrededor de la imagen del melting pot Roth creó un estilo literario propio que pretendía --y aún lo hace-- desmontar la homogeneidad cultural presupuesta en el mito más enraizado de la cultura estadounidense. Los personajes y argumentos de sus libros se enfrentan a la idea de una la armónica comunidad multirracial en la que pueden triunfar con el solo esfuerzo de sus trabajos como hombres --o mujeres, por supuesto-- de cualquier origen geográfico o étnico y de cualquier orientación sexual. Por todo lo escrito hasta acá, y por todo lo que ha quedado en el tintero (digital), su obra, la del siglo XX igual que la del último lustro se ocupa de revelar los cordeles invisibles del poder. Y, por lo mismo, ya no es sólo rabiosamente estadounidense, sino oportunamente universal.

Fotografía: http://nighthawknews.wordpress.com/2012/03/25/for-love-of-books-philip-roth/

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